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Sobre democracias, voto nulo y otras supersticiones

Fuentes: Rebelión

A unos días de las elecciones intermedias promotores y detractores del voto nulo continúan con lo que León Felipe llamaría sus discusiones de sastre: que si anular es el modo que mejor se ajusta para ejercer presión, que estos votos serían capitalizados por algunas instituciones para confeccionar sus propios proyectos, que si la democracia mexicana […]

A unos días de las elecciones intermedias promotores y detractores del voto nulo continúan con lo que León Felipe llamaría sus discusiones de sastre: que si anular es el modo que mejor se ajusta para ejercer presión, que estos votos serían capitalizados por algunas instituciones para confeccionar sus propios proyectos, que si la democracia mexicana necesita vestirse con retazos de participación ciudadana, etcétera. Los ahora llamados anulistas y los viejos conocidos parásitos del voto popular, construyen un ring mediático y defendiendo oscuros intereses fingen que defienden su postura. Hace algunos días la controversia era entre anular y abstenerse. Como ya lo apuntó Massimo Modonesi, estas distinciones son teóricamente indiscutibles pero concretamente ineficaces.

Al margen de esto, probablemente estamos ante un nuevo modo de fomentar una conducta electoral: promocionando inversa o indirectamente las propuestas y mediante pseusocontroversias, con presencia de intelectuales y líderes de opinión no tan intelectuales, y en virulentos espacios electrónicos.

En la base de estas posturas e imposturas suelen encontrarse falacias con un gran poder de convencimiento. La mayoría tienen que ver con la psicologización del IFE, del gobierno o más aún, de entidades abstractas a quienes se les adjudica un inmenso poder y las mismas capacidades apasionadas y parciales para interpretar la conducta electoral que cualquier otro ciudadano: si no votas se va a entender que eres indiferente, o que fue por flojera; si anulas tu voto estás mandando el mensaje de que estás de acuerdo con el sistema pero no con las opciones; si votas por la izquierda la derecha va a experimentar miedo. ¿Quién va a interpretar todas esas cosas?, sobre todo, ¿qué va a pasar al respecto? Los medios de comunicación nos tienen acostumbrados a las profundas exegesis que sin embargo no tienen nada que ver con el curso de la política. Si marchas y plantones no han conmovido al sistema político, menos lo hacen las sesudas interpretaciones de lo que «realmente» quiere decir el electorado al votar o no votar. Para clase política, es decir, para aquellos que tienen como medio de vida al erario público a través de sueldos, bonos, concesiones y tranzas, el sentir popular y sus negocios son cosas diferentes, y uno de esos dos les tiene sin cuidado. Aunque voten menos de la mitad de los electores, aunque lo hagan por miedo o apuntando hacia el menos malo, el negocio de las elecciones seguirá en pie.

El pensamiento mágico que subyace a la propuesta del voto nulo es el mismo que la da vida al ideal de democracia. Se dice que México debe pasar de la democracia electoral a la participativa, de la libertad de expresión al derecho de referéndum y plesbicito; siempre hay un más allá, un etapa mejor. Algún día llegará alguien que realmente me escuche, que en verdad se ocupe de mis necesidades e interprete correctamente mis conductas (electorales en este caso, ya que son nuestra única participación cívica socialmente reconocida, las demás formas de expresión son consideradas más delincuencia que ciudadanía). Ese alguien es un Otro que mañana se llamará IFE y pasado mañana gobierno federal.

La sugerencia de abstenerse en las votaciones es una vieja propuesta anarquista en la que más que pretender cambiar un sistema por medio de un solo mensaje colectivo, y más que intentar subrayar el descrédito de las instituciones, tiene como objetivo una revuelta interior, un movimiento ético. Es una forma radical de politización orientado hacia el cambio en el individuo, que al final de cuentas son personas quienes pueden generar cambios, no instituciones acomodaticias. Yo, como Borges, no creo en la democracia, nunca he sido un supersticioso.