En México existen dos tipos de tierras, si las clasificamos única y exclusivamente de acuerdo con la disponibilidad del recurso agua para el cultivo, estos dos tipos son: las tierras de riego y las de temporal. Las últimas están directamente relacionadas con los pequeños agricultores mexicanos y los cultivos básicos, como son el maíz y […]
En México existen dos tipos de tierras, si las clasificamos única y exclusivamente de acuerdo con la disponibilidad del recurso agua para el cultivo, estos dos tipos son: las tierras de riego y las de temporal. Las últimas están directamente relacionadas con los pequeños agricultores mexicanos y los cultivos básicos, como son el maíz y el frijol. A pesar de no contar con las mejores condiciones ni las mejores tierras, la pequeña producción campesina aún contribuye a la producción de granos básicos de consumo nacional, comparte un porcentaje importante en relación con la aportación de los grandes productores nacionales y la importación.
A pesar de ser un sector que históricamente ha sido golpeado por las decisiones de los gobiernos, al comenzarse la aplicación de las políticas neoliberales en el campo, los campesinos poseedores de no más de 7 hectáreas (has.) continúan produciendo alimentos y, de diversas maneras, han resistido la embestida neoliberal que ha seguido después de la firma e implementación del capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Sin embargo, no hay que negar que a partir de haberse firmado el TLCAN (en 1993) y de su total implementación en el sector agropecuario (2008), en el campo se han gestado grandes episodios de abandono de las actividades agrícolas. La competencia directa con los grandes productores nacionales y extranjeros, los bajos precios y el casi extinto apoyo gubernamental han sido los factores que en gran medida han contribuido al deterioro y abandono del campo en nuestro país.
A este escenario de colapso económico y social del campo mexicano se suma el innegable cambio de las condiciones climáticas en muchos lugares del país. Por ejemplo, en muchas regiones del estado de Chiapas, los regímenes de lluvias han cambiado y provocan incertidumbre en los campesinos. Muchos de ellos expresan que las «cabañuelas», método empírico que practican antaño los campesinos para pronosticar el clima del año durante los primeros días del mes de enero, ya no son tan acertadas, así como los calendarios agrícolas que los mismos campesinos elaboran ya no tienen la misma efectividad. Este año, en muchas regiones de Chiapas comienza la duda e incertidumbre acerca de las lluvias en época de temporal, pues los calendarios y el conocimiento adquirido durante decenas de años ya no corresponden a la dinámica o comportamiento actual de las precipitaciones. Los regímenes de lluvia han cambiado y están provocando pérdidas significativas en la producción.
Ahora los campesinos chiapanecos dudan a la hora de decidir qué tanto dinero y tiempo de trabajo hay que invertir para hacer todas las labores de preparación de terreno (arado, rastra y rayado o surcado). Dichas actividades ascienden a unos $1,800 o $2,000 pesos por ha., dependiendo de la región. Inversión que, por lo menos en los últimos años, no se ha recuperado en la cosecha; ni los precios en el mercado han ayudado a suavizar el golpe. No es casualidad que cada vez sea más común ver tortillerías y el constante ascenso del consumo de tortilla de harina en regiones rurales que, en teoría, deberían contar por lo menos con la producción de maíz necesario para su consumo.
Actualmente, el comercio de tortilla de harina adquiere cada vez mayor importancia y cubre la demanda de tortilla ante la ausencia de la producción de maíz. La preocupación de las familias rurales va cambiando poco a poco. El temor por un año malo en lluvias y la pérdida del poco recurso con el que se cuenta se reflejan en el abandono y la venta de tierras, el desplazamiento y búsqueda de empleos en las grandes ciudades. Se cambia la actividad agrícola por la de algún servicio que proporcione un ingreso seguro, por lo menos para las tortillas.
¿Cuál ha sido entonces la respuesta de los gobiernos ante esta problemática? El supuesto apoyo al campo se ha concentrado en instituciones federales como Sagarpa, Sedesol y Semarnat, quienes a su vez son las encargadas de elaborar los lineamientos para que grupos de campesinos puedan ser «beneficiados» en algunos de los muchos programas que tienen a su cargo (en la mayoría de ellos, desfasados de las verdaderas necesidades). Sin embargo, el protocolo para poder ser beneficiados es muy complicado, hay que estar al pendiente de las fechas de convocatorias para el registro de propuestas o proyectos, por una etapa de aceptación y por último la entrega de recursos; un viacrucis más que el pueblo tiene que vivir para que le sigan regateando lo que le corresponde.
El lado amargo de dichos programas es que el apoyo no es para todo el campesinado; los proyectos hacen que los campesinos entren en una dinámica de competencia, de elección y rechazo (así como en el acceso a la educación o la búsqueda de un trabajo). Hay muchos proyectos aceptados (ya sea por acuerdos políticos, negociaciones establecidas u otros factores) y un gran porcentaje son rechazados. Incluso, en las organizaciones campesinas que, por medio de la movilización, y también por ajustarse a las reglas del juego, logran acceder a los recursos, también se generan fenómenos de competencia entre campesinos que antes fueron compañeros y, si a esto le sumamos el bajo nivel de politización existente, el resultado es mucho peor.
Es claro que los programas de asistencia han sido una medida para justificar el incremento de la intervención del aparato gubernamental en el sector agrícola, además de servir como medidas de coerción electoral y hasta, en algunos casos, como método de contención ante la organización popular independiente.
Hoy más que nunca es necesario retomar el ejemplo de los campesinos y de los trabajadores que lucharon en la Revolución mexicana, los que se alzaron junto con Pancho Villa y Emiliano Zapata para luchar por tierra y libertad, no hay de otra. No son los programas de asistencia social los que cambiarán las cosas en el campo mexicano, serán los campesinos organizados y codo a codo con los trabajadores de las ciudades los que podrán transformar el actual estado de cosas. Hoy hay que sembrar conciencia y organización y abonar con lucha y resistencia.
NOTA: Este artículo fue publicado como parte de la sección CAMPO del No. 18 de FRAGUA, órgano de prensa de la Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP), en circulación desde el 23 de junio de 2016.
Organización de Lucha por la Emancipación Popular (OLEP)