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«Sumas y restas» (2005), manipular la ficción para hacer entender mejor lo real

Fuentes: Rebelión

El realismo no consiste en saber cómo son las cosas verdaderas,
sino en cómo son verdaderamente las cosas. JEAN-LUC GODARD

El filme Sumas y restas (2005), de Víctor Gaviria (Medellín, 1955) se ubica en la capital antioqueña, c. 1984. Es, en síntesis, una historia del narcotráfico, narrada desde un episodio particular. El de un ingeniero, Santiago Restrepo, que se involucra con el negocio ilícito, de forma transitoria, aparentemente, a fin de acumular un dinero que le resuelva su iliquidez para luego volver a los negocios legales. Para ello, se asocia con un traqueto de poca monta, Gerardo, hijo de un antiguo empleado de su padre. Es decir, Gaviria desarrolla su filme a través del método inductivo: parte de lo particular para llegar a lo general. Y lo hace a partir de un minucioso escudriñamiento de la realidad cotidiana pasado por los filtros del arte, los que no reproducen meramente la realidad objetiva, sino que crean una segunda realidad. Una que, contra lo que piensan los ingenuos, es muy difícil de conseguir a través de la puesta en escena con apariencia de documental y con la que se logra hacer significar más dicha realidad.

Por eso no se acepta lo dicho por Pablo Montoya (Número 47) en el sentido de que el director de Rodrigo D-No Futuro y La vendedora de rosas, encandilado por la violencia de la realidad fue incapaz de imaginar cómo habría podido suceder en la pantalla. Tal vez olvida que bajo el estilo más realista o hiperrealista como el de Buñuel en Los olvidados o Nazarín o el de Godard en Sin aliento o Una mujer es una mujer, se esconde la más elaborada/descarada construcción narrativa. A mayor fidelidad a los hechos, mayor ficción, al ser el ‘hecho real’ origen del suceso narrativo por el cual se subvierte lo real objetivo. Decía el crítico francés (padre putativo de Truffaut y egregia figura de la Nueva Ola) André Bazin (1918-1958): ‘El buen cine es necesariamente, de una manera o de otra, más realista que el malo. Pero la condición no es en absoluto suficiente pues el interés no reside en presentar mejor lo real sino en hacerlo significar más. En esta paradoja es en lo que consiste el progreso del cine’. (1)

Y quién podría resistirse a ciertos planos, escenas y secuencias de Sumas y restas en los que Víctor Gaviria refuerza esa significación de la que habla André Bazin para hacerle caer en cuenta al espectador de los riesgos que se corren cuando decida hacer parte de una aventura tan peligrosa como la del narcotráfico, la de la complicidad con el supuesto ‘dinero fácil’ que, como muy bien anota otro crítico, Alberto Quiroga (Número 47), tampoco es suave de ganar, máxime si lleva el germen de la maldición, la caída, la ruina. De una aventura en la que se montó buena parte de las clases sociales de Medellín (como pasa con las de Girardot en El Colombian dream, de Felipe Aljure) (2), no solo las bajas como tontamente se supone, a fin de poder ascender rápidamente en la escala social, sin tener ‘que esforzarse demasiado’: para terminar dándole crédito al dicho paisa según el cual el padre le dice al hijo: “Haga plata honradamente, mijo, pero si no puede honradamente, haga plata, mijo”. Un imperativo c…

Porque, v. gr., y esto no es para mentes racionales sino sensibles, las propias del cine, ¿quién podría evitar conmoverse con el embale del traquetico que cree estar en una cárcel federal? ¿Quién, inamovible ante el descalabro emocional de Santiago respecto a su esposa y a su hijo? ¿Quién, intocado frente a su secuestro y al de don Ramón? ¿Quién, impávido delante de unos sicarios que actúan, no amenazan? ¿Quién, hacerse el loco ante una concreta retaliación criminal? ¿Quién, conservar la calma con un arma en la nuca y al fondo un río como horizonte? ¿Quién se atrevería a negar las virtudes de un montaje paralelo que, por contraste, muestra la privación de la libertad y marcadas por la música la ternura y dedicación de una madre y junto a esto la pérdida del mundo de una pareja, símbolo del extravío de una sociedad borracha con la riqueza efímera del licor llamado narcotráfico? ¿Quién que haya vivido en zozobra permanente podría minimizar los alcances dramáticos de estas escenas…?

