Los días 23 y 24 de junio del mes pasado se realizó en la ciudad de Guatemala la Conferencia Internacional de Apoyo a la Seguridad de Centroamérica, a la que asistieron representantes al más alto nivel de siete países de Centroamérica, la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, y los presidentes de Colombia, […]
Los días 23 y 24 de junio del mes pasado se realizó en la ciudad de Guatemala la Conferencia Internacional de Apoyo a la Seguridad de Centroamérica, a la que asistieron representantes al más alto nivel de siete países de Centroamérica, la Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, y los presidentes de Colombia, Juan Manuel Santos, y de México, Felipe Calderón Hinojosa. Fue un encuentro que no siguió mucho la prensa mexicana ni internacional, descartando los los medios centroamericanos que le dieron alguna relevancia.
Los siete países Centroamericanos presentes (Belice, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá), concurrieron con el objetivo de lograr mayores apoyos y el reconocimiento del problema de seguridad por parte de la comunidad internacional, particularmente de Estados Unidos, para el combate al narcotráfico; razón por la cual también estuvo presente el gigante consumidor de estupefacientes del norte y el principal productor y distribuidor de drogas, Colombia y México, respectivamente, en el continente Americano.
Al final de la conferencia se logró el compromiso, por parte de los contribuidores internacionales, de financiar con 2,045 millones de dólares en el transcurso de cinco años El Plan de Seguridad para la región Centroamericana; pero estas donaciones no llegaron sin previos señalamientos y condiciones por parte del principal donante, pues Hillary Clinton señaló que era necesario ampliar la base de donantes, para que «El sector privado y los ricos paguen impuestos y se conviertan en socios con participación plena en un esfuerzo de toda la sociedad»; exhorto con el que se podría estar de acuerdo si no fuera por algunos elementos de fundo: Primero, por venir de una de las principales promotoras del complejo industrial-militar angloisraelí; segundo, por tratarse de un argumento que intenta imponer la agenda estadounidense para la región -El combate al narcotráfico como extensión de su Doctrina de Seguridad Nacional- por encima de los intereses nacionales, dirigiendo todos los esfuerzos y recursos de estos países, endeudamiento de por medio, a combatir un «problema» que los propios centros de «inteligencia» estadounidense han provocado, y, en tercer lugar, la adopción de una política prohibicionista y bélica en el tratamiento de la seguridad y las drogas.
En dicha conferencia se hizo alusión a los enormes problemas que representa la óptica guerrerista en el «combate» a las «drogas», pues el costo de este fenómeno se ha convertido en un nuevo lastre para la región; al pasar 90% de la cocaína que se consume en Estado Unidos por Centroamérica, el costo de la violencia ha generado una tasa de asesinatos de 33 por cada 100,000 habitantes, que cerca de 5 millones de armas estén sin control en una población que en total suma 46 millones y que se destine cerca del 8% del PIB de la región (6,500 millones de dólares) para el combare de las bandas organizadas por el narcotráfico.
De los 2,045 millones de dólares comprometidos, se estima que el 20% serán donaciones directas no reembolsables y el 80% restante llegará a manera de préstamo; y aquí es donde las ayudas se empiezan a volver un poco sospechosas, dado que el dinero recibido servirá para profundizar la dependencia económica hacia el exterior, además de que el grueso de este monto se dirigirá, principalmente, a comprar armamento facturado en los Estados Unidos; lo cual representa un negocio redondo para la economía de los países «donantes», y se traduce en restricciones para el gasto y la inversión interna de las naciones Centroamericanas, al desviarse recursos estratégicos que deberían ir dirigidos hacia la prevención de las adicciones, vía ampliación en los montes destinados a la educación, a fomentar al empleo y a difundir una cultura democrática y participativa.
