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Reflexiones en tiempos del virus SARS-CoV-2 ¿Es este el verdadero desafío?

Fuentes: Rebelión

(En el día 37 de aislamiento social, preventivo y obligatorio)

Breve aproximación contextual

Ayer por la noche fue anunciada una tercera extensión de la tan mentada cuarentena. Bajo el carácter de “obligatoria, social y preventiva”, la misma rige para todo el territorio argentino desde el 20 de marzo de 20201. El comité de expertos convocado por el gobierno señala que el pico de esta pandemia del COVID-19 se podría esperar en Argentina hacia la primera semana de junio. Es el primer año que se realiza esta mensura, en tanto los escenarios aún son inciertos, por lo que sólo resta aguardar las resoluciones oficiales luego del 10 del próximo mes.

Actualmente, la humanidad goza de la información actualizada en torno a la evolución de la pandemia en todos los países al finalizar cada jornada, logro que se le puede reconocer a la Organización Mundial de la Salud (OMS). No resulta menor destacar que en el 2003, hace tan solo 17 años, dicha organización organizó un reporte de vigilancia mundial para un correcto accionar ante a futuras epidemias y pandemias. En la actualidad y a pesar de sus reservas, los desarrollos propuestos por la OMS permiten conocer en tiempo real y diferido el avance de la pandemia como así también los resultados de experiencias -tanto positivas como negativas2-. Gracias a esto, contabilizamos al presente3 una población mundial infectada de 2.006.513 personas, de las que 501.758 se han recuperado con éxito del virus mientras que 128.886 han perecido. Recolectar estos datos es un claro gesto de interconectividad, el consecuente acceso a Internet y el desarrollo de plataformas al servicio de los ministerios y organismos sanitarios de cada Estado. Sin embargo, esto presenta varias excepciones en relación con manejos discrecionales de información de acuerdo con el control y presión de los países centrales. Un ejemplo es el caso de Taiwán en donde sus autoridades aseguran haber informado del brote del Virus SARS4 a fines del 2019, alerta ignorada por no ser parte de la OMS. Esto es, en otras palabras, la cristalización de una disputa histórica entre el mencionado país y el gigante asiático, China.

El mundo actual, también conceptualizado como nuestro Antropoceno, sufre la exposición al surgimiento de múltiples virus y, lógicamente, a sus obvias consecuencias. Una de ellas es el Ébola (EVE), virus detectado por primera vez en 1976 y cuyo nuevo brote en África Occidental entre los años 2014-20165 fue responsable de 28610 contagios, 11308 defunciones (con una tasa de letalidad del 39,5 [%]). En paralelo, podemos encontrar otros ejemplos de virus propagados en humanos como los es la gripe aviar -de los subtipos A(H5N1), A(H7N9) y A(H9N2)- y el virus de la gripe porcina -de los subtipos A(H1N1) y A(H3N2)-. Entre estos, resulta menester destacar la Influenza Virus A -subtipo H1N1- que, a diferencia de los mencionados antes, efectivamente llegó a nuestro país en el año 2009 y contabilizó un total de 626 muertes. Por su parte, y adentrándonos ya de lleno en el protagonista en cuestión, el virus SARS (severe acute respiratory syndrome, por sus siglas en inglés) tuvo su primera aparición en el 2002 en China, logrando alcanzar los cinco continentes con una cifra de infectados superior a los 8000 casos y un con un 10 [%] de fallecidos. Ocho meses más tarde, luego de haber generado una alarma en los sistemas de salud mundial, el virus fue controlado y virtualmente erradicado. Decimos virtualmente ya que la fuente original del brote del SARS continúa presente en el medio ambiente, configurando la posibilidad de un rebrote en los próximos años en tanto el virus aún circula en un reservorio animal y podría emerger de nuevo si se presentan las condiciones adecuadas.

De este modo, basta con observar las cifras para deducir que el nuevo coronavirus causante de la enfermedad COVID-19, el SARS-COV-2, presenta un grado de propagación y contagio por demás resistente e inusitado. Contamos con la experiencia suscitada por el primer SARS (2002-2003) y, en parte gracias a ello, la OMS hoy cuenta con instrumentos para unificar un criterio de orden mundial en pos del correcto control de enfermedades. Sin embargo, aún desconocemos mucho sobre un virus que plantea nuevos escenarios dentro de la globalización actual. No es casual que las pandemias sean un gesto y fruto de la dimensión de las sociedades modernas. Estamos ante un punto de inflexión; un cambio de concavidad en un escenario adverso e incierto en donde más de un tercio de la población mundial se encuentra aislada.

