Como todos podemos percatarnos, en términos generales, nuestro país vive en un espejismo, no solo en lo referente al aspecto material, sino en todas las esferas que componen este miniátomo llamado México. Lo más alarmante es que la mayoría de nosotros cree que esa quimera es real.
Lo anterior ha sido evidenciado por enésima vez gracias a la contingencia sanitaria derivada de la pandemia mundial denominada genéricamente como “Coronavirus”. Para muestra, basta un botón: la reacción de las autoridades de nuestro sistema educativo.
Raudos y veloces, los mandamases de la educación se lanzaron a la aventura galopante de evitar que el ciclo escolar (sustitúyase por cuatrimestre, semestre, entre otros) se viera afectado y comenzaron a tomar decisiones al respecto basados en una realidad que solo existe en sus cabezas: un profesorado preparado, actualizado y capacitado; un alumnado en igualdad de condiciones materiales (entiéndase infraestructura) y con un amplio grado de autonomía en el estudio; unos padres de familia comprometidos y responsables; y –la joya de la corona– unas autoridades a la altura para hacer frente a cualquier adversidad. Y así comenzó el desfile de disposiciones, a las que muchos se unieron… a las que muchos aplaudieron sin reflexionar; las que pocos se atrevieron a criticar en voz alta y cuestionar. “Con esto solucionaremos todo”, nos dicen. A saber:
- “Las vacaciones se adelantan”… “Sí, sí”, repetían al unísono los actores del sistema educativo, cuando no se trataba más que de un paro de labores.
- “Estamos preparados para hacer frente a todo”… “Tienen razón, tenemos todo lo necesario”, respondían los involucrados, mientras colapsaba todo intento de organizar las labores.
- “Lo más importante son los estudiantes”… “Sí, ellos son lo primero”, pregonaban los convencidos, cuando lo que más preocupaba a los dirigentes era llenar guiones de trabajo y papeleo administrativo.
- “Lo primordial es la salud de todos”… “No hay duda, claro que sí”, vitoreaban sin cesar los feligreses y, al mismo tiempo, se exigía la presencia de los docentes en las escuelas sin importar el peligro que se corría.
Y, a pesar de la fantasía, el rey seguía desnudo: abundancia de personas incompetentes, una realidad social ajena a la base que funcionó como punto de partida de la solución de pacotilla… un país rebasado, no solo en sus posibilidades, sino en sus ambiciones y aspiraciones.
Se escucharon algunas voces gritar: “¡Sí, el rey está desnudo!”, mientras los pillos comenzaban a dejarnos a todos desnudos de esperanza, certeza, respeto y dignidad.