El día en que una joven se negó al acoso sexual de un compañero de trabajo, los demás trabajadores de su oficina, todos varones, decidieron hacerle la ley del hielo, ignorarla, no hablarle más… …Un pacto machista común y corriente, un hecho invisibilizado y escasamente denunciado que, descubrimos, es sólo una de las maneras en […]
El día en que una joven se negó al acoso sexual de un compañero de trabajo, los demás trabajadores de su oficina, todos varones, decidieron hacerle la ley del hielo, ignorarla, no hablarle más…
…Un pacto machista común y corriente, un hecho invisibilizado y escasamente denunciado que, descubrimos, es sólo una de las maneras en que se silencia cotidianamente a las mujeres para que no denuncien los abusos sexuales que sufren… Algo así como una política de relación masculina en que se protegen unos a otros y cuyo objetivo es la impunidad.
Varias mujeres jóvenes de Cochabamba aceptaron darnos su testimonio de manera anónima*, la experiencia que da inicio a este reportaje es la de Sara, una secretaria de 26 años de la ciudad de Cochabamba. Ella relató: «En la oficina en que trabajaba, yo era la única mujer y la más joven de todos. Había un tipo que todo el tiempo venía por detrás de mi silla y me comenzaba a tocar los hombros de una manera que no me gustaba… Yo no era ni siquiera su amiga… Reconozco que el primer tiempo aguantaba porque me daba vergüenza enfrentarlo, pero un día exploté y le dije que estaba cansada de eso. Se lo dije delante de los demás. El tipo se hizo el ofendido y los otros callaron. Al otro día, ninguno me dirigió la palabra».
Sara constató que negarse al abuso masculino trae represalias de parte del agresor y también de los demás varones que contemplando se hacen parte del mismo abuso -ejecutado por uno y gozado por todos-. Otras entrevistadas que sufrieron daño físico general y en particular ataques sexuales, revelan que incluso sin haber denunciado o sin haberse decidido, como Sara, a enfrentar públicamente a los agresores, de igual modo fueron blanco de burlas y desprestigio de parte de otros varones participantes del mismo entorno en que sucedieron los hechos.
Denuncia pública a un agresor
Actualmente organizaciones feministas comunitarias de Cochabamba acompañan la denuncia de una joven estudiante que, en un hecho inédito en la ciudad, decidió llevar su caso más allá de lo estrictamente judicial, revelando que un abogado de Cochabamba, la agredió sexualmente. Organizaciones de mujeres de toda Bolivia y otras de América Latina, El Caribe y España, firman este pronunciamiento a favor de la joven denunciante. Son más de 50 firmas de personas y agrupaciones que llaman a «no socapar los actos de violencia contra las mujeres, que tienen lugar en nuestra sociedad y en las organizaciones que integramos» (1).
Leny Olivera Rojas, feminista comunitaria e integrante de la agrupación Luchemos Por Nosotras, de Cochabamba, explica que tomaron esta determinación «porque comenzamos a trabajar la temática de violencia en talleres y nos dimos cuenta que surgían muchos testimonios de dolor por abusos sexuales. Hace poco llegó a nosotras una compañera que venía decidida a denunciar a su agresor y a defenderse, pero no sola, si no organizada con otras. Ese también ha sido nuestro planteamiento: enfrentar la violencia no sólo como un hecho terapéutico, si no político, social y comunitario, por eso la estamos acompañando en este proceso» (2).
