Los nacionalismos, el Estado español y la izquierda, de Jaime Pastor, Madrid: La oveja roja. Colección Viento Sur, 2012
Llamar problemático al concepto de nación es decir una vulgaridad. No hay tratado de filosofía, teoría o ciencia políticas que no comience señalando la inexistencia de una definición generalmente aceptada de aquel. Con sobrado motivo, porque es un concepto derivado de un sentimiento y los sentimientos son imposibles de definir. Le ocurre como al amor. No hay una definición única de él, sino múltiples, todas erróneas o todas ciertas, según los momentos, las circunstancias y los sujetos que las invoquen. Los conceptos designan realidades porque el universal no existe. Las gentes aman por los más diferentes motivos y se juntan en naciones por las más diversas causas. La nación significa cosas distintas para cada ser humano aunque a veces puñados de estos se pongan de vociferante acuerdo para agredir a los demás en nombre de una idea de nación que dicen compartir.
Tal resignación teórica, doctrinal, no es bien venida en la práctica. El bueno de Zapatero formuló al comienzo de su mandato ese escepticismo académico y hubo una reacción violenta. Aseguró que el concepto de nación es discutido y discutible, lo obvio. Al instante le saltó a la yugular Mariano Rajoy quien parece pensar que hay algo indicutido e indiscutible: España. Su idea de España. Por supuesto, Zapatero se tragó sus palabras y no volvió a mostrar debilidad crítica alguna en punto a patriotismo nacionalespañol. La nación es un concepto indefinible pero tiene consecuencias prácticas contundentes bajo la forma de los nacionalismos, poderosísimas ideologías políticas de gran tendencia agresiva.
O sea, el problema es el nacionalismo. Sobre todo es problema para aquellas otras ideologías políticas que se precien de cosmopolitas, universales, internacionalistas. Y, dentro de ellas, muy en especial, el marxismo, cuyo presupuesto fundamental es que el sujeto de la historia, el proletariado, es universal. De hecho, sin embargo, la historia del marxismo es en buena medida una controversia sobre el nacionalismo. Por eso es de agradecer la última aportación de Jaime Pastor a este concurrido foro. Pastor es un notorio investigador desde una perspectiva marxista. Para los enterados en la materia sirve aclarar que su marxismo es de vertiente trotskista, lo cual es relevante en el tema nacional ya que uno de los puntos de conflicto entre Trotsky y Stalin fue el choque entre el internacionalismo del primero y el nacionalismo patriótico del segundo. Ambos, por supuesto, presumiendo de marxistas y hasta de leninistas. Ello da al libro un interés especial pues en él se mezcla el espíritu y método académico, en busca de la objetividad, con una posición militante que, al ser marxista, sostiene implícitamente estar en una situación de superioridad epistemológica o, cuando menos, heurística.
El libro no es una obra sistemática, pues acoge ensayos y textos publicados en otros lugares, si bien el autor los ha reelaborado para integrarlos en un discurso único y en gran medida lo consigue. Son cuatro capítulos que tienen un vago orden cronológico aunque son autónomos.
El primero, una persectiva histórica y teoríca es un repaso a la idea de nación y el nacionalismo en la historia de la izquierda, especialmente la marxista. Previamente paga el obligado tributo a la complejidad del concepto y deja sentada una definición del derecho de autodeterminación (p. 27) con la que coincido, así como su propuesta de articulación territorial como el federalismo plurinacional (p. 39) que recomienda especialmente para España (p. 179) y con la que no coincido. No porque tenga otro alternativo sino porque me parece ocioso y un pelín utópico adelantar configuraciones futuras en función de criterios ideológicos.
El repaso por los pensadores marxistas está muy bien, muy documentado, pues el autor es reconocido experto en la materia. Marx y Engels dejaron el asunto en el aire porque, internacionalistas como eran, daban a la nación un significado modesto. La distinción de Engels entre «naciones con historia y naciones sin historia» (p. 42), aunque tiene orígenes hegelianos, no es muy penetrante ni justa. A mi modesto entender oculta un prejuicio racial germánico contra los pueblos eslavos. Pastor dedica bastante atención a la polémica entre Luxemburg y Lenin acerca del nacionalismo. La primera, polaca de origen pero máxima representante del grupo rígidamente internacionalista al que pertenecían el también polaco Strasser y el holandés Pannekoek, rechazaba el derecho de autodeterminación en lo que a Pastor le parece que es «una concepción eonomicista del problema nacional» (p. 55).
Lenin, en cambio, defendía ese derecho a mi entender por motivos puramente tácticos, aunque en esto no sé si Pastor estaría de acuerdo, pues sostiene que era una defensa no instrumental sino finalista (p. 56). En mi opinión, Lenin trata el problema de un modo que luego han imitado casi todos los comunistas de tradición que Pastor llamaría estalinista, esto es: se defiende el derecho de autodeterminación para debilitar las estructuras imperiales porque, al fin y al cabo, la batalla es contra el capitalismo, pero luego no hará falta autodeterminarse o independizarse porque todos los pueblos del imperio volverán a abrazarse en fraternal unión. Algo así es lo que muchos proponen hoy para España.