Planteado esto, también es cierto que en algún momento está situación llegará a su fin. Los números de recuperados y las políticas públicas en pos del control sanitario nos permiten pensar ello. Sin embargo, esta cuarentena nos debe permitir pensar en la sociedad que anhelamos ver en un futuro (no tan lejano). Será la hora de comenzar a descreer, cuestionando viejos modelos, derrocando preconceptos estériles pero funcionales a un mítico “bienestar”. Este Coronavirus nos aísla y nos hace imaginar un sinfín de posibilidades de cara al mundo que nos espera. Es por ello por lo que ante esta incertidumbre antepongo ciertas líneas de debate para pensar en conjunto. Después de todo, he allí el verdadero debate, he allí el verdadero desafío.

Alimentación y contacto animal

Resulta de público conocimiento que aproximadamente el 75[%] de las enfermedades infecciosas emergentes que afectan a humanos son de origen animal. Virus, bacterias, parásitos y hongos transmitidos por vectores pueden ser el origen de las enfermedades zoonóticas. Éstas son transmitidas por animales invertebrados y vertebrados, dejando entrar aquí en juego un factor muy importante como lo son las características y modalidades propias del sistema mundial de producción intensiva de carnes. Mencionábamos anteriormente que el cambio de paradigma debe ser global, contemplando la existencia de culturas y sociedades regidas bajo pactos sociales y costumbres completamente disimiles. De hecho, la emergencia de las enfermedades víricas descriptas en los párrafos anteriores surge en mayor medida en Asia Oriental. Allí, los criaderos de animales se encuentran en el mismo lugar que los mataderos como así también los mercados de venta al público, como la sospecha actual del brote vírico por una sopa de murciélago en Wuhan, China. En otras palabras, un verdadero caldo de cultivo para propagación de enfermedades. Éste es, sin embargo, tan sólo un ejemplo pues no basta con indagar en casos puntuales para observar condiciones de insalubridad animal yuxtapuestas. Es el aumento en la población mundial, junto con sus actividades productivas inherentes, una de las razones por las que se continúa acrecentando la búsqueda de nuevos asentamientos. Esto conlleva a la erradicación de zonas vírgenes en beneficio de la expansión de fronteras agroganaderas, alterando el ecosistema de los animales salvajes presentes en dichos territorios. Contemplando que, hoy sólo conocemos el 3 [%] de los virus, esto se presenta como un nuevo flanco de riesgo inminente (y emergente).

De ahora en adelante, consideraremos el uso del término sociedades depredadoras. El modo actual de consumo presente dista millares de las tan mentadas sociedades desarrolladas o en vías de desarrollo que nos ha pregonado como clasificación el sistema. Pensar y repensar las formas de alimentación y las consecuencias que esto acarrea sobre el medioambiente debe ser el puntapié de un cuestionamiento crítico.

Hoy día, los criaderos industriales de miles de pollos, cerdos, vacas6 que observamos en el mundo y particularmente en nuestro país no respetan ni contemplan el desarrollo de una crianza sostenible ni mucho menos salubre. Estos sistemas de producción intensiva no sólo facilitan la posibilidad de transformarse en vectores de virus ya expuestos en la sociedad. En paralelo, también impactan directamente sobre los cambios en el uso de suelo para el cultivo de alimentos de criadero, producen emisiones de gas metano y claro, afectan los recursos disponibles en las superficies hídricas. Vinculado a ello, en promedio un criadero de cerdos de ciclo completo, con una capacidad de 5000 animales, genera un volumen de efluentes líquidos superior a los 80 [m3/día]. Dentro de la carga de contaminantes se destaca la materia orgánica, cuya medida en Demanda Química de Oxigeno (DQO) supera los 35.000 [mg/l]. Los números hablan de por si solos al contemplar que el límite permitido de vuelco de esos efluentes, propiamente dentro de la Provincia de Buenos Aires, es de máximo [250 mg/l] de DQO. Claro que gran parte de las granjas y establecimiento cuentan con plantas de tratamientos de efluentes, pero en su mayoría se encuentran obsoletas a la espera de un cambio tecnológico o un aumento en su capacidad de tratamiento. Se suma también a este impacto en el recurso hídrico, el aporte de nitratos y fosfatos que fagocitan la eutrofización artificial y la consiguiente disminución del oxígeno disuelto de los arroyos y ríos que reciben estos efluentes en todo el territorio. En la teoría, los estados provinciales cuentan con autoridades de aplicación que se encargan de fiscalizar los establecimientos e industrias en materia ambiental. Empero, en la práctica, se encuentran meras áreas soporte con presupuestos diezmados que imposibilitan el control y fiscalización de las actividades agroindustriales. Si a ello le sumamos que en nuestro país la mayor parte de los establecimientos de crianza, matanza y manufacturación de carne infringen las leyes y normas, viéndose sometidos a auditorías de procesos provinciales cada 730 días, la tendencia en el sistema actual conduce a una producción descontrolada. Un sistema en el que la articulación de políticas públicas en materia de inteligencia ambiental junto con la sostenibilidad de los procesos queda pospuesto a un segundo o tercer orden. En el medio, el impacto ambiental del que muchos hablan y pocos pregonan.

