Rosario Ibarra de Piedra dejó vida y familia en Monterrey en 1975 cuando decidió que nunca dejaría de buscar a su hijo, Jesús Piedra Ibarra, capturado a los 21 años por elementos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), trasladado al Campo Militar Número Uno y, a partir de ahí, desaparecido.
Una noche se lo comunicó por teléfono a su esposo, el doctor Piedra Rosales. “Lo voy a encontrar, papi”, le dijo. Él estuvo de acuerdo: “Cuando des con él, dime ¡Eureka! (he hallado, en latín); así sabré que lo has encontrado”. De ahí salió el nombre del Comité ¡Eureka!, que primero se llamó Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos.
La gran luchadora murió ayer a la una, sin haber desentrañado la verdad sobre el paradero de su muchacho y de muchos como él, a quienes adoptó como propios y acogió en su corazón de madre.
Se lo preguntó a Luis Echeverría, a José López Portillo, a Miguel de la Madrid, a Carlos Salinas, a Ernesto Zedillo, a Vicente Fox, a Felipe Calderón… sexenio tras sexenio hasta que le dieron las fuerzas. A todos les reclamó y exigió: “Si cometió un delito, júzguenlo, yo sólo quiero saber dónde lo tienen”. Acudió a todos los procuradores de esas épocas, a todos los secretarios de Gobernación, a cientos de prisiones, ministerios públicos y morgues. Se ponía mucho rímel, me contó un día, “para obligarme a no llorar frente a esos señorones del poder”.
Pelear sin odio
Abrió la brecha en la lucha por los derechos humanos desde los años 70 del siglo pasado. “Peleaba sin odio”, dijo Gabriela Mistral sobre José Martí. También se aplica a esta mujer norteña, indoblegable, elocuente, que empezó exigiendo la aparición con vida de su hijo Jesús, y así siguió, por décadas, alentando y formando el río de madres, esposas y hermanas de las víctimas de ese crimen de Estado que en el México de 2022 sigue impune.
Pero no fue a raíz del secuestro y desaparición de Guli (así le decían en casa a su hijo de 21 años) que Rosario, la doña, empezó su camino. Antes, con su esposo, el doctor Piedra, había participado en las protestas por los presos políticos del 68, los asesinatos del Jueves de Corpus en San Cosme y la desaparición de los primeros guerrilleros del Frente de Liberación Nacional (FLN) en Chiapas.
Cuando Jesús cayó en un operativo contrainsurgente sin que policía o Ejército reportaran su captura, su madre se trasladó de Monterrey a la capital para buscarlo, dejando atrás a sus otros hijos, su marido y su casa.
Se empezó a tejer la red
Poco se sabía en esa época de la operación de la Brigada Blanca, grupo ilegal que actuaba como escuadrón de la muerte bajo las órdenes del director de la DFS, Miguel Nazar Haro.
Y aquí se quedó, dispuesta a llegar hasta la verdad sobre el paradero de Jesús, con ese rostro de muchacho que se nos hizo tan familiar, porque Rosario lo llevaba siempre en el pecho, en grandes medallones que ella elaboraba, sobre sus vestidos negros, expresión de un luto que nunca se cerró.
Un día, cuando esperaba informes frente al portón del Campo Militar Número Uno, encontró a otra mujer, morenita y amable, que preguntaba también por su esposo. Se llamaba Celia Piedra: “Compartimos apellido y dolor, pero no somos parientes”. Sin embargo, se hicieron hermanas. Luego hallaron a otra mujer, y a muchas más, de Chihuahua, Sinaloa, Guerrero, Jalisco, Sonora, Oaxaca, otras familiares de personas detenidas-desaparecidas. En esa época ni siquiera estaban acuñados los términos derechos humanos ni desaparición forzada.
Se empezó a tejer la red y a construir la causa. El lema “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” empezó a ganar terreno en las calles y las plazas. Nació el Comité Eureka en 1977, años antes de que sus compañeras de ruta, las argentinas Madres de la Plaza de Mayo, se plantaran con sus pañuelos blancos en la Casa Rosada de Buenos Aires. Desde los despachos de los funcionarios, en los dos países, las empezaron a llamar “locas”. Los que simpatizaban con ellas las llamaron “las doñas”.
