En tiempos en que las relaciones de autoridad en las aulas de todos los niveles educativos de nuestro país aparecen seriamente cuestionadas, la fiebre mundialista nos mostró un camino alternativo a tener en cuenta, y que seguramente, nos brinda algunas herramientas para reflexionar sobre nuestras prácticas cotidianas como trabajadores de la educación. En efecto, la […]
En tiempos en que las relaciones de autoridad en las aulas de todos los niveles educativos de nuestro país aparecen seriamente cuestionadas, la fiebre mundialista nos mostró un camino alternativo a tener en cuenta, y que seguramente, nos brinda algunas herramientas para reflexionar sobre nuestras prácticas cotidianas como trabajadores de la educación. En efecto, la particular relación entablada entre el técnico de la Selección Argentina de fútbol y sus dirigidos, desde una lectura de lo publicado por los distintos medios de comunicación, fue mutando vertiginosamente. De ser considerado el entrenador una persona maleable y poco menos que un subalterno de la figura del plantel, Messi, pasó a ser visto como una pieza central en el andamiaje del funcionamiento del equipo que llegó a la final de un Mundial luego de 24 largos años.
Entendemos que el hecho de haberse posicionado políticamente a favor del Gobierno Nacional le granjeó a Sabella una buena cantidad de antagonistas en los medios monopólicos de comunicación, quienes se encargaron de repetir hasta el hartazgo la imagen en la cual, por ejemplo, vemos a Lavezzi mojándolo, cuando este le estaba dando unas indicaciones. Con el correr de los días, y de los triunfos, se empezó a comentar que en verdad el delantero era el bromista del grupo, e incluso el propio técnico le quitó dramatismo cuando le consultaron en conferencia de prensa sobre el episodio. Asimismo, en dos partidos hubo efusivos abrazos entre ambas personas luego de sendos triunfos del representativo nacional, con lo cual las especulaciones quedaron olvidadas.
Luego de ver esas escenas, me vinieron a la mente algunas similitudes con la docencia actual. Una de ellas es que ya no basta con el hecho de ser docente (o entrenador) para poseer el inmediato respeto del alumnado (o sus jugadores). Esa palabra mágica en la actualidad se obtiene a través del trabajo cotidiano, de la escucha, de la consideración hacia el otro, en síntesis del intercambio generoso, hospitalario y respetuoso entre ambas partes. Es que, en tiempos de modernidad líquida, al decir del reconocido sociólogo Bauman, instituciones percibidas durante largos años como centrales para el mantenimiento de lealtades, derechos y obligaciones, se desmoronaron ante los dictámenes del dios mercado. Una de esas instituciones fue la escuela, y el halo de autoridad que envolvía cada acción del maestro fue evaporándose. Considero que es la institución educativa la que debe adaptarse a todos estos cambios que nos encontramos transitando, y que tienen un fuerte correlato en los vínculos entre las generaciones. Otra semejanza, y conectada con lo dicho anteriormente, radica en la construcción de una autoridad democrática, modo visto con enorme desconfianza por importantes segmentos de nuestra población, tanto en el plano de la docencia como en el futbolístico. De hecho, en este último aspecto, en los primeros partidos del Mundial un diario digital se encargó de realizar una encuesta con la pregunta respecto a si Sabella había perdido la autoridad en el grupo, ganando la opción afirmativa con un 52% de los votos.
En el plano educativo, es común escuchar que los docentes en la escuela han perdido autoridad y deben imponerla a como dé lugar para volver a los tiempos de «oro» de nuestra educación. Se trata de una visión nostálgica, elitista y ahistórica que impide adaptarse a los tiempos que corren en pos de un tiempo dorado en el que la mayor parte de los chicos estaban fuera de la escuela. Por mi parte creo que esa autoridad sólo puede establecerse de modo democrático, dando oportunidades, no penalizando (valga otra referencia futbolera), sino otorgando pases gol para que todos nuestros alumnos (y jugadores) puedan destacarse en sus particularidades, que deben ser respetadas y valoradas y no homogeneizadas como antaño, para poder hacer de la educación algo verdaderamente emancipador.
Iván Pablo Orbuch. Profesor de Historia (UBA-UNLZ-UNDAV)
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