Capacidad de Carga

Este término se define en ecología como la población máxima de una especie que puede mantenerse de forma sustentable en un territorio sin deteriorar su base de recursos. Es posible pensar en ello como un concepto clave al hacer referencia al grado de explotación y presión entrópica al que podemos someter a los ecosistemas que soportan nuestra vida y organizaciones (siempre manteniendo una razonable conservación). El grado de explotación y presión entrópica son funciones de la población que el territorio ha de mantener y la tasa de consumo de recursos per cápita. Actualmente, la expansión del comercio y la tecnología hacen que la capacidad de carga de un territorio no parezca del todo relevante, puesto que se pueden importar recursos, exportar residuos o ir eliminando determinadas especies para aumentar nuestra capacidad de producción. Esto parece no ser significante salvo por un único elemento: los recursos de la tierra son finitos.

En promedio necesitaríamos 1.8 planetas Tierra para abastecer la demanda de la población actual. La disponibilidad ecológica de la tierra en el planeta ha disminuido durante estas últimas décadas. En suma, el grado de explotación al que es sometido el conjunto de ecosistemas terrestres cobra la magnitud suficiente para afirmar que su capacidad de carga está comprometida en su totalidad.

Agenda Climática ¿cómo llegamos hasta aquí?

El cambio climático ya es un hecho. Hace muchos años que la verdad está a la luz. Es probable que muchas hayan sido las generaciones que no pudieron (o bien optaron no querer) ver lo que podría suceder. Bien, ahora no hay problema: el sistema de explotación dominante se encargó de traer esta problemática a una primera plana.

Nos remontamos al año 1972, Primera Cumbre de la Tierra en Estocolmo, Suecia. Recién veinte años más tarde, más precisamente en junio de 1992, se celebró la Segunda Cumbre en Rio de Janeiro. Veinte valiosos años en donde la sociedad contemporánea antepuso discusiones políticas, económicas y sociales por sobre la agenda ambiental y climática. En este período, sin embargo, tuvo lugar uno de los primeros desafíos ambientales que concretó un avance en una sinergia planetaria. Allá por 1979, el programa Earth Watch enarboló la difícil pero exitosa tarea de cuantificar y determinar la actividad en el transporte de contaminantes atmosféricos a larga distancia. Con ello, se logró arribar al primer protocolo en materia climática también conocido como Convención sobre la contaminación atmosférica transfronteriza a larga distancia. No es menor el término transfronterizo en tanto muchas veces se cae en un concepto equívoco y poco claro de lo que es el medio ambiente. En esta Convención, de mayoría europea, se propuso reducir en un 30 [%] las emisiones de contaminantes, haciendo foco principalmente en los óxidos de azufre causantes de procesos de lluvia ácida en los bosques escandinavos. Poco tiempo después, la discusión en torno al cuidado de la capa de ozono cobró relevancia. Para ello, se recomendaron medidas en pos de limitar la producción y el uso de clorofluorocarbonos, como el F-11 y F-12. En consecuencia, en 1985 los diversos Estados en la órbita del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), negociaron y adoptaron la Convención de Viena para la Protección de la Capa de Ozono y la finalización del Protocolo de la Convención sobre la contaminación atmosférica. Sin embargo, la adopción de protocolos y la verdadera sinergia para protección de la capa de ozono se demoró hasta principios de la década del 90. Basta mencionar que en el año 1987, varios fueron los acuerdos regionales cortoplacistas que se materializaron en el documento Perspectiva Ambiental hasta el año 2000, escrito donde ni siquiera se dedica una sección al cambio climático, ya evidente en aquellos años.

