Estas reflexiones van dirigidas a todos aquellos que no tienen un compromiso político (es decir, una adhesión programática o emocional) a favor de uno u otro de los candidatos a presidente en la disputa electoral próxima. No surgen de una pretendida sabiduría -que no tengo- sino de la experiencia de quien se viene ocupando de […]
Estas reflexiones van dirigidas a todos aquellos que no tienen un compromiso político (es decir, una adhesión programática o emocional) a favor de uno u otro de los candidatos a presidente en la disputa electoral próxima. No surgen de una pretendida sabiduría -que no tengo- sino de la experiencia de quien se viene ocupando de los sucesos políticos producidos en nuestro país desde hace muchos años.
A aquellos que acostumbran a decir «no me meto en política», les digo que la política «se mete» inevitablemente con ellos. El resultado se siente después porque afecta a nuestras vidas a través de los sucesos cotidianos, ya sea el precio del pan, la tarifa de la luz, el pasaje del subte, la flexibilización laboral, la devaluación con congelamiento de salarios anulando las paritarias y mil cosas más de tu vida diaria.
Por eso, no involucrarse significa involucrarse mal, a favor de quien nos puede perjudicar. Podría ser que no te guste ninguno de los candidatos pero aún en ese caso no podés abstenerte o votar en blanco porque siempre tendrán algo diferente (por eso disputan), algo menos malo o algo peor quizás pero que te afecta, lo quieras o no. Por eso hay que pronunciarse positivamente y no dejar tu futuro en manos de los otros.
A aquellos que proclaman el voto en blanco en nombre de un principismo que les permitirá luego criticar diciendo «yo no lo voté», les hago notar que es una respuesta individual a un problema que es de todos. Consiste en lavarse las manos, como Pilatos, ante una contienda que por algo existe donde si los contrincantes fueran iguales no provocarían discusiones, polémicas, campañas electorales, etcétera. En el caso de las elecciones próximas podrán hacerse críticas a los dos candidatos, pero estas alcanzan diversa magnitud: no es lo mismo criticar al Frente para la Victoria porque Cristina haga uso discutible de la cadena oficial, que criticar a Macri porque se definió a favor de pagarles a los fondos buitre aceptando el fallo del juez Griesa que hubiera significado, por la cláusula Ruffo, que el resto del 93% de bonistas ya acordados elevaran sus pretensiones al nivel que reclaman los buitres, aumentando la deuda en miles de millones de dólares.
Tampoco es lo mismo criticar la inflación (si bien en algunos años los aumentos de salarios la superaron) que dejar casi sin presupuesto al Hospital Garrahan atentando contra la salud de los pibes. Y por supuesto no es lo mismo concurrir a las reuniones de la Unasur predicando la unión latinoamericana que ir a la Embajada de Estados Unidos a recibir instrucciones, a hablar mal del gobierno como lo hizo Macri según ArgenLeaks o a recibir instrucciones como lo hacen dos diputadas, una de ellas -que traicionó sus ideales juveniles- hasta llegar a rebajar los haberes de los jubilados. Por otra parte, la lucha política no es simplemente cuestión de personalidades que te puedan resultar más o menos simpáticas, sino que detrás de los folletos, los viajes, los volantes, «los periodistas amigos», etcétera, de un candidato, existen importantes aportes financieros de grandes corporaciones -del país y del extranjero- que después pasan la factura. (El grupo Macri puso más de 1000 millones de dólares en la campaña electoral de Menem a cambio de varios hombres en el Gabinete y de tres ministros de economía (Roig, Rapanelli yCavallo), experiencia que sufrió el pueblo argentino y que se coronó en la crisis de 2001, que sufrió la mayoría popular bajo el gobierno de una Alianza que es la misma que se ha reconstruido ahora para llevarnos al desastre, no a todos por supuesto, sino a los trabajadores y a la a la clase media popular por que bien se cuidaron, cuando llegó el incendio, de salvarse con la pesificación asimétrica. ¿Te acordás cuando las sucursales de la banca extranjera te invitaban a depositar porque la garantía estaba en las casas matrices y después declararon cínicamente que ellas no eran sucursales y que la banca del exterior no se responsabilizaba de los errores cometidos por los argentinos? Si se tropezó con la piedra por primera vez y fue disculpable, ahora ya no es admisible tropezar de nuevo porque si aquella «alianza» subió al helicóptero a los dos años, esta de ahora lo va a hacer antes pero dejando un país todavía más destruido que aquel del 2001. Y quien no hace nada para evitarlo, se convierte en cómplice. Pensalo bien porque aquí se juega el destino de la Argentina, que es también el tuyo y el de tus descendientes.