Miedo a ser culpada
«Era un compañero de oficina, diez años mayor que yo, y yo era nueva. Me invitaba a salir y yo le decía que no, que tenía novio. Vino un periodo en que estuve muy mal con mi novio, yo estaba muy triste y acepté algunas invitaciones de este señor a tomar café. Conversábamos, yo le contaba lo que me dolía y sentía que él me entendía. Me hablaba muy bonito, cosas dulces, pero cuando me invitó a ir a un alojamiento, yo no acepté. Un día nos quedamos en el trabajo hasta tarde y me habló como siempre… hasta con cariño… -eso me parecía a mí-… Comenzó a abrazarme, le rogué que no, pero él me bajó los pantalones a la fuerza y me violó…»… Es Teresa, una contadora de 27 años, trabaja en el centro de Cochabamba y fue violada por el agresor en su puesto de trabajo. La trabajadora no le contó a nadie lo sucedido: «Todos se habrían enterado y mis compañeros de oficina sabían que yo era cercana a él. Adiviné lo que iban a decir: que yo había querido. Me iban a culpar a mí»…
Al otro día de la violación esta mujer llamó a la oficina, dijo que estaba enferma y se demoró algunos días en retornar al trabajo: «Cuando volví, sentí muchas miradas sobre mí, entonces uno me dijo, irónico, que ya todos en la oficina sabían que yo estaba con él… con el agresor», concluye.
Asco y aislamiento
Fue en 2004 cuando Marina, que ahora tiene 30 años y ya es profesional, hacía su tesis y para ello necesitaba recopilar información en alguna comunidad indígena cercana a Cochabamba. Cuando supo que personal de la Alcaldía visitaría varias comunidades «porque debían entregar obras realizadas», solicitó ir en el grupo. La gente de la Alcaldía accedió. «Fuimos a varias comunidades, actos, reuniones, entrevistas, yo estaba muy cansada esa noche y pedí un lugar para dormir. También otra chica que había dado charlas de educación ambiental quiso irse a dormir. El resto se quedó haciendo una fogata. Nos dieron el habitat, con tres camas, de uno de los comunarios. En una cama dormían unos hombres de una ONG que también habían venido con el grupo y las otras dos estaban vacías. Nosotras nos fuimos a la del rincón y dejamos la del medio desocupada. La otra chica dijo que prefería el lado de la pared, se metió en su sleeping, y yo me metí en el mío y me acosté al lado de ella, pero vuelta hacia el lado contrario de la cama. Cerré la bolsa de dormir hasta arriba, hacía frío. De pronto desperté y unas manos estaban en… mis partes. No se veía absolutamente nada, no sabía quién estaba ahí frente a mí. Grité: ¡Quién es! ¡Quién me hace esto! A tientas toqué un rostro y saqué esas manos de mi cuerpo, cerrando nuevamente el sleeping, pero esas manos intentaron abrirlo de nuevo… Yo luchaba con él, con asco lo oía murmurar, pero no le entendía… Antes de gritar oí risas, pero noté que se callaron cuando me oyeron… Nadie me ayudó, yo me sentía paralizada, aislada… ¡Fue la noche más larga de mi vida! Me quedé con los ojos abiertos, quieta, hasta que amaneció y pude ver la cara del tipo dormido frente a mí… Era una autoridad del consejo de la Alcaldía».
Paralizada, como a los 6 años…
Marina prosigue: «Sentía que quería pegarle y no podía. Mis manos no se movían, mi boca no gritaba… Salí de ahí confundida, vi a uno de la Alcaldía que estaba afuera y le pregunté por qué le permitió a ese hombre dormir ahí. El me respondió que el tipo se había metido a la fuerza… Me fui corriendo al campo, busqué un precipicio para matarme… ¡Me sentía arruinada, perdida, mi vida ya no servía!… Pero pensé en mi mamá, ella tenía que irse a España por esos días a trabajar para ganar dinero para la familia y yo no le iba a hacer eso. Cuando volví a la comunidad oí a los hombres de la ONG bromear con los hombres de la Alcaldía: ¡Marina anoche estaba delirando!… Se reían, imitaban mi voz como si yo hubiese hablado con deseo… Yo seguía paralizada… El encargado de la Alcaldía me dijo: ¿Por qué no le pegaste? ¿Por qué no reaccionaste?… ¡Un día entero tuve que quedarme ahí!… Con el tiempo recordé algo que había borrado de mi cabeza: Cuando yo tenía 6 años, mi familia alquilaba unas piezas, mi mamá y mi papá salían a trabajar todos los días y nos dejaban a mis hermanos y a mí en la pieza. Mi mamá llegaba en la noche, muchas veces mi papá no llegaba porque estaba borracho. El dueño de la casa, iba a nuestra pieza y me llevaba a la suya. Cerraba la puerta con seguro y me alzaba, me tomaba de espaldas y comenzaba a frotar su cuerpo conmigo. Me bajaba la calcita que me ponía mi mamá y me desnudaba. Me decía: Dile a tu mamá que no te ponga esta ropa que no te gusta… Luego me regalaba dulces y me amenazaba: Si dices algo te vamos a botar de aquí, a ti, a tus papas y a tus hermanos».