Es interesante la referencia al austromarxismo pues este fue otro momento crucial en las tormentosas relaciones entre marxismo y nacionalismo al verse aquel repentinamente enfrentado al principio de autodeterminación de los pueblos de cuño wilsoniano después de la primera guerra mundial. Oportunísimo el recurso a Otto Bauer quien había publicado en 1907 su famosa La cuestión de las nacionalidades y la socialdemocracia de donde surge su también célebre definición de nación como comunidad de carácter surgida de una comunidad de destino, lo que plantea la diferencia entre la concepción personal y la territorial de nación, una distinción muy propia del nacionalismo pangermánico y que se aparta del también germánico pero más tradicional de Blut und Boden. Andando el tiempo, esta idea configuraría la muy penetrante y utilizada distinción de Meinecke entre naciones culturales y naciones políticas. Por cierto, tengo la impresión de que donde más influyó la doctrina de Bauer/Meinecke del principio personal/cultural fue en la articulación del nacionalismo judío.
El resto del repaso por el marxismo contiene acertadas observaciones sobre Jaurés y, por supuesto, Antonio Gramsci, el paladín moderno del maridaje entre los opuestos de nacionalismo y marxismo a través de su concepción de lo «nacional popular». Connolly y Mariátegui serán dos nuevas versiones de la controversia con toques étnicos, irlandés el uno e indigenista americano el otro.
El segundo capítulo, Estado, nacion y capitalismo en la España contemporánea trae el problema nacional a la piel de toro. Arranca la España moderna de la Guerra de Sucesión, con su final de apoteosis centralista y Decretos de Nueva Planta y traza luego la historia del siglo XIX siempre con el hilo de Ariadna (porque esto del nacionalismo es un laberinto, basta con pensar en los carlistas) del nacionalismo para llegar a la conclusión pesimista clásica del fracaso del esfuerzo nacionalizador español (p. 92) que, en aquella época sería el acicate del regeneracionismo y de los atribulados intentos de reacomodo de la IIª República (luego de la fragmentación de la Iª), abruptamente interrumpida con la Dictadura de Franco (p. 102). Pastor dedica particular atención, supongo que por afinidades electivas, a las elaboraciones de los trotskistas catalanes del POUM y del Bloque Obrero y Campesino, singularmente, claro, Nin y Maurín. De este último destaca, creo que con simpatía, esa configuración deseada de la UIRS o Unión Ibérica de Repúblicas Socialistas (p. 115). El iberismo asoma siempre la oreja en este tipo de proyectos.
El tercer capítulo, Transición política, nacionalismo español y las izquierdas de ámbito estatal. parte del sólito juicio crítico sobre el alcance de la transición, considera de corta mira el reconocimiento de la plurinacionalidad de España en la Constitución (p. 123), detecta la pronta deriva neocentralizadora de la LOAPA (P. 125), expone el cierre en banda del parlamento y el Tribunal Constitucional tanto al Plan Ibarretxe como al nuevo estatuto de Cataluña (p. 129) y acaba señalando la ironía de que sea el PP quien acoja la idea de Sternberger del patriotismo constitucional en su programa en 2002 (p. 133). Tuve la precaución de asomarme al texto y, la verdad sea dicha, no han entendido el concepto, por tanto este no queda mancillado y sigue siendo tan difícil de implementar como siempre. Viene luego un examen de la izquierda de ámbito estatal en relación al nacionalismo en el cual se resalta la deriva neocentralizadora del PSOE cuyo punto simbólicamente dominante le parece a Pastor es la proclamación del doce de octubre como Fiesta Nacional española en 1987 (p.145); igualmente se subraya la ambigüedad de IU (p. 152) y que yo atribuiría a la vieja herencia del tacticismo leninista. Queda claro que la plurinacionalidad es el problema irresuelto del Estado español (p. 163). Hoy más que nunca.
La cuarta parte, Identidades, derechos e intereses. Mirando al futuro es un texto más circunstancial. Hay un dictamen rotundo que habla de «fracaso nacional español» (p. 178), una expresión que parece encajar perfectamente con la experiencia de una búsqueda bicentenaria de la esencia nacional española, un trabajo similar al de Sísifo. Cuando creemos haber llegado a la cúspide de una planta territorial, se nos derrumba bajo los pies como si fuera de galleta. Sospecho, no obstante, que ese dictamen no revela toda la verdad. No por ser falso, sino por ignorar la posibilidad de una perspectiva refleja. Si se habla de «fracaso» es porque no se ha alcanzado un objetivo. Muy bien. ¿Cuál? ¿Y si la esencia de la nación española fuera la angustia de un replanteamiento permanente de su sentido a partir de la conciencia de un fracaso? No es retórica. Es una realidad. Pocos pueblos se ven obligados a plantearse cotidianamente su razón de ser. Es una situación que acicatea el debate político e ideológico. Otra cosa son los resultados.
Entre estos, pide Pastor, si no ando equivocado, una «segunda transicion» (p. 179). No es fórmula feliz. Todo el mundo habla de «segunda transición». Hasta Aznar y no creo que con el mismo significado. Pero es igual, Pastor formula su propuesta de una unión libre de los pueblos del estado español en torno a un proyecto federal plurinacional, plurirregional y pluricultural que a su vez contribuyera a ir forjando otra Europa de los pueblos» (p. 179). En subjuntivo y como unión «en torno a un proyecto» es una determinación tan amplia que es imposible no estar de acuerdo con ella.
Fuente: http://cotarelo.blogspot.com.es/2013/02/sisifo-y-la-ceremonia-de-la-nacion.html