Impresionante fue el dispositivo represivo de seguridad para aislar la movilización popular del cónclave en Buenos Aires de los responsables económicos y financieros del G20. En efecto, para que pudieran reunirse este fin de semana los ministros de economía y los presidentes de los bancos centrales del G20 más los organismos internacionales, especialmente el FMI, […]
Impresionante fue el dispositivo represivo de seguridad para aislar la movilización popular del cónclave en Buenos Aires de los responsables económicos y financieros del G20.
En efecto, para que pudieran reunirse este fin de semana los ministros de economía y los presidentes de los bancos centrales del G20 más los organismos internacionales, especialmente el FMI, tuvieron que cercar por varias cuadras a la redonda el Centro de Convenciones de la Ciudad.
El sábado por la mañana, en Conferencia de Prensa conjunta entre Christine Lagarde y Nicolás Dujovne, la primera había señalado que el FMI dialogaba regularmente con la sociedad civil. Le habían preguntado si el organismo internacional aceptaría conversaciones con sindicatos y organizaciones sociales.
Queda claro que se trata de un diálogo de sordos, típico de amos o patrones, que solo bajan discursos únicos a ser convalidados por los súbditos o socios afines. No aceptan otro lenguaje que el que promueve la sumisión ideológica o el temor a las armas y la represión.
«Vamos bien» dijeron los titulares del Fondo y de la Política económica de la Argentina. Dicho en simultáneo con una inflación minorista de Junio del 3,7% y 16% entre enero y junio, proyectando un 32% para todo el año.
¿A quién le va bien con este alza promedio de precios? A los pocos en condiciones de establecer precios, caso de los grandes productores y exportadores o a los sectores de la alta especulación con tasas de interés entre 40 y 60% en sus colocaciones millonarias.
Ilusiones macristas
Pero tranquilos que Macri anticipó que el próximo año 2019, la inflación será 10 puntos más baja, es decir, casi la misma que la elevada tasa de inflación del 2017.
En rigor, otra ilusión que se vende a la población, como aquella que mentaba al segundo semestre para el crecimiento en 2016, y luego fue el próximo año, el 2017.
Se trata siempre de un imaginario a futuro, mientras el ajuste regresivo pasa. El proyecto de Cambiemos se asienta en un discurso vacío (para la mayoría de la sociedad) de un futuro mejor por venir.
La ilusión al crecimiento del PBI, a la llegada de las inversiones, o a la baja de los precios se presenta mientras la realidad transita por otro camino. Se establece, por ejemplo, un techo a los salarios en las negociaciones paritarias y se deterioran los ingresos populares de la mayoría de la sociedad.
No solo hay menos recursos para la mayoría de la población, sino que también se afecta la actividad económica, con un 0,4% previsto de crecimiento para el año y pronósticos a la baja del PBI para todo el 2018 en torno al -1,5%.
Es la base con la que se organiza el presupuesto del ajuste para el 2019 y en el que pretenden encorsetar a las provincias.
Con esos guarismos de crecimiento se bajan las expectativas para resolver el problema del empleo de millones de despedidos y de la joven generación que pretende ingresar a su primer empleo.
Inflación y recesión son el resultado de la política económica del gobierno, convalidada en el acuerdo con el FMI.
El organismo insiste que el Plan es del Gobierno Macri y que el Fondo avala y financia. Son socios en el ajuste social, condición de posibilidad para viabilizar la rentabilidad futura de las inversiones.
No son ilusiones la inflación y la recesión. Son la realidad de una política que solo tiene perspectiva si se confirma una distribución regresiva del ingreso y la riqueza.
En otros momentos del desarrollo capitalista, entre 1930 y 1980, el proceso de acumulación estuvo obligado, por la correlación de fuerzas en el mundo, a satisfacer aun desigualmente la demanda por el salario y la ganancia.
Pero en las condiciones actuales del desarrollo capitalista, la acumulación solo atiende el objetivo de la ganancia. Por eso, las clases dominantes arremeten con fuerza contra los derechos sociales, laborales y sindicales.
Es la lucha de clases en tiempos contemporáneos, que advirtió el proceso de cambio político en la región latinoamericana y caribeña a comienzo de siglo y por lo cual actualizó los mecanismos de una ofensiva favorable a la rentabilidad del capital.
Fortalecer el poder de demanda social
La ofensiva del capital se desplegó con fuerza desde comienzos de los años setenta y se generalizó como «neoliberalismo», más allá de la polémica que el término en sí mismo genera, ya que la política hegemónica en este tiempo no es nueva ni liberal.
Para contrarrestar esa ofensiva y la consecuente iniciativa política se requiere restablecer la capacidad de demanda social por derechos, a la alimentación, a la educación y la salud, a la energía y a la democracia participativa y comunitaria, a la paridad de género y la diversidad sexual; al derecho a la vida y por ende a la despenalización del aborto, entre muchos derechos a demandar.
Las movilizaciones contra el FMI poblaron las calles del viernes y el sábado en el país, y acumulan en la gran batalla de denuncia de las políticas que emanan los gobiernos del G20 y los organismos internacionales, los que se reunirán en Buenos Aires en cónclave de presidentes el próximo 30/11 y 1/12.
Constituye un desafío articular la fragmentada protesta que anima el descontento social. De lo contrario, la ilusión macrista podrá continuar disputando el consenso electoral más allá del presente periodo de gestión de gobierno.
La movilización popular es la condición necesaria, no suficiente aún, para gestar un horizonte alternativo a la política represiva, de ajuste y reestructuración regresiva del Gobierno Macri que avala y financia el FMI.
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