Caso MZ, 14 años demoró la justicia
MZ fue violada sexualmente el 2 de octubre de 1994 en Cochabamba por el hijo de los dueños de la casa que rentaba. Ella denunció ante la justicia penal boliviana a su agresor JORGE CARLOS AGUILAR. El violador fue condenado a 5 años de cárcel. MZ, ciudadana extranjera de 30 años, soltera, consideró que la pena era escasa y apeló la decisión. No obstante que había gran cantidad de pruebas, los jueces que resolvieron el recurso no sólo no dieron una pena mayor al violador, si no que dejaron sin efecto la pena de primera instancia y lo absolvieron.
En noviembre de 2000, la Oficina Jurídica de la Mujer, CEJIL y CLADEM denunciaron el caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH. También se involucró la ONG Equality Now, y sólo 8 años más tarde, el 11 de marzo de 2008, se logró un acuerdo entre el Estado boliviano y la CIDH. Entonces, en un evento público, el 21 de julio de 2008, en Bolivia, el Estado reconoció «su responsabilidad internacional en el caso, ilustrando la situación de muchas mujeres víctimas de violencia sexual, que han sido discriminadas por el sistema de justicia y a las que se les han violado los derechos protegidos por la Convención de Belém do Pará…»…(3).
Chantaje y extorsión machistas…
Marcela, otra ciudadana extranjera en Cochabamba, relata: «Una noche en que me sentía muy sola y triste -y eso tiene que ver con ser extranjera- estaba en un Centro Social supuestamente anarquista. Salí a la puerta y tras de mí vino un hombre que yo conocía, un tipo dirigente social reconocido, y me invitó a un bar. Fuimos a una chichería. Bebí mucho, tanto, que perdí la noción de todo. Sentía que me besaba y que yo no quería, pero no supe levantarme e irme… Sin embargo, ese hombre ni siquiera me atrae, no puedo creer que le hubiese insinuado nada porque ¡no me atrae!»… Y prosigue: «Mis recuerdos son como flash… Sé que íbamos entrando a un alojamiento, luego yo lloraba mucho. Al día siguiente desperté y tenía moretones en todo el cuerpo. El tipo estaba a mi lado y me quería tocar, lo rechacé y salí de ahí. Cuando caminaba por la calle me dolía mucho el cuerpo, tenía la sensación de estar fuera del mundo… No denuncié porque me siento culpable, responsable»… Sin embargo, el agresor se ocupó de desprestigiarla hablando groserías sobre ella a gente que la conoce en su medio social y laboral.
A un año de haber vivido esa situación, esta joven analiza: «Mi caso entra en una categoría particular: las extranjeras que apoyamos los procesos políticos de izquierda, y nuestra relación con los hombres de izquierda… Creo que a veces nos sentimos con el control de la situación, empoderadas, porque tenemos otras miradas sobre el sexo, pero nos suceden las mismas cosas que a las compañeras bolivianas.
Ese Centro Cultural es un espacio que maneja un discurso político muy atractivo y que sirve además como alojamiento para gente extranjera, tiene cocina comunitaria, etcétera. Ahí se hace koa y se baila. Una chica -boliviana- me contó que se recostó un rato con ropa en una habitación porque se sintió mareada y de pronto se dio cuenta de que le trataban de bajar los pantalones… Pareciera que hay que colocar límites constantemente ahí… Tienes que tomar con ellos, si les dices que No, se ofenden, tienes que bailar, sí o sí… Si ven el más mínimo acto que ellos perciban como racismo, actúan enérgicos, pero contra la violencia hacia las mujeres, nada, esa es normal, tienes que aceptar ser objeto… Hay mucho chantaje a las mujeres extranjeras, por ejemplo: ¡No quieres tomar conmigo porque soy indígena, me ofendes! Se utiliza la cultura indígena»…
¿Algunos ven a las extranjeras como «promuiscuas»?, pregunto. Marcela responde: «Sí, totalmente, fáciles, accesibles… Y la idea que percibo es: Yo te hablo de la situación del país y tú me das algo a cambio... Varios se cagan hasta en sus prejuicios políticos, por ejemplo, son indianistas, pero quieren meterse con gringas… No hay un cartel que diga: gringas putas, pero es como si lo hubiera…», concluye molesta.
