En la estación San Martín de la Línea «C» del subterráneo porteño, hay un anciano que pide limosna, en medio de una multitud de apurados residentes en la metrópolis porteña. En la intimidad de esa vorágine es simplemente uno más, entre otros tantos que se apoyan en el último escalón de su dignidad para sobrevivir […]
En la estación San Martín de la Línea «C» del subterráneo porteño, hay un anciano que pide limosna, en medio de una multitud de apurados residentes en la metrópolis porteña. En la intimidad de esa vorágine es simplemente uno más, entre otros tantos que se apoyan en el último escalón de su dignidad para sobrevivir sin incurrir en decisiones trágicas. Ese hombre se llama Santiago Pinetta, es periodista y quienes conocen su historia a fondo, coinciden en que está allí, en esa situación, pagando el precio de buscar la verdad.
Juma
Pero ¿quién es en realidad Santiago Pinetta? Su nombre para nosotros los uruguayos quizás dice poco, pero él fue quien investigó y denunció el primer caso de corrupción del menemismo que fue posible esclarecer casi en su totalidad, gracias a los arrepentidos que aceptaron y confesaron haber cobrado millonarias coimas en dólares.
Fue este el caso de IBM-Banco Nación, el único en el que gracias a la colaboración suiza lograron recuperarse siete millones de dólares, una buena parte de las coimas que de no haber sido por la investigación de Santiago Pinetta, estarían hoy en el bolsillo de vaya a saber cuántos funcionarios corruptos del Banco de la Nación Argentina.
Diez años después
Lo realmente conmovedor es que diez años después de aquella denuncia, ayer llegó a nuestra redacción un despacho de la agencia MP concebido en los siguientes términos:
«Casi todas las tardes el anciano pide limosna en la estación San Martín de la línea C. Cuando lo descubrí, hace más o menos tres meses, todavía se presentaba como «un periodista perseguido» y desplegaba en la pared una copia arrugada de la nota publicada en Enfoques. Hoy ya casi no le quedan fuerzas. Permanece callado, sentado en su sillín y apenas presta atención a los que bajamos apurados por la escalera».
«Pregunto: ¿no hay ningún sindicato o mutual periodística que lo pueda ayudar? Más allá de lo periodístico, como sociedad, ¿nos podemos dar el lujo de dejar pudrirse a un tipo así?».
«Tal vez en la historia personal de este viejo periodista de aspecto pulcro, canas plateadas y delgadísima piel blanca esté la explicación de la miseria de millones de jóvenes de tez más oscura y para nada pulcros que se ven obligados todos los días a revolver la basura para subsistir. Esa misma basura que tantos otros quieren esconder debajo de la alfombra».
La nota de Urien Berri «El precio de buscar la verdad»
La nota publicada en el diario «La Nación» con la firma de Urien Berri, es un fiel testimonio de esta realidad. Y lo describe apasionada y objetivamente: «Pinetta, de 71 años, sin trabajo ni jubilación y a punto de ser desalojado, se encuentra en una situación económica más difícil de lo que su dignidad le permite confesar».
«La de IBM-Banco Nación es una historia de muerte y de millones de dólares negros que fluyeron por circuitos financieros idénticos o similares, según los casos, a los usados en el contrabando de armas a Croacia y Ecuador y el contrabando de oro. Los tres escándalos tuvieron su pico en 1994. Un año antes, el Banco Nación licitó la informatización de sus 525 sucursales, que ganó IBM en febrero de 1994. El denominado Plan Centenario fue un negocio de 240 millones de dólares que incluían 37 millones en coimas, de los cuales IBM pagó 21 millones a funcionarios nacionales a través de dos empresas. El dinero lo canalizó hacia el exterior el desaparecido Banco General de Negocios de los hermanos Carlos y José Röhm».
Esas «gratificaciones» de IBM «por la alegría de adjudicarse el contrato», como las definió Genaro Contartese, ex director del Banco Nación que confesó haberse alegrado con una gratificación de un millón y medio, enredaron, entre otros, a los hermanos Juan Carlos y Marcelo Cattáneo.
Juan Carlos, subsecretario de Alberto Kohan en la Secretaría General de la Presidencia durante el negociado, quedó procesado por administración fraudulenta y cohecho. Marcelo apareció colgado junto al río con un recorte en la boca de una nota de La Nación sobre el caso.
«A fines de 1991 un periodista me presentó a sindicalistas del Banco Nación que me pusieron en contacto con integrantes de la línea del banco. Los directivos eran honestos, de carrera. Me hablaron de un pacto entre IBM y el Nación».
Pinetta aclara que en ese momento era periodista independiente.
«Investigo y me acerco al Plan Centenario. Computarizar con IBM. Y ahí, IBM se hace hacer un traje a medida. Sólo IBM podía ganar. Entonces decidí escribir La nación robada».
