Un informático se sienta frente a una computadora. Mediante lenguajes de programación escribe un código que luego es comprendido por la máquina. Ha creado una aplicación. Si la entrega junto con lo escrito, entonces el código es abierto y el software, si cumple todos los requisitos, libre. En ese caso, existe la posibilidad de que […]
Un informático se sienta frente a una computadora. Mediante lenguajes de programación escribe un código que luego es comprendido por la máquina. Ha creado una aplicación. Si la entrega junto con lo escrito, entonces el código es abierto y el software, si cumple todos los requisitos, libre. En ese caso, existe la posibilidad de que otros informáticos puedan ver y transformar ese código. De tal modo, serían capaces de mejorar la aplicación o adecuarla a contextos específicos.
Sin embargo, el más extendido en el mundo continúa siendo el código propietario, la filosofía con que trabajan las transnacionales del software. Se afirma que estas aplicaciones poseen puertas traseras, una vía eficaz para la fuga de información de las computadoras conectadas a una red.
«Por razones de seguridad y, sobre todo, de soberanía tecnológica, nosotros estamos estimulando mucho el empleo de las aplicaciones de software libre, para empezar, en las entidades y organismos de la administración central del Estado -señala Boris Moreno, viceministro de la Informática y las Comunicaciones.»
Desde hace algunos años existe en Cuba un Grupo Ejecutivo para la Migración. Lo componen el Grupo Legal, encargado de establecer el marco regulatorio para respaldar el proceso; el Grupo de Capacitación, cuya tarea reside en preparar a las personas para el cambio; y el Grupo Técnico, que ha elaborado una guía de migración, referencia para ordenar el proceso y señalar cuáles son las aplicaciones sustitutas de aquellas en código propietario.
«Llevamos tiempo intentando impulsar la migración. Es una tarea complicada, porque implica cambiar hábitos y costumbres, y no hemos avanzado a la velocidad que queremos -destaca el viceministro.»
En materia de empleo de aplicaciones y plataformas de código abierto, la Aduana General de la República (AGR) es una referencia para nosotros, añade. «Como siempre sucede, es muy importante el rol de los principales directivos. En el caso de la Aduana, la más alta dirección de la entidad comprende muy bien el papel que desempeña la informática para hacer más eficientes y seguros los procesos de trabajo en las organizaciones».
UNA EXPERIENCIA EN LA MIGRACIÓN A CÓDIGO ABIERTO
A mediados de 1999, a Carlos Anasagasti le pusieron en las manos lo que parecía una «misión imposible». Entonces ya era el jefe del Centro de Automatización para la Dirección de la Información en la Aduana. La idea de «investigar qué era Linux», terminó siendo una migración -difícil, pero afortunada- hacia el código abierto.
Además de la independencia tecnológica inherente a la adecuada implementación del software libre, no sujeto a los vaivenes de las grandes transnacionales, la AGR tuvo más razones para elegir.
Hicimos un estudio y en el 2002 -señala Anasagasti- , con la cantidad de máquinas que había, nos ahorraríamos más de 300 000 dólares en licencia, de tener instalado Linux. «Dijimos que si seguíamos creciendo como pensábamos, en algún momento gastaríamos cifras bien grandes y nos las podíamos ahorrar».
Un año después, ya habían revisado innumerables experiencias de otras partes del mundo: Brasil, Alemania, la provincia española de Extremadura… Ninguna, sin embargo, despejó el camino. «Estábamos casi solos -recuerda Anasagasti-. El detalle de cómo hacer las cosas, nadie nos lo daba».
Otros vinieron a ayudar. Especialistas de Infomed y algunos iluminados inmersos en las maravillas del software libre cuando aún era un completo desconocido, sumaron fuerzas al empeño. Así fue como comenzaron a entrenar a los informáticos de la institución. Les introdujeron en el mundo del código abierto y paralelamente se comenzó a migrar los servidores, la parte menos visible para los usuarios no especializados.
Quedaba lo más difícil. La migración en las estaciones de trabajo «afecta a la mayor cantidad de gente -señala el directivo», las que no quieren cambiar, están acostumbradas a una cosa. (…) Aprobamos un plan de capacitación y en el 2006 ya habíamos definido qué enseñarle a la gente sobre Linux».
AMÉN DE DIFICULTADES TÉCNICAS…
Como cuenta David Fernández, jefe del Grupo de Automatización de la AGR en Santiago, debido a la diversidad de los equipos y las aplicaciones existentes, era imposible usar una sola distribución para todas las máquinas. Llegó un momento en que no todas las computadoras funcionaban con Linux (algunas trabajaban mejor con una versión de Windows), pero sí tenían el navegador, el correo electrónico y las aplicaciones ofimáticas en código abierto que usarían cuando tuvieran instalado ese sistema operativo.
«El día que cambiaran la máquina, los usuarios debían aprender los detalles del sistema operativo, pero el resto ya lo sabía usar», subraya Anasagasti. «Eso nos facilitó mucho las cosas».
Con la llamada virtualización, el hecho de que los usuarios necesitaran algunas aplicaciones en software propietario dejó de ser impedimento para instalar los sistemas operativos libres en las estaciones de trabajo. El mecanismo, bien conocido en el mundo, consiste en crear varias máquinas virtuales -con versiones de Windows, por ejemplo- en un servidor; cada una de ellas posibilitará la ejecución de programas desde la computadora conectada a esa red.
Hubo resistencia al cambio, pero la estrategia los ayudó. En estos momentos, el 94% de los más de 1 200 usuarios trabajan con Linux. El Sistema Único de Aduanas, la principal aplicación de la AGR, corre sobre software libre. Les falta migrar la base de datos, pues la que tienen en software propietario supera por mucho a sus similares de código abierto; pero en ello laboran.
Lejos quedaron los tiempos en que las versiones de Linux consistían en difíciles y extrañas desconocidas. Hoy tienen Ubuntu para los usuarios en las estaciones de trabajo, una distribución de Linux muy amigable y parecida a Windows; Debían, «un proyecto muy poderoso», se destina a los servidores.
Mientras, los impulsores de esta obra recuerdan que han tenido duros tropiezos y que necesitaron siempre de un buen soporte técnico capaz de corregir inmediatamente las dificultades. Las experiencias, con seguridad, serán un reto para muchas entidades. Por eso urge que la filosofía de solidaridad y colaboración del software libre se acompañe de organización, de flexibilidad y de lucidez para, finalmente, consolidar el rumbo.
«Free software», se diría en inglés «software libre». El término «free» -que en lengua anglosajona significa tanto «libre» como «gratis» -es probablemente el causante de una vieja polémica. De ahí el mito de que el software libre implica obligatoriamente gratuidad.
Richard Stallman, conocidísimo de esa comunidad y su principal promotor, se refiere a «free» en su acepción de «libre» y señala que cuatro son las requisitos imprescindibles para que una aplicación sea considerada de este tipo: libertad para ejecutar el programa en cualquier sitio, con cualquier propósito y para siempre; libertad para estudiarlo y adaptarlo a necesidades específicas; libertad de redistribución, de modo que se pueda colaborar con otros usuarios; libertad para mejorar el programa y publicar sus mejoras.
http://www.elhabanero.cubaweb.cu/2009/noviembre/nro2707_nov09/cienc_09nov960.html