El domingo 2 de mayo, durante el Congreso del Partido Socialista 1, tuve la oportunidad de conversar con un grupo de jóvenes regantes de Tiquipaya.
Entre ellos, uno expresó una analogía que me pareció de lo más ilustrativa para leer la coyuntura. Dijo, la izquierda boliviana está embarazada y no se sabe lo que va nacer. Esta fue la respuesta a lo que venía siendo una charla/debate en torno a la renovación del Movimiento al Socialismo (MAS). Y es que desde el golpe de Estado del 2019, entre discusiones locales, pasando por ampliados regionales y nacionales, en el bloque popular se hizo necesario hablar de corregir aquellos errores internos que habían coadyuvado a que el proyecto nacional popular más importante de la historia de Bolivia cayera como un tronco húmedo con el empujón del bloque oligárquico-conservador. Los resultados de las elecciones subnacionales del 2021, que evidenciaron nuevos liderazgos que salieron del mismo MAS, hicieron de esa necesidad una emergencia.
¿Qué fue lo que estuvo mal? ¿qué podemos hacer para cambiarlo? Son preguntas que han rondado durante un año y medio desde el golpe de Estado al interior de MAS. Ahora llegan al Congreso Nacional del partido a ser celebrado el próximo mes como puntos de debate. Las distintas respuestas a estas preguntas serán determinantes. Lo cual, dado el lugar central y protagónico que tiene el MAS en la política boliviana, será trascendental para la izquierda boliviana en los próximos años: qué será de la wawa y cómo será cuando nazca.
Las renovaciones de proyectos históricos y políticos es siempre un desafío; desafío a la creatividad política y a la capacidad de movilizar un cuerpo social hacia nuevos horizontes. Pero un desafío de este carácter, que responde a seguir construyendo mundos mejores para las grandes mayorías, debería ser visto como una oportunidad; oportunidad de reimprimirle energía y vitalidad al Proceso de Cambio. Como decía Rosa Luxemburgo en una de sus polémicas con Lenin, un proceso revolucionario tiene la tendencia de volverse conservador a menos que libere las energías espontáneas que el mismo proceso crea en su interior o, siguiendo con las analogías fisiológicas, en el útero. Un desafío, pues, es una oportunidad, un nacimiento.
Sin embargo, la discusión en torno a cómo debería ser la renovación en el MAS ha sido tergiversada en falsos debates que están llevando a que la izquierda resulte debilitada en vez de fortalecida. Los falsos debates son resultado de una definición equivocada y en algunos casos sañuda de lo que debiera ser renovación; a grandes rasgos diría que la renovación ha sido banalizada a una cuestión de cambio de rostros. Por un lado, en respuesta a la inconducta y negligencia de algunas direcciones durante el golpe de Estado, se ha sostenido que “renovación” es el relevamiento de todo o casi todo el aparato político pasado, para el ingreso de nuevos militantes. Esto, al estar atravesado por un discurso de relevo generacional, se ha reducido a una simple y llana jubilación de la dirección política histórica del MAS. Renovación sería una cuestión de cambiar caras viejas, por caras nuevas.
Huelga decir que ser jóvenes no supone necesariamente tener ideas renovadoras y que lamentablemente en muchos casos incluso tenemos jóvenes con mentalidad que data del 12 de octubre de 1492. Por otro lado, ser joven y haberse movilizado durante el golpe de Estado -reconozcamos- tampoco supone garantía de capacidad de dirección política y gestión.
Frente a esta banalización del debate y que en muchos casos solo esconde precariamente el arribismo de algunos a cargos públicos, la vieja dirección del MAS y afines reaccionaron con un respuesta anti-renovación. En pocas lineas, antiguos dirigentes históricos demostraron hartazgo del discurso de renovación e incluso sugirieron que este puede ser una estrategia de la derecha para dividir el instrumento político.
Sin desconocer que el inusitado interés de los grandes medios de comunicación privados en la renovación del MAS responde a una estrategia de profundizar fisuras y divisiones, es un error estratégico caer en la falsa definición de “renovación” basada en la falsa dicotomía entre jóvenes y viejos. Por otro lado, además, desplaza el debate real y necesario al interior del MAS sobre el rosquismo que deliberadamente deforma el funcionamiento y crecimiento del partido. Esto ha quedado en evidencia no solamente el 2019, cuando el instrumento no fue capaz de dirigir una resistencia política eficaz, la cual en gran medida dependió de la movilización espontánea de sus bases; sino en los resultados de las elecciones subnacionales en comparación con las nacionales. Y es que se ha hecho popular hablar de que el mal resultado de las subnacionales se debió a la “cúpula” conformada por 5 a 6 personas; pero esa lógica cupular, de grupos de interés que ponen su persistencia en espacios de poder por encima del correcto funcionamiento del instrumento, es algo extendido a nivel nacional, entre varios de sus niveles. Es conocido por muchos, en ese sentido, cómo estas cúpulas criminalizaron y alejaron a las nuevas organizaciones sociales que surgieron al calor de la represión del año pasado para que no puedan ingresar en calidad de “orgánicas” al MAS. Esto también fue extensivo a la elección de candidatos en la cual no se reconoció las elecciones por medio de ampliados. El resultado es conocido, el alejamiento de jóvenes agrupaciones decepcionadas en sus primeras experiencias políticas, en beneficio de instancia de mandato medio completamente inoperantes. Esto supone que el MAS está siendo incapaz de metabolizar las nuevas –y algunas viejas y distanciadas- organizaciones sociales populares que están surgiendo y que fueron vitales para la victoria nacional del 2020, en especial en las zonas peri urbanas. Esa capacidad de metabolizar y dirigir lo nacional popular en todo su abigarramiento fue su mérito a inicios del 2000; ahora parece estar flaqueando en esta capacidad. Retomarla, pues, demanda renovación.
