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Reunión Trump-AMLO: una visita inoportuna

Fuentes: Rebelión

Es significativo que el primer viaje al exterior que emprende el presidente mexicano sea al Norte Imperialista y no al Sur de Nuestra América.

La “visita de trabajo” oficial del presidente mexicano al norteamericano D. Trump en Washington no podía ser más inoportuna e insensata ante la serie de agravios e insultos racistas y xenófobos que el magnate de la Casa Blanca ha proferido —y profiere— contra los trabajadores mexicanos indocumentados y, en general, contra el pueblo y la ciudadanía de México, pero también ante la emergencia sanitaria que experimentan los pueblos de ambas naciones. Por supuesto que fue necesaria e importante para la media docena de magnates empresariales invitados al cónclave (Carlos Slim, Carlos Hank González, Ricardo Salinas Pliego, Olegario Vázquez, entre otros); aunque no así para los miles de reclamantes y las organizaciones mexicano-estadunidenses y de derechos humanos que solicitaron entrevistas para exponer sus problemáticas que fueron desatendidas.

Un detalle que llamó la atención es el uso que el presidente Obrador hizo por primera vez de un cubre-boca en su viaje que no pudo disimular, cuando siempre se negó a hacerlo, incluso en las diversas concentraciones donde realiza sus frecuentes “giras de trabajo”, en lugares públicos o espacios cerrados, con todos los riesgos sanitarios que esto implica para la población, sobre todo, la oriunda en los lugares donde prevalecen condiciones sanitarias precarias o insuficientes, y que fue motivo de preocupación en varias ocasiones en círculos internacionales como la OMS. También se ventiló que, previo a su cita en Washington, se aplicó la prueba contra el Covid-19 para garantizar a su anfitrión que estaba libre de la infección, a pesar de que Trump milita en la “corriente negacionista” de esta enfermedad que tilda de “virus chino” o “pandemia china”, como un pretexto para mantener en funcionamiento la economía capitalista fuera de la sana distancia y del confinamiento de la población.

López Obrador y la Cancillería justificaron el viaje indicando que era para mostrar su agradecimiento personal a Trump por la firma del pro-empresarial T-MEC. Ante un argumento tan somero se llegó a afirmar en los medios de comunicación que en realidad no fue invitado, sino citado para comparecer ante la Presidencia Imperial como lo hace la mayoría de los mandatarios del Tercer Mundo que, tarde o temprano, muestran dócilmente sus buenos oficios ante el Gran Señor Imperial que se siente el “mandamás del mundo” y a quien se le debe rendir pleitesía para no ser sancionados, es decir, castigados ante cualquier indicio de desobediencia.

El primer ministro canadiense, tercer invitado al cónclave, se dio el lujo de “disculparse” por no asistir con el argumento de que ya que tenía «reuniones ministeriales previamente establecidas, así como sesiones parlamentarias”, a sabiendas de que era un “acto tripartita” que se justificaba con motivo de la celebración de la firma del mencionado Tratado. Pero detrás de esta “disculpa diplomática” de no asistencia a la reunión Trump-AMLO para validar el T-MEC, y de la afirmación en conferencia de prensa de Trudeau de que “todavía estamos discutiendo con los estadunidenses si una cumbre trilateral la próxima semana tiene sentido”, destaca la preocupación canadiense respecto a que todavía no se resuelve —y está en discusión y con altas probabilidades de prosperar— el tema de la amenaza de imposición de aranceles al acero y al aluminio por parte de Estados Unidos, cuestión que en el futuro también podría afectar a México, además de otras relacionadas con el problema de la pandemia que ni siquiera constituyeron preocupaciones para la contraparte mexicana a pesar de los estragos que ya causa la infección en ambos países.

Borrando de un plumazo la memoria histórica de agresiones y amenazas imperialistas contra el pueblo mexicano, y en medio del festín de loas, abrazos y apapachos entre los presidentes, López Obrador reconoció en Trump un hombre que es “Respetuoso de la soberanía mexicana y de los mexicanos en Estados Unidos” [¿?]…“Hemos recibido de usted comprensión y respeto” [¿?]. El presidente olvidó su libro ¡Oye, Trump! que presentó en Los Angeles Theatre Center el 29 de agosto en Los Ángeles, California, donde denunciaba el muro, la subordinación de Peña Nieto a los dictados de Washington y comparaba a Trump con Hitler. Pero como ahora son “nuevos tiempos” (los de la 4T) también sacó de su vocabulario a la “mafia del poder” con la que caracterizaba, y escribió uno que otro libro, a una fracción de empresarios corruptos y a la entonces burocracia política dominante en México, de la que hoy muchos de sus integrantes figuran en las filas de su gobierno y de su partido.

