A pesar de la debacle de tres elecciones perdidas y la constatación de contar con un liderazgo signado por una indeclinable medianía, la derecha boliviana cosecha hoy sus primeros frutos, después de un lustro más bien opaco y tenue en pulsiones vitales. El proceso discurrió como intenta explicarse a continuación. Luego de terminado el pacto […]
A pesar de la debacle de tres elecciones perdidas y la constatación de contar con un liderazgo signado por una indeclinable medianía, la derecha boliviana cosecha hoy sus primeros frutos, después de un lustro más bien opaco y tenue en pulsiones vitales.
El proceso discurrió como intenta explicarse a continuación.
Luego de terminado el pacto con el Movimiento Al Socialismo, el Movimiento Sin Miedo reclama para sí la adhesión al proceso de transformaciones iniciadas a mediados de década pasada y su distanciamiento paralelo con relación al gobierno del MAS. Reclamaba, pues, ser una alternativa de izquierda a la gestión de Evo Morales.
Sin embargo, bien pronto, y ante la falta de definición de una estrategia política clara que le permita al electorado discernir el proyecto político encarnado por este partido, a lo que se suma la efectiva estrategia del MAS de copar el centro político, se comienza a percibir el nacimiento de un cisma que poco a poco irá cercenando todo su potencial político-electoral. Las dos tendencias en las que encarna este fenómeno estuvieron encabezadas por Del Granado y la vieja guardia, por una parte, y Revilla, por la otra. Los primeros representando mucho de lo diera origen al partido, en tanto que la segunda implicaba ya la indiferenciación entre gestión y política, con todas las consecuencias que ello tiene para cualquier proceso de transformación socio-política profunda, tendiendo así a una concepción burocrática -en el sentido weberiano del término- de la práctica política. Por este tipo de razones, Revilla demostró tener la consistencia ideológica propia de una veleta, constituyéndose en el vínculo que pretendió acercar al MSM a sectores con los cuáles habían jurado no juntarse, enviando una señal de poca claridad al electorado.
Si a esto se suman errores casi infantiles cometidos por Del Granado, como el de pretender haber obtenido un blindaje ante temas de naturaleza tan sensible como el debate sobre la definición de la sede de gobierno, o la errónea definición de la candidatura a la vicepresidencia -Adriana Gil no tiene base territorial ni social sólida-, parecía que todo, incluso los propios esfuerzos, confabularan en pro de la derrota. Tampoco mostraron tener capacidad para comprender que la mayoría de la población boliviana valoraba positivamente la estabilidad -económica y social- que se había ido configurando en los últimos años y que no estaba dispuesta a un cambio con destinos tan inciertos como los que el MSM pretendía ofrecerle.
Esta contradicción entre lo que parecía indicar la trayectoria partidaria previa -una postura de centro-izquierda- y el insinuante acercamiento con la derecha propiciado por Revilla, termina por minar la base electoral que había sido construida a lo largo de más de una década, pues está claro que los votantes que habían optado por este partido en elecciones previas, hoy se encontraban ya con una deformación mal compuesta.
¿El corolario? Ya todos lo saben: el partido perdió su sigla y Revilla inicia una carrera personal a la cual, al parecer, se sumará la gente del otrora partido con mayor institucionalización en el país. Si en algún momento se pensó en la emergencia de una oposición de izquierda al MAS, eso parece estar hoy demasiado lejos.
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