Banalizada la necesidad histórica de renovación en un falso debate entre qué rostros y nombres dirigirán el instrumento, a modo de no perder la oportunidad, se debería repensar lo que entendemos por renovación y retomarla con caras al Congreso Nacional. En ese sentido, por renovación deberíamos entender un cambio de organismo. Una reingeniería política que mejore su funcionamiento, capacidad de lograr objetivos y de continuar creciendo. No debiera ser la lucha por el exilio entre generaciones, de lucha entre antiguas y nuevas organizaciones sociales, sino la búsqueda de complementariedad. Encontrar el lugar para ambas partes, reconociéndolas como vitales ante los nuevos desafíos; dándole el lugar a la experiencia de las históricas dirigencias y a los nuevos militantes de participar decidiendo. Quizás los antiguos liderazgos debieran confrontar el discurso de “renovación” como exilio de las dirigencias históricas con un discurso de renovación como búsqueda de complementariadad; lo otro es seguir enfrentándose con un sentir que no es menor.
En ese sentido, sin pretender reducir la complejidad de lo que debiera ser esta reingeniería política, tarea de los militantes que llevarán la voz de sus organizaciones al Congreso, me gustaría soltar algunas ideas al aire. Considero que lo siguiente es una tarea necesaria en la coyuntura actual, pero también con vistas a seguir construyendo un nuevo sistema social: debemos repensar y repensar la relación de las organizaciones sociales populares con el Estado. Algunos apuntes anclados en la coyuntura actual marcada por el Congreso:
1) Fue un logro histórico que campesinos y obreros pasen a la administración pública gracias al Proceso de Cambio. Las mujeres de pollera trabajando en su propio Estado fue símbolo de los cambios políticos que vivió el país. Sin embargo, a esta altura, debemos reconocer que es un engaño que el ingreso de individuos de las organizaciones sociales a la gestión pública basta para transformarla. Esto queda claro con la formación de gremios de funcionarios públicos que empiezan a valorar más su lugar de privilegio en la gestión que su vínculo con el Proceso de Cambio. Por otro lado, la creación de este nuevo interés en “militar” exclusivamente por tratarse de un vehículo para trabajar en el Estado. Esto último ha ocasionado una serie de corruptelas a la hora de vender abales y conflictos entre organizaciones. Hacer formal, transparente y equitativo estos procesos de vínculo entre las organizaciones sociales y la gestión pública, superando el modo actual, es urgente.
2) La elección en los órganos legislativos y ejecutivos debe responder a lógicas diferentes de elección. Para la elección de candidatos a las instancias legislativas nacionales (diputados y senadores) y departamentales (asambleístas y concejales) las elecciones tienen que ser de “abajo hacia arriba”, priorizando la democracia participativa; quiere decir como única medida el ampliado de las organizaciones sociales. Eso garantizará que los y las mejores dirigentes sean electos (siendo jóvenes o no tanto) a puestos de gobierno relacionados a un conocimiento arraigado en el territorio y sus necesidades. Estos candidatos sabrán pues catalizar las necesidades siempre cambiantes en cada región y podrán metabolizar mejor la participación social al contar con la legitimidad mayoritaria de su región. Para el órgano Ejecutivo, no obstante, esta lógica puede ser perjudicial. Como bien señaló Evo Morales, como ha sucedido en esta nueva gestión, si cada organización social cuotea un ministerio el resultado es que el gabinete no trabaja entre personas “de confianza” y que comparten una dinámica de trabajo; cada ministerio responde a intereses diferentes y, como hemos visto, no es raro que entre sí empiecen los conflictos. Para la elección de ministros y viceministros la elección tiene que ser de “arriba hacia abajo”, participando la dirección nacional de MAS, el presidente y el vicepresidente. Considero que esto posibilitará un ejecutivo más compacto y ordenado.
Se impone pues la necesidad de creatividad y estas son algunas de las cientas de posibilidades. Descartando las expresiones de oportunismos y arribismos, las nuevas y antiguas generaciones deberíamos salir del falso debate que busca que sean excluyente entre sí y pensar en transformar lo que viene fallando. De lo contrario se corre el riesgo del atrofio, la división y la crisis. Esperemos que como izquierda sepamos conjurar el desafío. El continente latinoamericano respira aires de cambio y lucha, y si bien la nuestra no es una constituyente en ciernes, al interior del bloque nacional popular también tenemos que renacer, renovar, con vistas al futuro.