Ya en 1992, durante la mencionada Cumbre de Rio, se logra la creación de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), momento en el que se inicia un proceso de verdadera medición y valorización de la intervención del hombre en la naturaleza. Pese a las buenas intenciones, la entrada en vigor de la Convención fue 3 años más tarde. En ella se adoptó el Mandato de Berlín, emprendiéndose las discusiones acerca de un protocolo o algún otro instrumento jurídico que incluyese compromisos firmes al incluir países centrales y periféricos. El primer Protocolo fue el de Kyoto, en el año 1997, sentando allí las bases de la discusión climática donde felizmente se propuso reducir las emisiones totales de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero en países industrializados. Dicho Protocolo sugirió una reducción de un 5[%] respecto de los niveles medidos en 1990, estableciendo un compromiso continuo hasta el año 2008. La entrada en vigor del primer Protocolo se llevó a cabo 8 años después, en el año 2005, tras el éxito en negociaciones y acuerdo de más de 160 países.

En resumen, años y años de desidia y negligencia. Generaciones adormecidas ante temas de vital importancia; generaciones entregadas a modelos de producción industrial y consumo masivo. Hoy deberíamos tomarnos el deber de pensar, gestar y reclamar a nuestros políticos y dirigentes una agenta climática activa capaz de reflejar en ella una verdadera solución sostenible. Las generaciones futuras no deben ser víctimas de negociaciones del poder dominante, dueñas de la fragilidad ambiental que nos abruma.

Energía y Transporte

Situémonos en un contexto de la acumulación de evidencia empírica. Allí, donde yacen los efectos de las actividades humanas sobre el aumento en la concentración de Gases de Efecto Invernadero (GEI), se conoce que aproximadamente el 72 [%] corresponde a los sectores de energía y transporte. Esto se debe, en gran medida, al desarrollo del hombre en torno a una matriz energética mundial dependiente de los hidrocarburos.

Bien sabemos que la producción de energía y el estado del medio ambiente están íntima e indisolublemente relacionados. Cualquier sociedad humana es un fenómeno que ocurre en el espacio y en el tiempo. Su característica espacial hace referencia a la dependencia que tiene ésta respecto al medio natural o geográfico capaz de garantizarle la posibilidad de su existencia y evolución. En tal sentido, el ser humano recurre a la naturaleza en busca de fuentes de energía con el fin de aumentar la capacidad de uso del espacio natural. De aquí entonces se desprende el simple hecho por el que el constante devenir de la sociedad implica ¿necesariamente? la permanente transformación de la naturaleza. El presente nos encuentra sumergidos en un modelo de desarrollo que propugna modalidades de consumo y producción que imponen gran presión y demanda sobre los recursos naturales. Como si ello fuese poco, también son generadas grandes cantidades de desechos, muchos de estos reciclables o recuperables. Parece ser ley motivar que el desarrollo de una sociedad en general, y de una economía en particular, implica una mayor demanda de energía en formas cada vez más adecuadas a sus respectivos requerimientos. Por su parte, la disponibilidad de ellos estará radicada en ámbitos geográficos amplios, contemplando que la satisfacción de las necesidades humanas requiere de un amplio listado de insumos energéticos. Si supone que esto implica una redada lógica, no está equivocado. El famoso dilema del perro persiguiendo su propia cola.

El ser humano está viviendo en una época histórica, un punto de inflexión radical en donde la impronta de una crisis ambiental global parece enaltecerse como una de las variables con mayor peso específico. En esta crisis, el binomio energía-medio ambiente adquiere una centralidad determinante para el destino de la humanidad. En este sentido, valga recordar que el principal residuo de la combustión de hidrocarburos es el dióxido de carbono (CO2). Dada su permanencia en la atmósfera, las concentraciones actuales de este gas son el producto no sólo de las emisiones actuales del mismo, sino también de aquellas correspondientes a los últimos 100 a 150 años. Es por ello que el cambio climático es considerado un proceso de claro carácter acumulativo, cuyos inicios se remontan a la Revolución Industrial, situación por la que países industrializados gozan de inobjetables responsabilidades por sus desarrollos pasados y presentes. No será menor tener en cuenta la asignación de obligaciones y responsabilidades si de verdad deseamos mitigar las cargas y las emisiones a nivel global.

