El retorno a las aulas de millones de educandos de todos los niveles educativos en México ha significado una serie de retos que van desde los apremiantes quehaceres del hogar, que en muchos casos ha forzado el retorno de la pesada rutina matutina que durante los primeros años de pandemia se disipó en parte, así también, el inicio del nuevo ciclo escolar deja de manifiesto la reconfiguración de la organización de los saberes debido al replanteamiento que se hace desde la política educativa con la Nueva Escuela Mexicana.
La propuesta de reformulación de la educación –al menos así se propaga desde el poder- plantea la inclusión de una serie de conceptos y concepciones en torno a la función social de la escuela y su lugar en la comunidad, el poner énfasis a los procesos dialógicos (bajo la concepción de Mijaíl Bajtín) permitiendo la construcción de una lógica emergente en el seno mismo de los centros escolares, podría resultar una propuesta innovadora que dé paso a un camino reconstructivo desde la horizontalidad, deconstruyendo los tradiciones elementos de autoridad suprema muy arraigados aún en la educación.
La concepción de la educación como un derecho humano y su puesta cabal en práctica, también refiere a la necesidad de descolonizar las estructuras donde todavía se sustentan una serie de factores internos y externos que hacen de la escuela un reflejo de las desigualdades e injusticias sociales que por décadas se profundizaron en nuestro país, una situación general real, que va más allá de los discursos gubernamentales y de las negaciones opositoras, ya que guste a quien le guste, es palpable el nivel de abandono que en muchos rincones de la nación puede corroborarse en relación a la educación, siendo demostrable que para miles de mexicanos su derecho a recibir educación fue violentado.
El replanteamiento de la autonomía magisterial, de la centralidad de la comunidad como eje articulador de los procesos educativos, le revaloración de la ética y la moral como elementos formativos intrínsecos al resurgimiento de una ciudadanía crítica y participativa, pero con fundamentos sólidos ante los agravantes sociales (corrupción, por ejemplo) evitando la continuidad de la degradación espiritual humana, pudiera entenderse como una utopía, más si esta reformulación del ser y el hacer educativo no es acompañada de una erradicación social de las condiciones lacerantes en la vida en sociedad como son la pobreza, la explotación, la discriminación y la marginación. Es decir, sin cambios profundos en la realidad social es difícil esperar transformaciones palpables en la educación por encima de la parte discursiva. Ante todo, como si se tratara de un efecto colateral, la implementación de aquello que se nombra como la Nueva Escuela Mexicana, va generando una serie de reacciones que propician el debate, acercándose a ese añorado dialogismo, que puede contribuir a generar verdaderos cambios en los procesos de enseñanza-aprendizaje y en las condiciones estructurales de la educación, dejando atrás los vanagloriosos discursos y trasladando las acciones al campo de los hechos concretos.
La revalorización del magisterio advierte la necesidad de la incorporación de saberes multiculturales y prácticas autónomas con sustento en otras epistemologías que rearticulen la identidad y fortalezcan los derechos humanos de quienes estamos vinculados al quehacer educativo en toda la nación.
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