En este fin de semana trascendió el inminente aumento de los combustibles anunciado en estos días por parte de YPF, que en etapas llegaría al 18%, lo que implica el rápido ajuste de los precios de sus competidoras.
Es sabida la repercusión de los incrementos de precios de las naftas sobre la inflación, los directos y sobre todo los indirectos, vía encarecimiento del transporte. Parece un zarpazo sobre el poder adquisitivo de la población, cuya sombra se agiganta por producirse casi al mismo tiempo que el anuncio de un 3,6% de inflación en febrero, que parece alejar la posibilidad de una tasa del 29% en todo el año.
Mientras tanto sigue la discusión en torno a aumentos de la electricidad y el gas que incluyan a los consumidores domiciliarios, se habla incluso de niveles cercanos al 20%, lo que tiene sobre el bolsillo popular un impacto aún mayor y más directo que el de los combustibles. Y están definidos los calendarios de incrementos en algunos medios de transporte, como el subte y los taxis.
Resultan remarcables algunos respaldos de la gran empresa a la gestión de Martín Guzmán, que aplauden su enfoque “macroeconómico” de la inflación, la preocupación por el equilibrio fiscal y más en general su disposición al diálogo y el talante “razonable” enarbolado por él en las negociaciones con el FMI. Valgan como ejemplo las declaraciones en ese sentido de Jaime Campos, presidente de la Asociación Empresaria Argentina (La Nación, domingo 8/3), la central de elite que nuclea a la “crema” de las grandes empresas (Techint, Clarín, Arcor, Mercado Libre, Laboratorios Bagó, entre otros) No cabe creer que son divagaciones individuales, tratándose de un dirigente con tal representación institucional. Y van en similar sentido a anteriores manifestaciones de la Unión Industrial Argentina, cuyos capitostes no se han privado de ovacionar al ministro de Economía. Marcan la necesidad de no prestar atención exclusiva a las filípicas de comunicadores que ofician de voceros de la oposición y economistas que predican el apocalipsisis en cualquier circunstancia, y posar asimismo la mirada sobre movimientos más orgánicos, incluso “institucionales”, en el campo del gran capital. La visión transmitida por Campos trasluce la presión para llevar al gobierno a un ajuste alineado con una ofensiva sobre el nivel de vida y las condiciones de trabajo de la mayoría de la población. La probabilidad de un choque frontal con las aspiraciones electorales del Frente de Todos aminora las chances de que ese ataque prospere por completo, pero no las excluyen.
Si se dirige la vista a los ingresos y condiciones de vida de las clases populares, se encuentra a los salarios, que se pretender atar a la supuesta pauta del 29% de inflación, lo que convalida de paso tres años consecutivos de pérdida en el poder adquisitivo de los salarios. Mientras tanto es ya una repetida obviedad hacer referencia a los índices de pobreza mayores al 40% y a sus consecuencias concretas. Hay síntomas que suelen escapar a las mediciones y que pueden apreciarse incluso sin salir del área céntrica de Buenos Aires: Más familias enteras en situación de calle, el incremento de la mendicidad abierta o disimulada, la afluencia de nuevos “cartoneros” a las calles de la ciudad, la proliferación de la venta y otros oficios ambulantes. El acceso a la salud y a la educación tiende al deterioro, morigerado en parte por el esfuerzo de las organizaciones populares que sostienen comedores, asisten a enfermos y personas mayores y se multiplican para enfrentar el variado espectro de necesidades crecientes.
Las esperanzas de reactivación proporcionadas por el repunte de los precios de las exportaciones y la recuperación de ciertas ramas de la economía, sobre todo en la construcción y la industria, o la perspectiva de “anclaje” de la inflación que podría proporcionar el tipo de cambio que achica la “brecha” y se devalúa menos que la moneda local, lucen como de escasa fuerza frente a la crisis tan acuciante que se vive
Existen brotes de descontento, como el que antagoniza con el gobernador Gildo Insfran, en el que se entrelazan variadas tendencias, desde la defensa de genuinos intereses populares a acciones provocadoras de la derecha “dura”. Más allá de tensiones de superficie como las accidentadas circunstancias de la salida de la Ministra de Justicia y de las demoras en su reemplazo, hay corrientes más profundas que deberían concitar más atención.