Pinetta deposita un ejemplar sobre la mesa de una confitería junto a la boca del subte de Plaza San Martín. «No es mío, tuve que pedirlo prestado. Para publicar este libro tuve que hacer una vaquita. Ninguna editorial lo aceptó», dice. Puede que el rechazo obedeciera a que la perla del caso IBM-Banco Nación se encuentra al promediar la lectura, antes y después de una variedad de temas: el «robo del espíritu de las leyes» durante el menemismo, un presunto acuerdo de Raúl Alfonsín con Carlos Menem para facilitarle a éste el poder en 1989 y luego para su reelección todo mechado con citas de leyes y de la Constitución.
«Por suerte, un salesiano de 80 años aceptó que lo imprimiera la Imprenta de Don Bosco. Se publicó en febrero de 1994 y se vendió en librerías y quioscos, y sin embargo, el acuerdo IBM-Banco Nación se firmó el mes siguiente, en marzo de 1994. Ningún medio comentó el libro, salvo la revista Humor.»
¿La Justicia actuó?
No. Yo les regalé un ejemplar a varios jueces federales, pero como no se iniciaba ninguna investigación, redacté una denuncia judicial y el 18 de mayo de 1994 se la entregué en mano a un fiscal de Cámara, que la leyó y me dijo: Retirala, esto te va a llevar a la Chacarita. Pero se la dejé. Le tocó al juez federal Adolfo Bagnasco y, ¿qué hizo? La puso en un cajón. Pero ahí nomás, en mayo de 1994, empezó a cambiar mi vida. Me golpean en Loria y Rivadavia.
¿Cuándo empezó a moverse la causa?
El 16 de setiembre de 1995. Ese día pasaron varias cosas: desembarcó gente del FBI y allanó IBM por esa ley norteamericana que impide a sus empresas coimear. Y tal vez por eso, ese día Bagnasco fue a buscar documentos al Banco Nación. Y a las 18.00 de ese día sufrí el segundo atentado: en Callao, entre Rivadavia y Mitre, me pasó por arriba un taxi. Me lo tiraron encima. Me llevaron a la Clínica Colegiales con 14 fracturas, y allí me acordé de lo que me había dicho el fiscal. Estuve internado siete meses.
Luego lo tajearon.
Antes hubo un tercer atentado en 1996. Armaron una falsa entrevista y, cuando los recibí en casa, me dieron una trompada con esos puños de hierro y perdí los dientes. El cuarto fue el 31 de julio de 1996. Caminaba por Corrientes cuando me tiraron al suelo. Me desperté en el Hospital Ramos Mejía. Tenía tajeado «IBM» en el pecho con un bisturí. Adrián Pelacchi, el jefe de la Federal, dijo que yo me lo escribí.
¿Se supo quiénes fueron?
No. Elevaron a juicio oral a unos perejiles a los que no reconocí. Debo admitir que la revista Noticias hizo una buena nota refutando lo que había dicho Pelacchi. Y, en La Nación, Germán Sopeña se portó muy bien conmigo. Lo conocía de la época de Siete Días y, cuando fui a verlo al diario porque me seguían, mandó hacer una nota.
¿Le iniciaron muchos juicios?
No, sólo uno de Aldo Dadone, ex presidente del Nación, que fue archivado.
¿Qué sensación le queda diez años después?
Este fue el primer caso de corrupción probado redondamente, pero todos están libres, aunque procesados, y sus penas serán mínimas y sin prisión. Es una vergüenza que los fiscales no pidieran asociación ilícita y concurso real e ideal de delitos porque era un delito continuado: está lo ocurrido en el caso IBM-DGI y en otros muy similares. Con el Banco Nación la pérdida no fue de 250 millones de dólares, ni las coimas. El peor perjuicio fue que no se computarizó en tiempo y forma. Para mí, las coimas fueron 50 millones de dólares, de los que sólo se recuperaron unos pocos gracias a mi denuncia, pero no los guardó el Banco Nación. Fueron al Banco Ciudad y se redujeron a la tercera parte con la devaluación.
¿Atribuye al caso lo que le ocurre en la actualidad?
No por completo. Lo atribuyo a que me metí con las mafias y a que no me corrompí.
¿Quisieron coimearlo?
Sí, pero no vamos a hablar de eso. Es cierto que después nunca más conseguí trabajo en serio, sólo tareas mal remuneradas. Casi todos mis trabajos los he cobrado en negro, por eso no tengo jubilación. Mi situación es difícil y tuve que liquidar bienes. La otra razón es que no pensé en la vejez. Si hubiera leído La vejez, de Simone de Beauvoir, o Diario de la Guerra del Cerdo, de Bioy Casares, habría hecho mis previsiones. Porque ser viejo sin bienes y con el desprecio que hay por lo intelectual… Aquí no hay noción del significado del dinero, y me incluyo. Hice psicoanálisis, pero no me proyectó en la vejez.
Luego de transcurrir la nota sobre su amor a la literatura, Pinetta termina con una reflexión final: «Uno tiene que estar entero, aunque tuve momentos de gran depresión. El problema es que nadie quiere invertir para salvar del default a un periodista».