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Referéndum de altura

Fuentes: Rebelión

Desde que aterrizamos en el aeropuerto de La Paz, a cuatro mil metros sobre el nivel del mar, tuve una sensación cercana a la excitación. El corazón se aceleró y la posibilidad de que nos diera mal de altura colaboró con el aumento de mis pulsaciones. Pronto comprobé que en mi caso era sólo eso, […]

Desde que aterrizamos en el aeropuerto de La Paz, a cuatro mil metros sobre el nivel del mar, tuve una sensación cercana a la excitación. El corazón se aceleró y la posibilidad de que nos diera mal de altura colaboró con el aumento de mis pulsaciones. Pronto comprobé que en mi caso era sólo eso, pura excitación.

A La Paz nos la imaginábamos distinta. Nuestra ignorancia hizo que la primera «decepción» fuera conseguir una ciudad a ratos moderna y a ratos enclavada en la antigüedad de su cultura. Es muy limpia en la zona central, pero cuando te vas alejando de la capital se puede ver la enorme cantidad de carencias en la que vive el pueblo boliviano. Los servicios públicos están reservados a los grandes centros urbanos.

Convocados por la Organización de Estados Americanos para una Misión de Observación del Referendo del Mandato Popular 2008, que así lo llamó la Corte Nacional Electoral de Bolivia, sabíamos que tendríamos la oportunidad de colaborar con un pueblo hermano, lleno de «originarios» y de anhelo de justicia.

En Bolivia viven más de diez millones de personas, de las cuales, un 80 por ciento son indígenas u «originarios». Sin embargo basta asomarse a las distintas cadenas de televisión local para darse cuenta de que la mayoría de sus figuras son personas de color blanco. De no estar seguros de nuestro equilibrio mental, podríamos quitar el volumen, y tranquilamente creer que vemos un cabal de televisión alemán. Tal es la «esquizofrenia racista» de los dueños de medios de comunicación social bolivianos.

No obstante esta «esquizofrenia racista», en Bolivia observamos como en ningún otro país hasta ahora, la más alta concentración de cultura originaria por kilómetro cuadrado. Aun en La Paz, donde si te descuidas en algunos lugares puedes sentirte tranquilamente en una calle de Las Mercedes en Caracas, la presencia y la omnipresencia de las etnias marca la geografía urbana y rural de Bolivia.

País de contrastes, vemos como los limpiabotas deben taparse su rostro por temor e la discriminación y en cada unidad de transporte hay una persona que vocea la ruta que recorrerá esa unidad debido al alto índice de analfabetismo que aun persiste en el país. La semana que viene, el Referendo del Mandato Popular 2008 en Bolivia.

El 10 de agosto

El 10 de agosto de 2008 en Bolivia, convocados por la Organización de Estados Americanos, observamos una mesa de votación y recorrimos otras diez más en la Ciudad El Alto, del Departamento La Paz. Acompañados por un frío nada excitante, lo que más nos impresionó de esas elecciones fue la natural confianza que se tienen los bolivianos. La instalación de la mesa, el desarrollo de la votación y el escrutinio transcurrieron en paz. En ocasiones tuve la sensación de que la mesa podía quedarse sola o con un solo jurado, que así se llaman allá lo que aquí en Venezuela denominamos miembros, y no pasaría nada.

El Alto, como su nombre lo indica, está en lo más alto del Departamento La Paz. Todos los centros de votación visitados fueron escuelas, y en sus alrededores se instalaron ferias donde los lugareños ofrecían cualquier tipo de mercancía. El día de las elecciones en Bolivia, por ley no hay transporte público. Sólo circulan vehículos autorizados. La mayoría de la población debe ejercer su obligación a votar a pie. De no hacerlo pierden algunos derechos ciudadanos y para poder votar en la próxima deben manifestarlo reinscribiéndose en el Registro Electoral.

Ese 10 de agosto recordé otra vez la «esquizofrenia racista» pues la alta concentración de indígenas en esos centros de votación visitados es directamente proporcional con la población del país. Algún publicista dirá que para qué dirigirse a una mayoría del población con bajo poder adquisitivo. Es la lógica del capital mandando.

La elección era muy sencilla, dos preguntas a las cuales había que responder Sí o No: ¿Usted está de acuerdo con la continuidad del proceso de cambio liderizado por el Presidente Evo Morales y el vicepresidente Alvaro García Linera? Y ¿Usted está de acuerdo con la continuidad de las políticas, las acciones y la gestión del Prefecto del Departamento? El resultado en la mesa también fue directamente proporcional con lo la supremacía étnica observada en las colas. Los electores en Bolivia aparecen en los cuadernos de votación como «habilitados». Había en esa mesa 277 habilitados para votar: 212 votaron Sí y 21 por el No a la primera pregunta. 146 votaron Sí y 84 No a la segunda pregunta. Fue un resultado ajustado a lo observado. Lo otro hubiese sido una especie de auto genocidio étnico. O cuando menos, proporcionalmente inverso. La semana que viene, el regreso.

Somos de coca

Ya en las postrimerías del viaje, cumplida la misión de observación, decidimos visitar el famoso Lago Titicaca, el más grande de América del Sur. También es el lago navegable más alto del mundo, ubicado a unos 3.800 metros sobre el nivel del mar. Conforme avanzábamos, flanqueados por paisajes sorprendentes, sobrecogedores y majestuosos, entendimos la magnitud de la deuda social que el Estado boliviano mantiene con la mayoría de la población.

Mientras más nos acercábamos a la «maravilla natural» orgullo de Bolivia, más nos alejábamos de las «bondades de la civilización». Lejos de La Paz, se siente lo «originario». Ver de cerca el «terraceo» practicado en miles de kilómetros cuadrados con ingeniería milenaria hace respetar aun más las civilizaciones antiguas arrasadas por el conquistador español. Y por supuesto indignarse aún más, por su destrucción. Cuesta imaginar aquellos años de exterminio y abuso sin sentir rabia. Y la nostalgia del no saber.

Navegamos hasta la Isla del Sol y recorriendo aquellos caminos, tercos sobrevivientes de la devastación, comprobamos que estamos mucho más cerca del Sur que de cualquier otro punto cardinal. Es en el Sur de América donde nos reconocemos como ciudadanos del mundo y las fronteras desaparecen a nuestros pies.

Pero la comparación odiosa viene a nuestra mente cuando respiramos el mismo aire que hizo navegar a las antiguas embarcaciones construidas con la totora, que tanto han impresionado a propios y extraños.

Lo «bueno» es que en Bolivia, como en Argentina, como en Chile, la derecha se reconoce y no se oculta tras falsos sentimientos de solidaridad y justicia, como en Venezuela. El sentimiento de creerse «superior», es exhibido en la televisión, como ya mencionamos, con verdadera «esquizofrenia racista». El «síndrome del merecido» intrínseco de la clase media, flota con fuerza en aquellas montañas. Eso los hace predecibles y vulnerables.

No envidio el racismo ni el etno racismo de unos y otros. Sí envidio la fuerza de su identidad de pueblo, que se reencuentra a cada rato en sus trajes multicolores paseados por calles empedradas, asfaltadas o de tierra. Con la misma fuerza con la que seguramente hace siglos se enfrentaron a un enemigo «civilizadamente» armado. Nuestros indígenas son como la coca, como la papa, como el maíz, como el tabaco, como el ají. Somos nosotros reconociéndonos, saboreándonos y haciéndonos presentes en el Universo.

*Periodista