La poderosa transnacional biotecnológica Monsanto, a la que activistas señalan como corrupta, afirma que tiene buena imagen en el mundo y anuncia que seguirá pugnando para que México, centro de origen del maíz, abra sus puertas a las variedades transgénicas de esa gramínea. En entrevista con Tierramérica en Ciudad de México, Eduardo Pérez, director de […]
La poderosa transnacional biotecnológica Monsanto, a la que activistas señalan como corrupta, afirma que tiene buena imagen en el mundo y anuncia que seguirá pugnando para que México, centro de origen del maíz, abra sus puertas a las variedades transgénicas de esa gramínea.
En entrevista con Tierramérica en Ciudad de México, Eduardo Pérez, director de Desarrollo de Tecnologías de Monsanto para Latinoamérica Norte, señaló que aunque «el activismo ha creado una percepción errada de nosotros», eso no afecta a la empresa en su desempeño comercial.
En 2005, unos 8,5 millones de agricultores de 21 países sembraron cultivos transgénicos sobre 400 millones de hectáreas. La mayor parte de las semillas usadas son de Monsanto.
La firma es acusada de sobornar y presionar a funcionarios de gobiernos, de perseguir a campesinos que no les pagan regalías, de alterar informes científicos y hasta de haber participado en la creación del agente naranja, un arma química usada en la Guerra de Vietnam (1964-1975).
El representante Monsanto, transnacional que rara vez acepta dar entrevistas a la prensa, niega varias de esas acusaciones, aunque acepta que hubo un caso de soborno. Además, anuncia que su empresa no planea irse de México pese al rechazo oficial a los cultivos de maíz transgénico.
Tierramérica: En octubre el gobierno mexicano negó, por tercera vez desde 2005, los cultivos experimentales de su maíz. ¿Qué hará la empresa?
Eduardo Pérez: Hicimos las solicitudes a iniciativa del propio gobierno, pues necesitaban nuestras semillas para experimentar. No conocemos en detalle los argumentos, pero si son razonables los aceptaremos. Es necesario obtener información científica de manera responsable, para que la autoridad pueda decidir si conviene o no el cultivo comercial de maíz transgénico.
— Aún hay reglamentaciones pendientes de aprobar en el país para permitir estos cultivos, pero a pesar de eso ustedes presionan a las autoridades.
— Nosotros no presionamos, sólo hacemos nuestro trabajo. Estamos atentos a dar información y claro que tenemos interés en la experimentación. Por eso hablamos con los que toman decisiones para preguntar qué necesitan, si tienen todos los elementos y si podemos ayudar en algo. Mantenemos la idea de que para la experimentación no es necesario tener la reglamentación completa.
— ¿Ven inevitable el ingreso de maíz transgénico en México? Los activistas dicen que, si se permite aquí, ustedes tendrían vía libre para cualquier otro país.
— Creo que en la medida que se genere información científica y que las autoridades tengan elementos de seguridad para pasar a una etapa comercial, esa tecnología debería estar disponible para los agricultores. No tenemos dudas de los beneficios de este tipo de productos, los hemos constatado en muchas partes del mundo. Entrar a México es importante, pero no más que en otros países que ya usan semillas transgénicas. Debe quedar claro que son los agricultores los que están pidiendo esta tecnología.
— Los opositores a los transgénicos indican que sus semillas generan esclavitud, pues los agricultores no pueden usar otras y quedan expuestos a juicios.
— Garantizamos que no vamos a enjuiciar a campesinos que cultiven transgénicos sin conocimiento. Los juicios que sobre este punto hemos entablado en otros países son contra quienes han usado con alevosía y ventaja nuestra tecnología. El compromiso es proveer soluciones, pero nadie está obligado a aceptarlas.
— Se denuncia que los cultivos de maíz transgénico podrían generar un mayúsculo impacto ambiental, sanitario y cultural.
— Éste es un debate entre científicos, que muchas veces se politizó, al punto de afirmar sin bases que el maíz transgénico va a contaminar y deteriorar la biodiversidad. Pero las más de 150 millones de toneladas de maíz transgénico que circulan en el mundo no produjeron ningún daño. En cuanto al impacto cultural, no creo que haya cambios, aunque sí es necesario definir las comunidades que son centros de origen en México, para mantenerlas en esa condición.
— Un funcionario de su empresa declaró en 2005 que, si no se aprueba el maíz, transgénico se irán de México.
— No sé cómo se interpretó la repuesta de ese colega, pero si en México persiste un sistema regulatorio bloqueado, impredecible y hasta cierto punto moroso, la empresa tomaría la decisión de dirigir parte de los recursos que usamos aquí a otro país. Pero no nos vamos de México. Hace ya muchos años que estamos aquí y tenemos un compromiso con el país.
— Monsanto tiene mala fama, los activistas les hacen graves acusaciones.
— El activismo creó una percepción errada de nosotros, pero no afecta a la firma. Si tuviéramos mala imagen, no estaríamos en 120 países y tampoco nuestros productos, como las semillas híbridas y los herbicidas, serían los preferidos de los agricultores de México.
— En 2002 ustedes fueron condenados a multas por pagar 700.000 dólares a funcionarios de Indonesia para inducirlos a permitir los cultivos transgénicos. ¿Cómo afectó eso su imagen?
— Eso no lo hizo Monsanto sino un intermediario. Pero la ley es clara: aunque se actuó sin nuestro consentimiento, la sancionada es la empresa y por eso pagamos. Ahora existe una política muy estricta en la compañía para que eso no vuelva a suceder.
— ¿Es Monsanto uno de los inventores del agente naranja?
— No tengo mucha información sobre eso; yo no había nacido entonces. Al igual que Monsanto pudo haber sido otra la empresa involucrada.
* El autor es corresponsal de IPS. Este artículo fue publicado originalmente el 4 de noviembre por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.