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Entrevista a la directora Elena Trapé

«Siempre he alucinado con la gente que disfruta crispando»

Fuentes: La Marea

No hay una sola gota de sangre y, sin embargo, Las distancias es una de las películas más violentas de los últimos tiempos. La cinta de Elena Trapé (Barcelona, 1976), galardonada con el gran premio del pasado Festival de Málaga [así como con el de mejor directora y el de mejor actriz, para Alexandra Jiménez], […]

No hay una sola gota de sangre y, sin embargo, Las distancias es una de las películas más violentas de los últimos tiempos. La cinta de Elena Trapé (Barcelona, 1976), galardonada con el gran premio del pasado Festival de Málaga [así como con el de mejor directora y el de mejor actriz, para Alexandra Jiménez], es un drama incruento en lo formal y despiadado en lo sentimental. La premisa la hemos visto otras veces: un grupo de amigos de la juventud se reencuentra en la edad adulta y acaba diciéndose cosas terribles. Pequeñas mentiras sin importancia (2010) o la canónica Reencuentro (1983), de Lawrence Kasdan -«me encanta esa película», confiesa la directora-, ya habían tocado el tema con excelente fortuna. Pero Trapé ha versionado esa partitura clásica convirtiéndola en rock duro.

Las convenciones sociales son el corsé de la civilización. Romperlas puede ser liberador, pero también puede tener funestas consecuencias. Y eso es lo que les pasa a sus personajes. Son un grupo de amigos de la universidad que viaja a Berlín para darle una sorpresa a Comas (Miki Esparbé), el expatriado de la pandilla, en su 35º cumpleaños. «¿Cuánto tiempo os vais a quedar?», es la frase de recibimiento. Y empezando en todo lo alto, Trapé no deja de subir la intensidad emocional de este drama coral devastador.

Otras películas clásicas sobre reuniones de amigos empiezan con demostraciones de amor entre ellos antes de que todo se arruine. Usted va directamente al grano.

Sí, tardamos muy poco en entrar en el asunto. Esa fue una decisión muy discutida. Llegamos a pensar: «Ostras, quizás deberíamos empezar de una forma más suave». Pero, no, todo se precipita desde el principio.

¿Tiene la sensación de haber rodado una película hiperviolenta?

La película ha acabado siendo más dura de lo que esperábamos [risas]. Supongo que por la concentración de los acontecimientos [un fin de semana] y por la desnudez con la que se muestran. No intentamos edulcorar o hacer transiciones amables. Estás incómoda en una escena y entras incómoda en la siguiente.

Hay una corriente en la comedia que se basa fundamentalmente en eso, en la incomodidad. Usted, en modo drama, ¿quería jugar conscientemente esa carta o simplemente salió así?

Yo quería apretar mucho esa tuerca. Creo que lo que explica la película es algo muy frecuente: el enfriamiento de una relación de amigos. Y si hay distancia geográfica de por medio esto es más habitual aún. Aquí la diferencia está en forzar esa convivencia de un fin de semana en Berlín. Eso es lo que hace que todo se desmorone. Ahí se hace muy evidente que todos han cambiado, que su vínculo es el pasado y no el presente, y que no tienen tantas cosas en común. Quería que eso fuera muy directo.

Directo pero no tosco. Porque lo que inquieta todo el rato es ese ambiente de desasosiego.

Porque duele más ver una reacción que escuchar el insulto en sí. Duele más ese silencio de después que la bofetada. ¡Quizás en ese aspecto la película nos ha salido un poco demasiado negra! [Risas].

Cada amigo tiene una personalidad muy bien definida. ¿Con cuál de los cinco se siente usted más identificada?

Con todos. O mejor dicho: con una parte de todos. Incluso con Guille [Isak Férriz], y eso que cuando empezamos a construir los personajes su punto de partida era: «Ese amigo que hoy no te caería bien». Pero luego lo veo luchando por hacer lo que él cree que se tiene que hacer en cada momento y pensando que eso le va a dar seguridad, y acaba dándome mucha pena. Me enternece, el pobre.

Su mirada de directora se nota especialmente en ese personaje, el de Guille, que está constantemente haciendo mansplaining.

Es que todas hemos vivido eso, el mansplaining. Y me parecía muy descriptivo que este personaje hablara, por ejemplo, de la seguridad que su trabajo le da a su chica. Él cree que eso es algo bueno, que es lo que toca, lo que se supone que debe hacer. ¡Y no es capaz de ver en qué se está equivocando! No se entera de nada.

