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Soyeros y ayoreos, tan cerca y tan lejos

Fuentes: Rebelión

Desde hace unos años atrás, el municipio de Cuatro Cañadas localizado en el departamento de Santa Cruz se ha convertido en el escenario de la denominada Exposoya. Organizado por la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo), este evento tiene por fin manifiesto la promoción de nuevas tecnologías para mejorar la productividad del grano […]

Desde hace unos años atrás, el municipio de Cuatro Cañadas localizado en el departamento de Santa Cruz se ha convertido en el escenario de la denominada Exposoya. Organizado por la Asociación de Productores de Oleaginosas y Trigo (Anapo), este evento tiene por fin manifiesto la promoción de nuevas tecnologías para mejorar la productividad del grano oleaginoso. En la práctica, sin embargo, es mucho más que una feria tecnológica. Es, en realidad, una fiesta de los empresarios soyeros del agronegocio. En medio de esbeltas modelos y parrilladas gourmet, los ilustres invitados comparten experiencias, risas, secretos productivos y, por supuesto, hablan de negocios. La pomposa exhibición de imponentes maquinarias y tecnologías traídas del exterior es uno de los elementos del despliegue de poder sobre el cual se hace propicio recibir a las autoridades. Y vaya que estas asisten, desde el presidente hasta los alcaldes locales. Con discursos diplomáticos pero contundentes, el gremio soyero defiende sus intereses sectoriales ante todos los niveles del Estado. Su planteamiento es claro: buscar «alianzas público-privadas» para así poder «alimentar a los bolivianos» con productos que en su gran mayoría se exportan a otros países. Una belleza. Eso sí, son discursos emotivos al punto de conmover al Gobernador Rubén Costas quien con nostalgia confiesa «Mi sueño es otra vez andar en un tractor, andar en un caballo, andar sembrando como ustedes lo hacen…».

Sin embargo, a escasos kilómetros de la Exposoya no se respira el mismo aire de fiesta. Literalmente cercadas por extensos campos de monocultivos se encuentran asentadas tres comunidades de indígenas ayoreos. Aquí no hay parrilladas sino que más bien el consumo de carne es bastante esporádico y los signos de desnutrición crónica en los niños son palpables. Aquí las necesidades apremian, se vive el día a día, no es un contexto que convoque a las autoridades. En la comunidad de Suegay, por ejemplo, viven cerca de 30 familias cuya dieta está mayoritariamente compuesta por el maíz que ellos mismos cultivan en un área familiar típicamente no mayor a tres hectáreas. Como la venta de los excedentes productivos no abastece para cubrir sus necesidades más básicas – tanto por el limitado volumen como por los precios bajos que reciben por parte de los intermediarios – las familias ayoreas suelen optar por dos caminos: convertirse en proletariado rural trabajando a destajo para empresarios, menonitas y campesinos ricos, o migrar a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra donde en el mejor de los casos se emplean como barrenderos aunque más comúnmente terminan mendigando en las calles. La tierra que poseen sirve de poco en un contexto donde es el capital el que determina la dinámica productiva. La falta de capital entre los ayoreos es aprovechada tanto por menonitas como por algunos campesinos ricos quienes les convencen de aprovechar sus tierras a cambio de una retribución por demás injusta. El simple hecho de desmontar el área les garantiza el uso exclusivo de la tierra por cuatro años sin tener que incurrir en pago alguno. Es recién al quinto año que los ayoreos reciben su primera renta por el uso de sus tierras. El monto anual de la renta asciende a 200 dólares americanos por hectárea, mientras que la ganancia neta anual del productor en la misma superficie sobrepasa los 500 dólares. De esta manera, al capital no le basta con explotar la mano de obra de los ayoreos sino que además, en la práctica, termina despojándolos gradualmente de sus tierras pues pierden el control efectivo sobre las mismas.

El caso de los ayoreos no es más que el reflejo de la exclusión y marginalización que el modelo del agronegocio impone. Al parecer no es la excepción sino la regla. De manera similar, la gran mayoría del campesinado en los llanos agroindustriales no lograr insertarse a la dinámica del agronegocio sino que se ve obligado a alquilar sus tierras o, cuando no las poseen, a constituirse en mano de obra barata. Como la lógica de acumulación de capital es lo esencial, el modelo del agronegocio tiende continuamente hacia el acaparamiento, la concentración, la formación oligopólica y hacia el despojo o lo que David Harvey llama la «acumulación por desposesión». El agronegocio se trata principalmente de producir commodities para mercados externos, de generar ganancias para capitales mayoritariamente transnacionales. Si existe alguna contribución a la alimentación de los bolivianos es pues un resultado secundario, colateral. El grueso de la ganancia generada se concentra en pocas manos, aunque eventualmente caen algunas monedas a los ayoreos que mendigan junto a los semáforos de la ciudad.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.