A la Conferencia asistieron el Secretario general de la OEA, el Secretario de Comercio de la UE, el presidente del BID, la vicepresidenta del BM, así como ministros y embajadores de 60 países y más de 50 organismos internaciones, lo cual nos habla de la relevancia del encuentro, y deje en evidencia una cuestión fundamental: la apropiación de la agenda Centroamericana por parte de los Estados Unidos; es sintomático que los presidentes de Colombia y México estuvieran involucrados en el encuentro, pues su presencia habla del éxito que ha tenido Washington en su empeño por dirigir las prioridades en las relaciones regionales del país Sudamérica y de México.
Desde que en 1947 Estados Unidos impulsó la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), ha intentado imponer por todos los medios posibles su agenda en el continente, confundiendo su doctrina de Seguridad Nacional -Basada en el Acta de Seguridad Nacional promulgada en ese mismo año- con las estrategias a seguir por parte de cada uno de los países firmantes. Nos es fortuito que cuatro años después el Congreso de Estados Unidos haya dictado la ley número 165 en materia de Seguridad Mutua, con lo que se autoriza que las naciones americanas intercambien entre sí material bélico, pero que obliga a las naciones que lo hagan con EE.UU. a aceptar una misión militar en su territorio con fines de «asesoramiento», lo que ha provocado que los tendencia a seguir sea la de orientar a las fuerzas armadas de nuestros países contra una posible subversión interna.
En 1960, a petición del entonces comandante del Ejército Norteamericano en el Caribe, Mayor General Bogart, se realizó un encuentro entre comandantes de los ejércitos latinoamericanos; estás reuniones se realizarían sistemáticamente después de esa fecha y hasta la actualidad, con el fin de «coordinar la lucha contra el narcotráfico o narcoterrorismo»; de hecho la Doctrina de Seguridad Interior de Argentina, en la se basaron las fuerzas armadas para imponer dictaduras militares en ese país, tiene su fundamento en la reunión de Comandantes en Jefe Americanos, celebrado en West Point en 1965. De estas reuniones a los respectivos Golpes de Estado y el caso Irán-Contras, entre otras sutilezas del accionar geopolítico del Pentágono, solo hay un paso.
Cabe señalar que a excepción de Belice y Costa Rica, los otros cinco países de Centroamérica han sufrido intervencionismo militar e invasiones en sus territorios, por lo que la relación entre estos pequeños países y el gigante imperialista dista mucho de ser entre iguales; de la misma manera, Estados Unidos ha intervenido militarmente frente a los otros dos «invitados», lo que les ha costado partes estratégicas de su territorio. Más aún, Estados Unidos impulsa proyectos encaminados a controlar y mantener el dominio en las fuerzas militares, los recursos naturales y la estrategia política en Colombia y México, basándose en el combate de un problema que, deliberadamente, los organismos de inteligencia de este país generaron, y el cual siguen alimentando.
En la actualidad, Colombia y México son los caballos de Troya para hacer pasar las iniciativas de Washington en el continente americano, actuando como capataces de hacienda y atentando contra una posible unificación regional basada en el respeto mutuo. Tal relación de dependencia es parte de las directrices que el imperio estadounidense ha intentado implementar en la región desde hace más de medios siglo, los cuales han tenido sus altibajos, pero se han visto beneficiadas por la puesta en marcha del disfraz del narcotráfico, pues, cómo se ha visto, su otra careta, la del neoliberalismo y las privatizaciones le ha ganado animadversión frente a otras naciones del continente y ha puesto contra la pared a cercanos aliados, como está sucediendo en la actualidad con Sebastián Piñera en Chile, o de plano los ha alejado, como es el caso de los recientes resultados electorales que dieron como ganador a Ollanta Humala en Perú.
En este concierto de estrategias globales y agendas regionales impuestas, Centroamérica pierde con los capataces y sus patrones. En el circo de la política regional, Centroamérica es sacrificable en los intereses del imperio, de la oligarquía colombiana y mexicana que hoy gobierna estos países, y por las oligarquías de estas naciones.
Seguimos en lo mismo, los pueblos tendrán que construir la diferencia.