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Sagrado y obsceno en Bolivia

Fuentes: Rebelión

En noviembre de 1532 en la ciudad de Cajamarca el inca Atahualpa, ultimo mandatario indígena, confiado en su fuerza de 4.000 guerreros (que dejó atrás cuando fue a entrevistarse con Pizarro) cayó en una emboscada que le tendieron los españoles con apenas 168 hombres y 62 caballos; eso sí, armados con arcabuces y dos pequeños […]

En noviembre de 1532 en la ciudad de Cajamarca el inca Atahualpa, ultimo mandatario indígena, confiado en su fuerza de 4.000 guerreros (que dejó atrás cuando fue a entrevistarse con Pizarro) cayó en una emboscada que le tendieron los españoles con apenas 168 hombres y 62 caballos; eso sí, armados con arcabuces y dos pequeños cañones.

En noviembre 2019, Evo Morales primer mandatario indígena 5 siglos después, confiado en el apoyo mayoritario del pueblo y en la bonanza que gozaba Bolivia, cayó en una emboscada política de la derecha con la ayuda, no faltaba más, del gobierno gringo y su funesta OEA. El derrocamiento de Evo, como el de Atahualpa, se iniciaron como golpes de mano, operaciones de comando.

Y en ambos casos la Biblia estuvo en primer plano simbólico del conflicto, como símbolo anti indígena del más obsceno cristianismo, aquel de «mátenlos a todos que Dios reconocerá a los suyos», el de la quema de brujas y el genocidio americano. Peor aún, los golpistas arremetieron contra la Pachamama, la Madre Tierra, divinidad que representa al planeta y la vida que sustenta, hoy un concepto de importancia y urgencia universal.

En efecto, la gran mayoría de los científicos hace tiempo que advierten sobre el riesgo de extinción de la especie bajo el capitalismo neoliberal y señalan el cambio climático como expresión de ese peligro. Por eso hace tiempo que la Pachamama dejó de ser un concepto exclusivo de los indígenas andinos, para ser adoptada por millones de latinoamericanos y personas que en el mundo admiran a Evo Morales por promover leyes para dar personalidad jurídica y derechos a la Madre Tierra y sus criaturas.

Contra esos tan actuales valores milenarios avanzaron los golpistas, Biblia en mano, proclamando su desprecio por los indígenas (60% de la población boliviana) en una repetición del intento secesionista de la «Media Luna» en 2008, con persecuciones, apaleos y masacres. Esta vez con la complicidad de la jerarquía militar que, a pesar del tradicional heroísmo de los soldados bolivianos, ha perdido todas las guerras y sólo ha ganado batallas contra su propio pueblo.

Este obsceno «Cristianismo del Siglo 21» tiene en su haber la reciente conversión a los evangélicos de Jair «Mesías» Bolsonaro y su bautizo en el rio Jordán, en mayo 2016, antes de su campaña presidencial. Originalmente ultra católico, este defensor de la tortura, la misoginia y el racismo, ganó la presidencia con el apoyo de los evangélicos que tienen en Brasil 6000 templos, un quinto de los congresistas y el 29% de la población.

A diferencia del caso brasilero, el fundamentalismo cristiano en el golpe de Bolivia es más racista que religioso, y su motivación dominante no es evangelización sino revancha. En efecto, en un país donde hasta 1952 los indígenas no podían entrar a las plazas ni caminar por las aceras, el gobierno de Evo Morales (sin duda el mejor en la historia del país) representó el desmentido definitivo a la supuesta superioridad cultural blanca. Que «los indios» tuvieran derechos que antes se les negaban, le duele a la derecha más que una eventual pérdida de privilegios.

Y finalmente, detrás de todo este boxeo de sombras simbólico entre lo sagrado y lo obsceno, entre la Pachamama y la Cruz, entre la Biblia y el video porno de Jeannine Añez… detrás de todo está el dios del dinero, para los hebreos Mammón, para los griegos Pluto, para los romanos Jano, para los chinos Zhao Gongming, para los hindúes Lakshmi, y para los Estados Unidos Dólar, que en Bolivia se llama Litio. El gran Dios de la globalización neo liberal que no acepta democracias que priorizan a las mayorías y respetan a las minorías, democracias que quieren ser gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Eso que Jeannine Añez llama, con odio y desprecio, «Socialismo del Siglo 21».

Para terminar en términos bíblicos: vienen vacas flacas para nuestros hermanos bolivianos, pero mucho más flacas para los golpistas, por aquello del poeta Andrés Eloy Blanco: «…y digo al pretoriano que se robó la toga, que a él y al apóstol que se robó la cena les crece el mismo cuello para la misma soga».

Que así sea.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.