Cada proceso político tiene sus fronteras políticas, ideológicas y éticas, que dejan a algunos dentro y a otros fuera. Y esas fronteras incluyen umbrales de tolerancia moral, pasados los cuales, quien los transgrede, debería quedar fuera del proceso de cambio. Si esos umbrales ético políticos no existen es difícil hablar de una transformación intelectual y […]
Cada proceso político tiene sus fronteras políticas, ideológicas y éticas, que dejan a algunos dentro y a otros fuera. Y esas fronteras incluyen umbrales de tolerancia moral, pasados los cuales, quien los transgrede, debería quedar fuera del proceso de cambio. Si esos umbrales ético políticos no existen es difícil hablar de una transformación intelectual y moral del país. Eugenio Rojas pasó todos los límites de lo que un proyecto político social de izquierda, progresista y democrático puede tolerar, por lo que sería sano que el costo de su confesión lo deje fuera del Senado.
Puede argumentarse que todos cometemos errores. ¿Quién no ha metido la pata cuando tiene a diario varios micrófonos a los cuales responder? Pero en este caso no se trata estrictamente de un exabrupto. El senador Eugenio Rojas ha argumentado demasiado como para que un lapsus se transforme en una posición retrógrada, reaccionaria y éticamente repudiable. («Habría que permitir (la tortura) para algunos extremos. Pueden ser asaltos, crímenes. En ese sentido, la tortura puede ser aceptada, de alguna forma puede servir para presionar para que informen mucho más, sino nunca van a hablar. Cuando no hay esta clase de presiones al que ha cometido delito, y hay cómplices, no hablan muchas veces»).
Si hay algo que la izquierda latinoamericana defendió y defiende son los derechos humanos, pisoteados por los dictadores asesinos de los 80 y por varias «democracias» antipopulares. Las torturas en las comisarías -normales en casi toda América Latina y otras latitudes- son reminiscencias de formas de fascismo policial de larga data, que puede provenir de tradiciones «ideológicas» o del puro sentido común y la falta de formación democrática y técnica de la Policía. Por eso no se trata de «prudencia en el hablar» como pide La Razón, sino de una cuestión de principios; de prudencia en el pensar en todo caso.
Obviamente, discutir estas posiciones es completamente absurdo, sólo valdría la pena recordarle al senador que los abusos policiales van generalmente contra los más humildes y discriminados, incluso cuando luego de ser torturados se descubre que eran inocentes. Y que una declaración como la suya perjudican más al proyecto indígena -en tanto renovación moral de la sociedad- que miles de arengas de la derecha reaccionaria.
La pregunta es muy simple pero contundente: si alguien que defiende la tortura está de «nuestro lado», ¿quién queda fuera?
Pablo Stefanoni es periodista / www.paginasiete.bo