También hizo amnesia de la intensa política, agresiva y militante anti-migratoria de Washington contra los trabajadores indocumentados y los mexicanos que quedaron fuera de la agenda debido a que, sugirió Obrador, no se iba a caer en “provocaciones”. Los reflectores se concentraron en el trasnacional negocio del (recién) firmado T-MEC que no es otra cosa más que el viejo, reciclado y ampliado TLCAN con algunos agregados de artículos y cláusulas, y todavía más favorable para el gran capital privado trasnacional y para el incómodo vecino del norte, pero que, para los mandatarios, es casi una bendición y una “tablita de salvación” de las economías de sus países ignorando completamente la profunda dependencia histórica y estructural que México guarda respecto a la economía imperialista de Estados Unidos.

Curiosos argumentos muy similares a los esgrimidos, en su momento, en el pasado de la época salinista, para justificar el Tratado de Libre Comercio, cuya entrada en vigor el 1 de enero de 1994 causó, entre otras cosas, la insurrección zapatista en el Sureste del país. Dos años antes el presidente Salinas pronunció un discurso, el 12 de agosto de 1992, con motivo de la culminación de las negociaciones del Tratado con Estados Unidos y Canadá. Jubiloso y optimista en esa ocasión dijo: “…el Tratado significa más empleo y mejor pagado para los mexicanos. Esto es lo fundamental; y es así, porque vendrán más capitales, más inversión, que quiere decir más oportunidades de empleo aquí, en nuestro país, para nuestros compatriotas. En palabras sencillas, podremos crecer más rápido y entonces concentrar mejor nuestra atención para beneficiar a quienes menos tienen”, y reiteró que “…el Tratado nos permitirá crecer más rápido, tener más y mejores empleos y, sobre todo; competir mejor”.

La realidad es que el país no sólo no fue beneficiado, como ocurrió con los grandes ricos y las trasnacionales estadunidenses; sino que el gran perdedor fue, como siempre, el pueblo trabajador, sobre todo los campesinos, los pequeños agricultores y ejidatarios, víctimas de las políticas subsidiarias y proteccionistas del gobierno norteamericano, además de la profundización de la dependencia agrícola y alimentaria de las importaciones preferentemente estadunidenses. ¡La gran tajada de león, pues, como siempre, para el gran vecino del norte!

La superexplotación del trabajo y los bajos salarios, la precariedad laboral, la desprotección sindical y las políticas de despidos por parte de la patronal, son las marcas preferenciales que le imprimió el viejo TLCAM al mundo del trabajo mexicano que se constituyó en fuente de superganancias extraordinarias para los empresarios privados y las trasnacionales estadunidenses que continúan siendo los privilegiados del “nuevo” T-MEC.

Estos mismos slogans, más que argumentos: “más empleo”, “mejores salarios”, “más capital extranjero”, más “inversión”, “crecimiento económico”, “competitividad”, “beneficio a los que menos tienen”, etc. etc., etc., los volvemos a escuchar 26 años después, pero ahora en el reciente cónclave de los presidentes celebrado en la capital estadunidense.

Las violentas expulsiones de mexicanos y de otras nacionalidades a Mexico; la prisión de que son víctimas los hijos menores de trabajadores indocumentados tratados como criminales confinados en campos de concentración que recuerdan las atrocidades cometidas por los nazis; la amenaza de construir el muro de la ignominia de que se enorgullece y nos recuerda constantemente Trump y sus halcones a través de sus fatídicos twitters; los crecientes intentos de desaparecer las “ciudades santuario” (sanctuary city) que protegen de posibles deportaciones a los inmigrantes— solo impedidas hasta ahora por la intervención y decisión judicial— lo mismo que el Programa denominado Acción Diferida para los Llegados en la Infancia o DACA (Deferred Action for Childhood Arrivals) cuyo propósito es beneficiar a los inmigrantes no documentados que llegaron de niños a Estados Unidos y que cuentan con un cierto nivel educativo conocidos como “dreamers” o soñadores; el contrabando de armas y el narcotráfico, entre otros temas candentes y urgentes, todo esto fue simplemente echado a la borda por los mandatarios que continuaron en su mutuo festín de abrazos y amiguismo en medio de la terrible pandemia de la COVID-19 que azota y mata a miles y miles de personas en ambos lados de la frontera, pero que para los mandatarios simplemente es una nota al pie de página. Incluso esto llevó recientemente a la OMS a lanzar una fuerte advertencia a México por su “apresurado desconfinamiento” y señaló que se convirtió en el quinto país del mundo con más defunciones por motivo de esa enfermedad sólo después de Estados Unidos, Brasil, Reino Unido e Italia donde se han registrado importantes rebrotes de la enfermedad (Contralínea¸10 de julio de 2020)