Si esto no fuere suficiente para hacer entender que Gaviria en Sumas y restas ha logrado, a partir de la recreación de la cruda realidad, un filme que deja helado/atónito al espectador, además de dolido en lo más hondo de sus entrañas frente a lo que ha sido el trasegar de este desdichado país, quizás valga recordar a otro gran cineasta, el alemán Wim Wenders, quien ayuda a dilucidar la confusión que aún reina entre avezados reseñadores, comentaristas y críticos de cine en torno al ‘documental’, a la manipulación que de la realidad se hace en este género como si nada pasara, a la ficción o puesta en escena como filtro que da paso a la realidad con mayor libertad de la que se podría conseguir con el documental: “No creo en las películas documentales, las que pretenden reflejar la realidad, porque hacen como si la realidad no estuviera siempre manipulada. En cambio, la ficción da una estructura claramente manipulada que permite a la realidad introducirse dentro de la ficción con total libertad”. (3)

La entrada libre de la realidad a través de la ficción es, justo, lo que Gaviria logra en su filme a través de un guión bien estructurado y resuelto en forma hábil y discreta como polifonía, en la que cobra singular presencia la voz femenina de delicadeza y detalles, a la par de la masculina con su crudeza, manías y vicios, y que privilegia el sentido sobre la forma; unas actuaciones encomiables: las de Santiago, Gerardo y algunos de los traquetos, que respiran unos miel y otros hiel por cada poro; otras menos afortunadas, como las de ciertos extras femeninos, que apenas sirven para poblar la pantalla; el uso del lenguaje y en particular de la jerga antioqueña, al contrario de los dos primeros largometrajes, esta vez recurriendo menos a la gonorrea, sin olvidarse del güevón/malparido ni hijueputa tan propios de un mundo materialista, primario, violento: donde se acaban las palabras surge la violencia y donde esta se halla no hay lugar para la palabra elevada: como se ve en La mujer del animal (2015). (4)

Por contraste, donde resurge el diálogo se optimiza el lenguaje y se alza de nuevo el espíritu: por eso el diálogo es la única alternativa dentro de un medio criminal. Mejor educación que guerra, diálogo que bala, salud que cuartel. Sumas y restas es un filme sin pretensiones, con debilidades, sí, aunque no notorias, y bien narrado: tiene ya doce premios internacionales, incluidos el Ariel mexicano y los de festivales de Toulouse, Marbella, Cartagena y Latino (Miami). Si ningún premio hace de por sí mejor un filme, los jurados no podrían ser tontos para equivocarse tanto. Los detractores gratuitos dirán que se premió el exotismo mafioso, el archiconocido ‘tercermundismo’, la basura ajena, etc. Cuando esto pasa debe desconfiarse de la ‘valoración crítica’, en realidad sosa reseña de materiales sin sopesar, sino a los cuales se ensalza o destruye sin reflexión alguna porque, ¿acaso qué países determinan la ubicación de otros en el mapa geopolítico, definen los dos primeros mundos, ventilan su propia basura?

Estas distinciones permiten inferir que un filme antes que un espectáculo es primordialmente un estilo, como diría Robert Bresson (1901-1999). (5) En efecto, Sumas y restas permite corroborar la existencia del estilo gaviriano, caracterizado por la libertad para escoger el tema y el enfoque del mismo; la independencia económica frente a la producción y la negativa a hacer concesiones mayores (una nimia en Sumas y restas, el show flamenco); la terquedad en trabajar con actores naturales que, a propósito, no es lo mismo que con masas anónimas como lo hace Eisenstein en El acorazado Potiomkin, v. gr., pues lo primero implica un acercamiento estrecho, un vínculo personal, del que por obvias razones prescinde lo segundo; la fidelidad a sí mismo, ajeno a las tentaciones puramente materiales, a los amargos néctares de la fama, obedeciendo únicamente al instinto y al talento antes que a la razón o al prurito del descreste intelectual. Todo ello hace del filme de Gaviria una obra para recordar y revisar.