La conflictividad en Chubut sigue prolongándose y bifurcándose, como en todo lo ligado a la minería y ahora al fuego. Las protestas en esa provincia jaquean a un gobernador situado en la tendencia más derechista entre las que apoyan al gobierno.
Las mujeres en las calles el 8 de marzo constituyeron un símbolo de la continuidad de la resistencia feminista, más allá de las limitaciones ocasionadas por la pandemia. En la misma línea se despliegan crecientes manifestaciones callejeras de las organizaciones “piqueteras”, que exteriorizan sus reivindicaciones apuntando al Ministerio de Desarrollo Social y a otros núcleos del poder político. Las luchas de los asalariados, además de las que defienden los puestos de trabajo frente al cierre o “racionalización” de muchas empresas, se perfilan en torno a paritarias suspendidas o signadas por negociaciones insatisfactorias. El progresivo “deshielo” de actividades productivas y de servicios puede brindar un espacio más favorable para las luchas reivindicativas, que se proyecta hacia el futuro cercano. En la vereda de enfrente, las patronales protestan por los “excesivos” costos que les impone la forzada ausencia de trabajadoras y trabajadores pertenecientes a grupos de riesgo, y reclaman la flexibilización de las condiciones frente a la pandemia, e incluso que los prioricen en los planes de vacunación
Algunos esfuerzos del gobierno, dentro de los límites de sus políticas, parecen fructificar en los últimos días, como con la llegada de un mayor número de vacunas, sobre el telón de fondo de los derrapes del gobierno de la Ciudad en la organización y administración de las inmunizaciones. Eso no alcanza para marcar un rumbo. Variadas indecisiones, contramarchas, cierta desorientación, parecen campar en amplios sectores de la heterogénea coalición oficial.
Debería sonar una alerta a partir del incipiente reagrupamiento de la derecha liberal (y no tan liberal) más extrema, desde Ricardo López Murphy a Javier Milei, y de Darío Loperfido a Cynthia Hotton, más la inclusión de agrupaciones juveniles “libertarias”, por ahora bajo los rótulos “Republicanos Unidos” y “Frente Vamos”. Se pone de manifiesto la existencia de sectores derechistas que se radicalizan cada vez más, y encuentran cierto eco. Entre sus consecuencias ya manifiestas se halla el aliento a los integrantes de Juntos por el Cambio que, sin responsabilidades gubernamentales actuales, apuestan a la contraofensiva en toda la línea después de su fracasado gobierno, e incluso a la “bolsonarización”, encabezados por Patricia Bullrich, entre otros dirigentes de similar tendencia.
Ante ese desenvolvimiento del campo de la derecha, resalta con fuerza la necesidad de constituir primero, y darle fuerza luego, a una auténtica construcción popular, hoy ausente o desperdigada. Son demasiadas las necesidades carentes de defensa efectiva y de la posibilidad de ser articuladas en una visión superadora, que se atreva a plantear un nuevo modelo de sociedad. Y luche contra el sentido común conservador, para proporcionar a un enfoque contrahegemónico un lugar que hoy no tiene en la sociedad argentina.
Con toda la importancia que adquiere la presencia en las luchas de los partidos agrupados en el Fitu y en su medida del Nuevo Mas, sus debilidades políticas parecen ostensibles, en gran parte debidas a un enfoque que no extiende su mirada de las alianzas más allá de los límites del trotskismo, y se resiste a tomar nota de cualquier diferencia entre las orientaciones del gobierno actual y las diversas fuerzas que lo apoyan, y las posiciones radicalizadas a su derecha.
La persistencia de la virtual invisibilidad de corrientes de izquierda con una perspectiva más amplia constituye una seria limitación a la hora de configurar una alternativa, que pueda terciar frente a un “bicoalicionismo” que todavía aparece impenetrable.
Es una situación cuya reversión exige el esfuerzo e inteligencia de militantes y agrupaciones que reúnen condiciones para construir ese espacio. A comenzar por una disposición firme a superar su dispersión actual y a poner en la agenda la posibilidad efectiva de una sociedad distinta. Basada en la superación del reinado de la explotación y la desigualdad, bajo un signo antipatriarcal, sensible a los temas del ecosocialismo y a la lucha contra todas las formas de alienación y marginación, y con una mirada de democracia efectiva, construida de abajo hacia arriba y dispuesta a retomar una agenda socialista.