Más que inocencia o simple galantería, la moraleja que se desprende del hecho de no tratar estos espinosos y candentes asuntos consiste en advertir que hubo un acuerdo previo entre presidentes y cancillerías para no explicitar el verdadero y oculto objetivo estratégico de la reunión: la reelección de Trump en noviembre, cuyas posibilidades de triunfo, según las encuestas y como vaticinan los expertos, se ven cada vez más lejanas. Y no es que del lado mexicano esto no se hubiera advertido a sabiendas de que constituía el objetivo no explícito por la contraparte norteamericana y que se iba a utilizar con esos fines a favor del magnate presidencial, sino que no se hizo nada para evitarla y postergarla para otro momento —quizás más favorable a nuestro país— incluso cuando la mortal pandemia fuera superada o por lo menos controlada.

De aquí la molestia de los demócratas, cuyo candidato presidencial va al alza, porque interpretaron justamente la presencia de López Obrador como un apoyo “incómodo”, implícito, a Trump, y por el desdén para reunirse con su dirigencia y con otras fuerzas de trabajadores mexicanos migrantes, o no, que así se lo solicitaron previamente sin haber recibido una favorable respuesta.

Uno de los argumentos que esgrimió el gobierno mexicano para justificar el “buen trato” dado por Trump al país es que esto ocurre a partir de que López Obrador asumió la presidencia de la República. Y esto no fue bien visto por quienes apostaban a que se crearan divisiones entre los presidentes. Sin embargo, lo cierto es que, si bien ha habido cierta moderación por parte del magnate de la Casa Blanca, seguramente por motivos electoreros, respecto a sus injurias, insultos e improperios contra el pueblo mexicano y por extensión a los latinoamericanos, esa actitud obedece, en parte, al hecho de la sumisión que el gobierno mexicano ha mostrado al de Estados Unidos, por ejemplo al plegarse a —y adoptar— la política anti-inmigratoria de Donald Trump y convertirse, en los hechos, en un “tercer país seguro” para lo que utiliza a la recién creada Guardia Nacional, no tanto para resguardar la seguridad de los mexicanos como era su objetivo inicial, sino para custodiar las fronteras y bloquear el paso de los inmigrantes indocumentados a Estados Unidos.

Como siempre, la justificación para este proceder es evitar o por lo menos amainar las amenazas, que Trump llama sanciones como las que impone contra Venezuela, Irán o Corea del Norte, de gravar con impuestos, como castigo, a las exportaciones, si el país no se somete y acata sus políticas que considera pertinentes en el marco de sus intereses imperialistas y geoestratégicos hoy expresados en su sentencia unilateralista y supremacista: First America.

El efímero paso de López Obrador por Estados Unidos no resuelve los Grandes Problemas Nacionales, recordando a Andrés Molina Enríquez cuando en este libro criticaba al dictador Porfirio Díaz; como tampoco las graves y profundas contradicciones históricas entre ambas naciones, caracterizadas por la profunda dependencia y subordinación de México a Estados Unidos y que para este aquél constituye su “patio trasero”, al igual que los demás países de Nuestra América que son usados como simples prolongaciones de su territorio.

Detrás del optimismo panglossiano y el amiguismo aplaudidos por cierta prensa internacional y nacional y una intelectualidad afín al T-MEC, perviven los graves y enormes estragos de la pandemia mortal que ya ha causado cerca de 200 mil muertes y más de 3 millones 600 mil casos en ambas naciones; incrementos inusitados de la pobreza y pobreza extrema, precariedad laboral y arrojado a la calle a millones de trabajadores sin que se vislumbre una pronta recuperación de la economía capitalista mundial y local en esa parte de la llamada América del Norte.

De hecho una vez pasada la reunión entre los presidentes, Trump declaró que no se desdecía de sus afirmaciones del pasado y que continuará con la construcción del muro de la ignominia, a pesar de la oposición existente entre las comunidades hispano-mexicanas en Estados Unidos, de organismos de derechos humanos, colectivos de trabajadores y parlamentarios. Pero como dijimos todo esto quedó de lado en función de concentrarse en el objetivo mayor que es el T-MEC.

Todo indica, en suma, que se trató de una visita inoportuna que ahora, algunos días después, el magnate de la Casa Blanca, está usando a favor de su incierta reelección.

Adrián Sotelo Valencia. Sociólogo, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.