En nuestro país los sindicatos padecen una crisis de credibilidad y confianza por parte de sus afiliados y también de quienes carecen de ese instrumento de defensa legal.
Durante décadas sus líderes se alejaron de la clase obrera y dejaron de defender sus intereses, perdieron la brújula y han sido opositores del movimiento obrero, “incluso un posset se descompone si no se remueve” dijo Heráclito de Éfeso. Los sindicatos están descompuestos, perdidos y estancados. A pesar de esto, no puede negarse que los auténticos sindicatos tienen un poder de contrapeso contra los abusos de los patrones y un poder de negociación en la mejora de las condiciones laborales, pero como dice el dicho popular, “por uno pierden todos”. Lamentablemente la gran mayoría de los trabajadores ha dejado de creer en esta herramienta colectiva y esto se manifiesta en el bajo número de obreros sindicalizados. El afiliarse a un sindicato, hoy día, prácticamente se ha convertido en un lujo ¿es esto así?, veamos.
Un lujo, según la Real Academia Española es “aquello que supera los medios normales de alguien para conseguirlo”. Darse un lujo es permitirse por pura satisfacción, hacer o tener algo que excede los límites de lo normal o de lo debido. Entonces, cuando hablamos de que sindicalizarse es un lujo, de alguna manera estamos diciendo que el trabajador se está permitiendo algo que no está al alcance de todos, algo valioso que solamente pueden permitirse unos cuantos, y podemos decir que esto es así cuando observamos la realidad. Según datos del Instituto Nacional de Acceso a la Información, 9 de cada 10 personas trabajadoras en México no están afiliadas a un sindicato. La Secretaría de Trabajo y Previsión Social tiene registradas a 3 mil 475 agrupaciones sindicales del fuero federal; del total de sindicatos registrados, 775 están aglutinados en la CTM; 412 en la CROC; y 352 en la CROM; las cuales, en su conjunto, representan el 55% de los sindicatos registrados. Estas confederaciones mencionadas, con la CTM a la cabeza, han sido sinónimo de corrupción y están catalogadas por la opinión general como sindicatos charros. Es decir, las opciones de sindicalismo auténtico son escasas, encontrar a una asociación que verdaderamente se preocupe por los trabajadores y defienda sus intereses es como encontrar un oasis en un desierto. Por otro lado, el problema de afiliarse o de crear un sindicato no solo son las opciones que tienen los obreros, sino también la oposición bestial por parte de los patronos que despiden injustificadamente a los trabajadores al primer intento de coaligarse.
Por lo anterior, podemos decir que sindicalizarse sí es un lujo y lo es porque no abundan los sindicatos auténticos a los que puedan afiliarse, porque las pocas opciones existentes están desgastadas y han demostrado haberse alejado de la clase obrera y por la oposición férrea de los patronos hacia este instrumento de defensa.
No obstante, la importancia de los sindicatos en la vida de los obreros y en la sociedad, aunque se ha diluido, es gigantesca. Las organizaciones sociales y la clase obrera deben y tienen que replantearse en su proyecto político la cuestión laboral y sindical, pues los sindicatos auténticos no solamente tienen la función de defender el nivel salarial de los obreros y las mejoras en sus condiciones laborales, sino que también representan un límite al poder desbordado de la burguesía, en una entrega posterior abordaremos más a fondo su importancia, por ahora solo diremos, en palabras de Engels, que son “verdaderas escuelas de guerra” que cumplen con la función de “preparar” a los trabajadores para enfrentamientos futuros”.
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