Por su parte, abocándonos de lleno en términos de transporte, resultarán anecdóticos los titulares de medios de comunicación que señalan enfáticamente la disminución de la contaminación ambiental en las urbes en tiempos del COVID. La pandemia que nos atraviesa junto con la cuarentena mundial significa una reducción directa de contaminantes en la atmósfera como lo son los óxidos de nitrógeno (NOx), óxidos de azufre (SOX) y dióxido de carbono (CO2). Este fenómeno no es más que un producto lineal del cese de la circulación automotor y el detenimiento de industrias en ciudades cuya calidad del aire ha sido históricamente compleja. Esto último se debe mayormente al avance de las industrias sobre las ciudades, al crecimiento de las poblaciones urbanas, al sector inmobiliario descontrolado, a la carencia de un pensamiento estratégico de los grandes núcleos y, por su puesto, a la propia geografía de los sitios. Este es entonces el cóctel perfecto para que los niveles de concentración de los mencionados contaminantes alcancen cifras récord y generen múltiples afecciones respiratorias capaces de agudizar los casos positivos de la gripe COVID-19. Una vez de vuelta a la actividad post-cuarentena, estos niveles retomarán sus valores históricos. ¿Sorprendente?

Planteadas así las cosas, nuestro desafío debe centrarnos en la discusión acerca de la real dimensión y la exigencia de políticas energéticas y de transporte a largo plazo. La descarbonización de la matriz energética permitirá reducir considerablemente los efectos proyectados en los escenarios expuestos por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC)7. Aún no sabemos cómo será, por ejemplo, la reacción de la temperatura planetaria ante el aumento de concentraciones de GEIs. Muchos son los interrogantes que yacen en materia climática. Sin embargo, tenemos sólo una certeza: la acción debe ser inmediata. Los logros ambientales en materia de energía y transporte deben ser producto de una gesta colectiva que trascienda a todos los seres humanos. Existen alternativas hacia la renovabilidad de la matriz y la eficiencia energética. Sólo debemos evitar creer que la acción del hoy no repercutirá en la reacción del mañana.

Las estructuras del sistema

La complejidad existente en las interacciones de los diversos factores responsables del cambio climático justifica la profundización detallada de los cuatro elementos expuestos. Recorrer estas cuatro asignaturas de debate nos permitirá determinar la verdadera influencia de las acciones antropogénicas, entendiendo allí la injerencia en el medio en nombre de la alimentación, los desechos, el consumismo y la energía. Mientras los organismos en general, y el hombre en particular, necesiten degradar energía y utilizar recursos para mantener la vida de los sistemas que los soportan, la única salvación de un deterioro entrópico de la Tierra será pensar modelos de desarrollo sostenible en todos los Estados. Esto implica eliminar aspectos del presente como la anarquía de los países industrializados capaces de aplicar criterios a su propio antojo, incumpliendo compromisos ambientales asumidos en el Acuerdo de París (2015). Será fundamental aplicar los principios de eficiencia económica para reducir emisiones allí donde sea menos costoso hacerlo.

Deberemos entonces reclamar políticas sostenibles claras, colectivas, que propicien mantener un reciclaje de los ciclos materiales, tal como se encarga de demostrar continuamente el funcionamiento de nuestra biosfera. Es cierto que no vivimos en un mundo políticamente homogéneo. Sin embargo, también es cierto que el proceso de búsqueda de soluciones será fructífero sí y sólo si las mismas son fruto de relaciones internacionales con consensos globales.

Hoy, ante nuestros ojos, tenemos un ejemplo certero de la necesidad de un pacto global. Ya no hay fronteras. El avance del virus SARS nos plantea un escenario difuso y lleno de incógnitas. Sabemos, empero, la necesidad de pensar en el futuro que queremos. Las instituciones y organismos han demostrado cierta obsolescencia en su acción. Nuestra obligación en el presente es involucrarnos por el futuro. Como bien señalan los diecisiete Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)8, debemos pensar nuestra función y posición en tanto habitantes de la Tierra. Dicho sea de paso, ¿no es esto lo único que nos pertenece a todos?

Ahora bien, la cuestión deja de yacer en un murciélago. Visto así entonces, la cuestión será siempre ambiental.

Notas:

1 Decreto de Necesidad y Urgencia N°297

2 Consecuentes con la adopción tardía de medidas sanitarias y políticas públicas, tales son los casos de Estados Unidos o Brasil.

3https://www.arcgis.com/apps/opsdashboard/index.html/bda7594740fd40299423467b48e9ecf6. Día:26/04/2020, hora:11:00am.

4 https://twitter.com/MOFA_Taiwan/status/1248871736914767872

5 La cepa que desató la epidemia fue la EBOV – Zaire.

6 En feedlot: engorde a corral, donde el animal recibe alimento mediante comederos.

7 https://archive.ipcc.ch/home_languages_main_spanish.shtml

8 https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/objetivos-de-desarrollo-sostenible/

Ulises Pablo Daniel Gonzalez. Ingeniero ambiental y activista.