Carlos Roberto Gómez Beras (1959-) hace lo que sabe hacer bien su comunidad de origen: «Yo construyo libros» (Román Samot 2017). Fue lo que me dejó claro la primera vez que hablamos, osadamente, en una esquina de Santurce, en San Juan, Puerto Rico. Entonces, me trajo sus erratas, labradas en esa rama de la fe, […]
Carlos Roberto Gómez Beras (1959-) hace lo que sabe hacer bien su comunidad de origen: «Yo construyo libros» (Román Samot 2017). Fue lo que me dejó claro la primera vez que hablamos, osadamente, en una esquina de Santurce, en San Juan, Puerto Rico. Entonces, me trajo sus erratas, labradas en esa rama de la fe, la poesía, que es en la que se mueve como el pez en el agua. Ahora, le inspira -al mejor de nuestros poetas- el mejor de los poemarios de aquel otro, tan bueno como él: Octavio Paz (Árbol adentro, 1987).
Árbol, de Carlos Roberto, se compone de treinta y tres epigramas de tres versos (tercetos), prologado y epilogado por dos epigramas más del propio autor, de nueve versos cada uno. El tercer verso de cada uno de los treinta y tres tercetos es una pregunta en la que el poeta nos reta a contestar y conversar con él, o a continuar su conversa poética con Octavio Paz (México, 1914-1998).
Árbol, pues, es un conjunto de treinta y tres poemas de una sola estrofa en los que lo que Gómez Beras no dice, lo pregunta; y lo que pregunta, es -a lo Octavio Paz- el corazón secreto del poema. Gómez Beras, así, en sus tercetos, los de Árbol, hace una de dos cosas o dos cosas a la vez, o encierra los secretos del corazón del poeta, o los delega en sus lectores, o ambas. Si la segunda, os corresponderá a sus lectores responder a sus preguntas, tal vez con un poemario como respondió Carlos Roberto al Octavio de Árbol adentro.
En el «Prólogo» de Árbol, el poeta se muestra receptivo a cada uno de tus gestos, los vuestros, como lector de su trabajo o quehacer poético. Carlos Roberto, se vale de la metáfora con el árbol y la caída de sus hojas en el otoño, y nos invita a cubrirle en su desnudez, sí, con la esperanza de que tú, yo, cualquiera de sus lectores, le ofrendamos «tus caminos, y yo, uno de los universos». En sí, así, «Prólogo» es una invitación al sexo, al polvo, una muestra de deseo, de amor, y de respuesta al hecho de que en la intimidad del silencio se suspira, se respira profundo, se profundiza.
Cabe destacar, que los treinta y tres tercetos de Gómez Beras en Árbol, encierran una paradoja. Me refiero a que en su tercer verso nos retiene con una pregunta. Así, en el primer terceto, el poeta cierra su terceto haciéndonos, cual lectores, la siguiente pregunta: «¿Es la luna el sol de los amantes?» Es la pregunta que subyace al hecho que el poeta, en los dos tercetos previos del poema, nos transforma su mano en pájaro que se anida a manera de sombra en nuestro vientre.
En el quinto de los tercetos, Gómez Beras pasa a preguntar: «¿O es el poeta que vuelve al silencio?» Es una pregunta capciosa, pues es una pregunta alternativa, escrita en la alternativa, a la premisa que subyace en los dos primeros tercetos del poema. Y en esa premisa, el poeta nos relata que ha sacado su espada a cantar y nos ha cantado, y tras su humedad, su desborde, ha regresado a su funda. No perdamos, sin embargo, de perspectiva que la palabra «silencio» tiene en el prólogo un significado, deshojado.
En el terceto diez, Carlos Roberto se pregunta si: «¿Hay códices que no deben entenderse?» En este poema es la mano de la amante, ella, la que lleva la voz cantante, y la que dice «adiós». Se delata así la complicidad del hecho de la reciprocidad, del juego doble, de la invitación al polvo a dos, no a uno. Pero también, por qué no, el hecho que, si la espada del poeta no canta, se deshoja, la amante retiene el poder de darse así en sus manos, gloria, gloria y placer.
El terceto quince, por su parte, es un canto a la soledad del poeta, pero a su vez, un reconocimiento al lecho que dos mujeres comparten con, entre caricias. El poeta, te pide, se pregunta si serás tú quien se ha de encontrar con él «detrás del espejo». El silencio, el árbol deshojado, es algo que pueden compartir o que se puede compartir junto a las caricias, y en ausencia, en la ausencia del poeta que se pregunta: «¿Quién me espera a mí detrás del espejo?»
Es, sin embargo, en el poema veinte, donde resurge la memoria, el recuerdo, de esa imagen que dimana de la retentiva del encuentro entre manos que no vemos, pero que todos recordamos llega, pasa. El poeta se pregunta, te pregunta: «¿Hacia dónde emigra este pájaro tierno?» La respuesta es el título del poemario, y del poema que le da título al mejor de los poemarios de Octavio Paz, Árbol adentro. En tal sentido, «pájaro tierno» son dos palabras que tienen un mismo significado poético.
Carlos Roberto, en el terceto veinticinco se compara. Lo hace con él y su sombra. Se define poeta, y se reconoce paria, «paria herido», «sombra que cojea» y se desvive, «extraviado». La pregunta que te, que nos hace, la que subyace es: «¿Es un paria herido o un poeta escribiendo?» Pienso que son las dos cosas; Embajador Cultural y poeta, en la vida de Carlos Roberto, no se contraponen. También, pienso que como en el Árbol adentro de Paz, Carlos Roberto encierra sus secretos dentro de su coraza. Es la poesía, pues, otra manera de responder a la realidad del lugar y el tiempo que viven los poetas, o que vive cada poeta.
En el terceto treinta, Gómez Beras juega con las palabras. Se pregunta, te pregunta a tu oreja: «¿Cuánto tarda la respuesta de una estrella?» Le hace, sí, previa consulta con vos, su lector/a, su cómplice. ¿Quién mejor que vos para conocer su cuerpo, su punto culminante, si te provoca o no, y lo que, cómo o quién te / lo provoca?
Finalmente, en el «Epílogo» de Árbol, el poeta se confiesa onírico: «sueña que me sueñas». Lo hace en silencio, deshojado, «anclado/ a la tierra de mi cuerpo/ tiemblo en tu herida». Es ahí, en el cuando no da más, que el poeta padece, sufre, «sueña que me sueñas». Compara el momento, su corrida, con la muerte y, a su vez, con la vida. La muerte, será un instante; la vida, tu envidia, su desborde, su mayor derrota ante ti.
Si lo lees, al Árbol de Gómez Beras, date el gusto, refléjate. Ten presente que Carlos Roberto sobrevivió y superó por mucho, con su poemario, al poeta en el que se supo ver. Ese será, en todo caso, tu devenir, devenir poeta, sobrevivir tu tiempo, ocupar tu lugar. Por ahora, ese espacio está más que bien ocupado; sobreocupado, dejaría dicho yo, con y por nuestro paisano, Carlos Roberto Gómez Beras.
Referencias
Octavio Paz, Árbol adentro (España: Seix Barral 1987). ISBN: 8432205753
Wilkins Román Samot, «Reseña de Errata de fe de Carlos Roberto Gómez Beras», en Rebelión, España, 16 de marzo de 2017 (http://www.rebelion.org/
Wilkins Román Samot, Doctor de la Universidad de Salamanca, donde realizó estudios avanzados en Antropología Social y Derecho Constitucional.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.