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 De izquierda a derecha Bruno Sevilla, Alexandra Jiménez, María Ribera e Isak Férriz

Retrato generacional

Los personajes de Trapé se despeñan en el terreno afectivo, sí, pero antes ya han derrapado en el terreno profesional. La reunión que iba a servir para recordar los buenos tiempos que pasaron juntos se convierte en una radiografía de su depresión postcrisis económica. Todos han quedado tocados de alguna manera. De la ausencia de perspectivas nacen la vergüenza y la frustración. Educados en un modelo económico de triunfadores y perdedores, no saben cómo lidiar con un fracaso del que se creen responsables. Y lo que es peor: utilizan su derrota para hacerse daño unos a otros.

¿Hasta qué punto cree que influye la precariedad laboral en el deterioro de las relaciones?

En la película no creo que sea un factor determinante. El enfriamiento de la amistad creo que es fruto del paso de los años, de la evolución de cada uno de ellos. En ese sentido, la historia es extrapolable a muchas generaciones distintas. Pasa el tiempo y es complicado mantener las relaciones. Pero esta precariedad sí que es decisiva en la decepción que sienten en sus vidas, en sus conflictos personales. Ese contexto ha hecho mella en sus sueños, en su calidad de vida, en lo que pueden esperar del futuro.

No sé cómo ha afectado la crisis a su trabajo de directora, tanto en ficción como en publicidad. ¿El que haya tardado siete años en rodar su segunda película tiene algo que ver con eso?

Supongo que un poco sí. En el caso de la publicidad, la verdad es que he tenido suerte de ir trabajando y de tener una continuidad. No me puedo quejar en absoluto. Con la ficción es diferente. Hubo un momento en el que las productoras apostaban por muy pocos proyectos porque no había ayudas. En 2013 encontramos a nuestra productora, Marta Ramírez, que quiso levantar el proyecto de Las distancias, pero no empezamos a rodar hasta 2017. No ha sido fácil, no.

Uno de los grandes aciertos de la película son las conversaciones mixtas en catalán y castellano de los personajes, que son lo más normal del mundo en Cataluña. ¿Era importante para usted mostrar que eso del conflicto lingüístico es un mito?

Sí. Siempre me ha sorprendido la lejanía desde la que se ven las otras lenguas cooficiales del Estado, como si fueran algo artificial o forzado. ¡Y es una cosa tan natural como hablar castellano! Si fueran algo antinatural, después de tantos años de represión franquista, el catalán, el euskera y el gallego hubieran desaparecido, y no es así. Son idiomas que tienen la misma antigüedad que el castellano. Para mí era obvio que la película tenía que ser bilingüe. Y me arrepentí siempre de no haber hecho Blog [su primer largometraje] de la misma manera. Creo que, afortunadamente, en los últimos años ha habido un cambio en la acogida del público y se han estrenado muchas películas en catalán y en euskera. Eso es bueno. El idioma no debería ser un barrera. Cuando nos pusimos a escribir Las distancias hicimos un estudio lingüístico de los personajes, porque según quién te ha presentado hablas en una lengua o en otra. Hay gente que solo habla en una, hay gente que solo habla en otra, pero nos entendemos igual. Me gusta porque eso en la película fluye de manera muy natural, teniendo en cuenta, además, que Alexandra no habla catalán. Su trabajo de aprenderse los pies de frase para dar la réplica está muy logrado.

En una época de poner y de quitar lazos, ese retrato cultural bilingüe no polariza.

Es que ahora hay mucha gente que quiere copar portadas de periódicos y minutos de televisión. Siempre he alucinado con cómo se disfruta crispando determinadas situaciones. Quizás porque mi familia materna es de Cuenca, yo siempre he vivido el bilingüismo como una riqueza y no como algo excluyente o conflictivo. Mis abuelos emigraron en los años cincuenta. Mi abuela vivió en Cataluña más tiempo del que vivió en su pueblo. Entendía el catalán perfectamente pero te respondía en castellano. Y eso nunca es un problema.

Blog trataba sobre la adolescencia. Las distancias se centra en los treintañeros. ¿Qué será lo siguiente? ¿Tiene previsto cerrar una trilogía sobre la edad?

[Risas] No, lo siguiente será una historia sobre rupturas que hemos situado en el Pirineo catalán. Tengo ganas de paisaje. Y habrá varias generaciones mezcladas.

Fuente: https://www.lamarea.com/2018/09/07/elena-trape-siempre-he-alucinado-con-la-gente-que-disfruta-crispando/