¿Mujeres y hombres iguales en dignidad y derechos?
Cuando MZ apeló y llevó el caso a la CIDH, en primera instancia el Estado boliviano respondió que el Poder Ejecutivo «no puede responder a la denuncia interpuesta contra Bolivia por MZ, ya que atentaría contra la independencia del Poder Judicial…», y cuando en 2006, la CIDH vino a Bolivia a revisar casos relacionados con violencia sexual, comprobó que «estos casos requieren pruebas de calidad técnica y científica difíciles de obtener por las víctimas». Sabemos que eso es así para las mujeres en todas partes del mundo. Nadie en los Estados quiere correr el riesgo de que los hombres sean acusados sin pruebas, aunque las mujeres de todas las edades, todos los días de su vida corren el riesgo de ser abusadas.
La justicia liberal, generalmente, se presume neutral y se funda sobre la fantasía de que mujeres y hombres somos iguales en derechos y dignidad, y que todos los hombres entre sí son iguales. Es decir, no asume discriminaciones sexuales y de género – y, en general, tampoco de clase, raza o territorio. No es raro entonces, que Sara no denunciara el hostigamiento sexual, y que Marina, Teresa, Marcela, intuyan que su dignidad no pesa lo mismo que la de sus agresores. MZ comprobó que sus derechos debieron esperar 14 años y que su fuerza sólo se reveló con varias instituciones internacionales de su parte, mientras que su violador, solo con el antecedente de ser hombre, andaba libre por las mismas calles cochabambinas en que ella vivenciaba la impunidad.
El delito sexual es «neutro»
En el derecho penal boliviano, desde el Código Penal de 1831 y la promulgación del Código de 1834, aunque la «violación» no tenía nombre, se hablaba de «abusar deshonestamente». Los expertos dicen que el bien jurídico tutelado eran «las buenas costumbres». También aseguran que el año 1997 trajo cambios con la Ley de Modificaciones al Código Penal (N° 1768) y que ahí se comenzó a tutelar la «Libertad sexual» en vez de «las buenas costumbres»… Aunque para las mujeres casadas abusadas por sus maridos no trajo nada nuevo, ya que no se aceptó que hubiese violación «entre cónyuges».
En el mes de septiembre de 1999, fue violada y asesinada en La Paz, Patricia Flores de 10 años y en el mismo mes y año, en Cochabamba, Kelly Herbas de 12 años. La opinión pública se estremeció y presionó por sanciones ejemplarizadoras. Así surgió la Ley 2033. La discusión antes de su aprobación pareciera que tuvo dos puntos álgidos: Violación conyugal y el género de quienes cometen delitos sexuales. Los legisladores, nuevamente, no aceptaron la violación conyugal, pero se ocuparon muy bien de no aludir en masculino al individuo activo de delito sexual: La Ley de Protección a Víctimas de Delitos Sexuales en vez de decir -como antes-: «El que empleando la violencia física…», se sancionó así: «Quien (el subrayado es mío) empleando violencia física o intimidación, tuviera acceso carnal con persona de uno u otro sexo; penetración anal o vaginal o introdujera objetos con fines libidinosos, incurrirá en privación de libertad de cinco -5- a quince -15- años»… ¿Cuándo, de qué manera y quién es capaz de adivinar los «fines libidinosos» y los no libidinosos de un agresor?… Esta Ley también subraya que cuando se trate de niño, niña «menor de catorce años, será sancionado con privación de libertad de quince -15- a veinte -20- años, sin derecho a indulto…»(4).
¿Voluntad política?