Gaviria se ha convertido en hacedor de un cine honesto, limpio, directo, un cine humanista que ayuda a desplazar la recurrente basura que hoy invade al cine nacional, infestado de historias deshilvanadas, gratuitas, chocantes, grotescas, infladas, metidas en baúles rosados llenos de rosarios y tijeras propios del país del sangrado (sic) corazón, con sus estrategias neoliberales disfrazadas de un arte masivo que supuestamente refleja el clamor popular. Pero que, a diferencia de Sumas y restas, no pueden hacer significar más lo real pues sus postulados éticos son opuestos a los de un cine estético que se debe relacionar con la realidad de un país en crisis o, peor, francamente descompuesto… y desde luego maloliente. Aspectos con los que nada tiene que ver la postura ética/estética del cineasta y poeta, psicólogo y artista antioqueño: el auténtico artista no hace juicios de valor: solo se limita a describir lo que ve, a contar lo que sabe, a no guardar silencio frente a todo lo que pueda alimentar la impunidad.

Esto no lo hace, en conclusión, de por sí creador de un cine documental ni portavoz de otro panfletario: con seguridad, de otro que hace significar más lo real y lo vuelve a su vez más verosímil: y, por ahí derecho, exento de mezquindad… El filme con la historia del ingeniero Santiago muestra que a partir de cierto punto no hay retorno posible; que lo que ya se tiene es mejor conservarlo, no ponerlo en riesgo; que los caminos del crimen son azarosos y llevan al que menos piensa a volverse incluso asesino. Gaviria sí fue capaz de imaginar lo que sucedió en la pantalla, porque conoce muy de cerca la realidad que precede a la ficción. Su cometido estuvo en hacer significar más lo real y no en presentarlo mejor, lo que para nada desdice de la estética del filme, máxime por estar ligada de modo óptimo a la ética. La manera clara como manipula la ficción permite a la realidad infiltrarse en ella con absoluta libertad, para dejar ver cómo son verdaderamente las cosas y no tanto cómo son las cosas verdaderas.

Porque una cosa ha sido la historia del narcotráfico y los daños causados al país, y otra muy distinta la que políticos, medios y traquetos le presentan al pueblo para ocultar sus intereses y así legitimar sus mal habidos bienes, su oscuro actuar frente al Estado y su recurrencia clara a la fuga de capitales: lo que de paso anula el que hacen empresa por Colombia. Gaviria ha puesto el dedo en la llaga no a través de un traficante común/clase baja sino de un profesional, un ingeniero, clase media alta, a través del cual desmitifica los orígenes del tráfico de drogas, atribuidos al ‘lumpen’ y jamás a la pequeña y/o gran burguesía. Aquí cabría citar cuatro familias, de Barranquilla y de Girardot, para entender cómo operan olímpicas droguerías y café suave que, ‘aromatizado’, viajó libre por décadas a NY y volvió millonarios a lo peor de tal lumpen burgués, o esa ubérrima paisa y la vallenata de Fedegán que hoy exportan vacas capaces de producir leche en polvo y siempre lavan su imagen vía medios masivos prepagos.

Enlaces y bibliografía

(1) BAZIN, André. ¿Qué es el cine? Ediciones Rialp, Madrid, 1960, 200 pp.

(2) https://rebelion.org/cuando-se-tiene-miedo-al-pasado-no-da-gusto-recordar/

(3) https://rebelion.org/ser-y-tener-hacer-conciencia-de-la-diversidad-y-del-pensamiento-complejo/

(4) https://rebelion.org/la-mujer-del-animal-2016-la-libertad-viene-de-perder-el-miedo/

(5) https://elpais.com/cultura/2012/11/09/videos/1352457759_645527.html

FICHA TÉCNICA: G: Víctor Gaviria y Hugo Restrepo. D: Víctor Gaviria. F: Rodrigo Lalinde. Decoración: Ricardo Duque. Mo: Julio Pena. Sonido directo: José Miguel Ramos. I: Juan Carlos Uribe M. (Santiago Restrepo, el ingeniero); Fabio Restrepo (Gerardo, el traqueto); María Isabel Gaviria; Fredy York Monsalve; José Rincón; Ana María Naranjo. 35 mm; color; 100 min. Año: 2005. País: Colombia. Dir. de P: Guillermo López y John Jairo Estrada. P: Víctor Gaviria (Colombia) – La Ducha Fría y Enrique Gabriel (España) – ATPIP.

  • Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine, de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín Cultural de EE, desde 2012; columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución, con su ensayo sobre Manuel Zapata Olivella y su novela Changó, el gran putas, fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión, EE y Las2Orillas. E-mail: [email protected]

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