En su libro Fuerte es el silencio, la escritora Elena Poniatowska relata las extenuantes correrías de Rosario para acercarse a mandatarios y jefes. Y recoge esta declaración de ella: “Yo sigo yendo y viniendo, hago lo imposible, lo haré hasta que muera. Un hijo de Echeverría me dijo, chanceándome: ‘Señora, es usted más terca que una mula coja’. Moriré terca, pero no puedo ser más que terca; aunque mi hijo esté muerto, tercamente seguiré para que vuelvan los demás, aparezcan los otros jóvenes, que también son Jesús, mi hijo, mis hijos”.
“Pinche vieja loca”
Poniatowska fue de las muy pocas periodistas que se lanzó a reportear la huelga de hambre que convocó Rosario al frente del Comité Eureka de madres de desaparecidos de la guerra sucia en el atrio de la Catedral Metropolitana en 1983. Este movimiento, hostigado día y noche por elementos de la policía y la DFS, fue ignorada por los medios de comunicación, por lo que Elena decidió invitar un día a José Pagés Llergo, director de la revista Siempre, al plantón. “Me dijo textualmente: ‘pinche vieja loca’. Nunca supe si se refería a mí o a ella, más bien creo que a ambas. Rosario rompía los cánones, estaba en la oposición, se salía del huacal”. Eran los años álgidos del terrorismo de Estado.
Una regla de oro de ese movimiento fue la civilidad. Luchaban, tomaban las calles, iban a todas las marchas, esgrimían banderas, mantas, ideas, exigencias, razones.
“Nosotros, que fuimos las primeras en sufrir el secuestro de nuestros hijos, y peor aún, que fue el Estado quien nos los secuestró, seguimos esperanzadas y luchando, pero sin odio, sin pedir que torturen a los torturadores ni que les apliquen la pena de muerte a los responsables de la desaparición forzada”, decía. La pelea sin odio.
Esa pelea salvó la vida a algunos. Es el caso de Mario Cartagena, El Guaymas (1952-2021), guerrillero de la Liga 23 de septiembre. En abril de 1978 cayó gravemente herido en un enfrentamiento en la Ciudad de México. Miembros de la Brigada Blanca lo secuestraron de la Cruz Roja. Su madre y Rosario Ibarra se movilizaron rápidamente y al día siguiente, más de 5 mil telegramas aterrizaban en el escritorio del Presidente, exigiendo su presentación con vida, que se logró de inmediato.
De las calles, Rosario y las doñas pasaron a la lucha política para dar relevancia a su causa. Así fue como en 1982 y en 1988 Rosario fue postulada por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), de corte trotskista, a la Presidencia. En 1985 fue diputada federal y en 2006 y 2012 fue senadora por el Partido de la Revolución Democrática, desde donde brindó su apoyo a las sucesivas candidaturas de Andrés Manuel López Obrador.
Antes, en 1988, a raíz del fraude electoral cometido por el salinismo en contra de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Ibarra, por el PRT, y Manuel Clouthier, por Acción Nacional, apuntalaron las protestas de Cárdenas contra el fraude.
Levantamiento del EZLN
En 1994, el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en Chiapas tocó las fibras del corazón de Rosario y varias doñas, que de inmediato se apersonaron en la zona de los insurgentes para brindar su abrazo y su apoyo. En su pequeño departamento en la Condesa, las doñas se reunían para discutir todo tipo de gestos de solidaridad, y en la cocina Rosario preparaba un fantástico manchamanteles, que fantaseaba algún día poder compartir con el subcomandante Marcos.
Como el levantamiento coincidió con la segunda campaña presidencial de Cárdenas, éste decidió viajar hasta Guadalupe Tepeyac, en Ocosingo, para dialogar con el EZLN. Rosario iba a su lado. La visita no resultó bien, ya que la presencia del candidato fue recibida con hostilidad por el subcomandante. De regreso de la selva a San Cristóbal, Cárdenas y la señora Ibarra viajaban tranquilos en la cabina de un camión de carga, discutiendo el fondo del mensaje (o “regaño”) de los zapatistas, que ambos habían comprendido sin rencor.
En 2003, por las denuncias de la señora Ibarra, fue detenido Nazar Haro, ya octogenario, señalado por la desaparición de Jesús Piedra e Ignacio Salas Obregón, pero después de un corto tiempo fue liberado y exonerado.