Julieta Montaño Salvatierra, directora de la ONG Oficina Jurídica de la Mujer, denuncia que aunque existe una Institución del Estado, La Casa de la Justicia, que apoyaría a víctimas de delitos sexuales, aquella «no tiene personal calificado, ni psicóloga». Explica: «Conocemos muchos casos de mujeres abusadas sexualmente a las que esa institución ha cuestionado en vez de apoyar que se les haga justicia». Y lo ilustra con un ejemplo reciente: «El de una señora que atendimos acá en la Oficina, que había sido violada y embarazada por el agresor. Esta mujer tenía sentimientos suicidas por ese embarazo y vivió tanto dolor que sufrió una pérdida. En La Casa de la Justicia, lejos de apoyarla, cuestionaron la pérdida y le exigieron papeles para probar que no se había provocado un aborto».
Para esta abogada, actualmente «Hay falta de voluntad política, no sólo con las mujeres. Mucho discurso, pero la vida de las mujeres indígenas y de las mujeres en general no ha cambiado nada. En la lucha contra el abuso sexual», dice, «hay mucha frustración e impunidad». Piensa que con la Ley 2033 «se avanzó en el concepto de violación sexual, pero, en la práctica el chip de la mayoría de los jueces, magistrados, fiscales, policías y abogados no ha avanzado nada, independientemente de que sean hombres o mujeres»(5).
Política liberal: injusticia para las mujeres
Karen Mercado Audia, de la Fundación Gandhi que trabaja en Cochabamba, cree que «la trampa es el enfoque liberal de los Derechos Humanos que se conserva en el actual proceso. La presunción de igualdad es un relato engañoso», dice y prosigue: «En lo que tiene que ver con mujeres e indígenas hay un vaciamiento de contenidos políticos, no hay cuestionamiento del trato al cuerpo de las mujeres, las mujeres están reducidas al tema reproductivo. Aunque en el año 2000, en la guerra del agua, en Cochabamba, las mujeres jugaron un rol fundamental en ollas comunales y puntos de resistencia, pareciera que eso se refuncionalizó. Igualmente, no creo que sea justo decir que este gobierno es igual a uno de derecha, no, porque hay una mayor política de repartición de excedentes, nacionalización de hidrocarburos, y eso es básico, pero igualmente no ha cambiado la forma estructural de pensar la política».
Se comprueba lo que plantea esta economista de la Fundación Gandhi, también en cuestiones cotidianas: Un hecho realmente insólito es que las víctimas de delitos sexuales deban costear por su cuenta los insumos para exámenes médicos forenses y también pagar por los exámenes de laboratorio. Es decir, en la práctica, si te violaron es problema tuyo, denuncia como puedas y si puedes…
En una mirada más general, el concepto judicial y legislativo acerca de que los delitos sexuales serían un tema «neutro», es decir, que no es un fenómeno aplastantemente masculino de abuso a mujeres, niñas y niños, niega la violencia contra las mujeres como un hecho político, como una manera de imaginar a las mujeres al servicio sexual de los hombres, entendiéndolas como un grupo que debe aceptar exigencias sexuales por el sólo hecho de ser mujeres, ya que si bien es cierto, no todos los hombres son abusadores y acosadores sexuales, la aplastante mayoría de los abusadores sexuales son hombres.
En este contexto, es claro que las feministas comunitarias saben que la violencia machista se enfrenta con autoorganización de mujeres, como lo están haciendo actualmente… Sin embargo, sigue pendiente una verdadera transformación, una mirada nueva, sin valores liberales, desde el actual proceso en relación a las mujeres, sus vidas y su dignidad.
* victoria aldunate morales
feminista autónoma
*Todas las entrevistadas figuran con datos y nombres ficticios para proteger su decisión de no hacer una denuncia pública y, sin embargo, aportar con sus experiencias de abuso sexual específicamente para este reportaje, bajo el anonimato, contribuyendo así a desenmascarar uno de los aspectos de la violencia contra las mujeres: el abuso sexual.
1. puede leerse el pronunciamiento completo en http://www.kaosenlared.net/
http://www.prensaindigena.org.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.