El futuro inmediato de México depende de las relaciones y de la interacción entre, por una parte, los millones de partidarios de una reforma profunda que votaron MORENA y, por otra, los anticapitalistas que se oponen al gobierno de AMLO y los revolucionarios que ofrecen una alternativa socialista al sistema, sectores que tienen muchas diferencias […]
El futuro inmediato de México depende de las relaciones y de la interacción entre, por una parte, los millones de partidarios de una reforma profunda que votaron MORENA y, por otra, los anticapitalistas que se oponen al gobierno de AMLO y los revolucionarios que ofrecen una alternativa socialista al sistema, sectores que tienen muchas diferencias y matices internos y que a veces se intersecan y traslapan y otras se oponen.
Por eso es importante analizar y comprender cada uno de estos grandes grupos, sus ideas, su evolución y la orientación general de las principales tendencias internas en cada uno de ellos.
«Sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria». En la actual situación transitoria e inestable de «empate» entre las clases, por consiguiente, el rasgo fundamental es la inexistencia de un partido revolucionario fuerte enraizado en los trabajadores rurales y urbanos que sea capaz de educar y organizar a grandes sectores sociales con sus publicaciones y de imponer la discusión de sus análisis y propuestas pues MORENA no es un partido y es reformista, no revolucionario, el EZLN y el CNI no funcionan como un partido revolucionario y los partidos socialistas son por ahora sólo grupos.
El PRT, en efecto, es la mayor y la más antigua de las organizaciones revolucionarias y la que más y mejores propuestas hace pero es aún débil en los centros de trabajo y de estudio. La Coordinadora Socialista Revolucionaria reúne por su parte varios grupos trotskistas y comparte muchísimas posiciones con el PRT pero su heterogeneidad la lleva a oscilar entre actitudes unas veces sectarias y otras a la rastra de MORENA. En cuanto a la Organización Política de los Trabajadores- que reúne en su seno sindicatos combativos como el SME y organizaciones revolucionarias, como el PRT, es más un esbozo de partido obrero de masas que un partido real. Además tropieza con la necesidad de algunos dirigentes sindicales de conseguir algo para sus afiliados negociando con el gobierno pues los sindicatos son en el capitalismo instrumentos de mediación y acuden al Estado en su lucha por vencer la resistencia patronal y, en particular, la de los monopolios y transnacionales, que forman el grueso del capital. La Nueva Central de Trabajadores, formada en febrero de 2014 con los sindicatos más combativos también enfrenta esa traba.
Sin radios, ni una TV por internet, sin un periódico central tanto la OPT y la NCT como las organizaciones trotskistas no han logrado convencer a los explotados cuya ideología sigue siendo la de sus explotadores masas y que esperan que un Salvador resuelva sus problemas.
Además, en el caso del PRT y de la CSR, que son muy activos en el campo social, no hay todavía una suficiente elaboración estratégica sobre el tipo de sociedad que proponen como alternativa al capitalismo ni planteos sobre acciones concretas para ir imponiendo desde ya -mediante la autoorganización, la autonomía, la autogestión en colonias o comunidades- elementos de esa alternativa.
Por su parte entre los revolucionarios no socialistas, el EZLN tiene ya un cuarto de siglo y es esencial para la liberación nacional y social de los oprimidos y explotados pero no nació anticapitalista. Por el contrario, su enemigo era inicialmente sólo el «mal gobierno» y exigía que los indígenas fueran considerados iguales a los demás ciudadanos por la Constitución (liberal) del Estado capitalista y oligárquico.
Sus ideas, por otra parte, se desarrollaron durante años gracias a un puñado de revolucionarios en la Teología de Liberación y la acción de la diócesis dirigida por el obispo Samuel Ruiz. Su visión religiosa consiguiente sobre la oposición entre el Bien y el Mal, que absolutos por definición, y el posterior paternalismo de sectores de la clase media que, para rescatarse de pecados racistas, pasaron a idealizar a los indígenas, influyeron para convencer a las bases zapatistas de que su gran pasado maya precapitalista convertido en mito y depurado de la lucha de clases y de las atrocidades puede ser el modelo para construir el futuro.
El apoyo de masas logrado conseguido en 1988 por la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas salvó al EZLN de la represión y le granjeó una gran simpatía en el Centro y el Sur del país y en las principales Universidades. Pero en pocos años dilapidó ese caudal político debido a su sectarismo, sus virajes y, sobre todo, su carencia de ideas y propuestas y su total silencio ante todos los problemas fundamentales del país y del mundo.
Al replegarse para construir islas de autonomía en un Estado capitalista, el EZLN dejó que sus bases se cocinasen en su propio jugo y les impidió aprender y educar al resto de los mexicanos y mantuvo el primitivismo machista que se expresa en los insultos a la madre de AMLO y en la carencia de argumentos en su lucha justa contra los proyectos de éste.
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