No permitir más que los comisionados de las agencias de seguridad estadunidenses entren y salgan de México «como Pedro por su casa», y actuaran armados y sin casi ningún límite, como lo hicieron durante los gobiernos de Vicente Fox pero sobre todo de Felipe Calderón, forma parte destacadísima del trasfondo de las tensiones durante la […]
No permitir más que los comisionados de las agencias de seguridad estadunidenses entren y salgan de México «como Pedro por su casa», y actuaran armados y sin casi ningún límite, como lo hicieron durante los gobiernos de Vicente Fox pero sobre todo de Felipe Calderón, forma parte destacadísima del trasfondo de las tensiones durante la cuarta visita a México de Barack Obama.
Establecer una suerte de ventanilla única, la Secretaría de Gobernación, para que los directivos del aparato de seguridad yanqui vinculado al combate del crimen organizado en México y otras latitudes -aunque no pocas veces fueron pillados con las manos en la masa, estimulándolo, como resultó con la Operación Rápido y Furioso-, para que se acrediten, informen de su trabajo y coordinen con las autoridades superiores y no sólo con sus pares de la entonces Secretaría de Seguridad Pública, por ejemplo, suscitó la indignación de la Casa Blanca, tanto que John Kerry recordó desde el Departamento de Estado: «América Latina es nuestro patio trasero», en un arcaico desplante imperial que no se resigna a asumir la terca realidad de América del Sur soberana, en proceso múltiple de integración e independiente.
Alterar las simples formas de operación de los agentes de los cuerpos de seguridad estadunidenses no en su territorio sino en México, no para que dejen de trabajar sino para que sean centralizados desde Gobernación, condujo a los voceros del amo imperial a poner en duda la existencia de una estrategia gubernamental frente al crimen organizado.
Después de que el gobierno mexicano invierte 13 dólares por cada uno de los que pone su muy asimétrico par estadunidense para sellar desde este lado del río Bravo la frontera sur de USA, lo mismo para que no entren drogas, capos y sicarios de los cárteles que indocumentados provenientes del subcontinente a Estados Unidos, los voceros de la Oficina Oval reaccionan tras bambalinas y filtran su malestar a los diarios más influyentes de Nueva York y Washington.
La tradicional prepotencia de los gobernantes estadunidenses, con independencia del origen partidista del presidente en turno y del color de la piel, resultó inocultable para los televidentes cuando Enrique Peña y Barack Obama comparecieron ante los medios en Palacio Nacional. El primero fue incapaz de ocultar la tensión en sus quijadas y rostro, mientras el segundo lo observaba con una contenida sonrisa socarrona. Los discursos de ambos mandatarios llenos de halagos mutuos, lineamientos y acuerdos genéricos para la relación bilateral, no lograron ocultar que el desacuerdo selló la visita por más que funcionarios de Relaciones Exteriores hacen malabares para ocultarlo. Acaso dentro de algunos años los continuadores de Wikileaks revelen los pormenores de las dos encerronas, pues con todo y las tecnologías al servicio de las trasnacionales de la información y ambos gobiernos, tratan a los ciudadanos como menores de edad.
Los discursos y las negociaciones en Palacio, por una parte, y el efectista y ovacionado discurso de Hussein Obama ante un millar de universitarios que desde las seis de la mañana hicieron fila para ser revisados por el Servicio Secreto de Estados Unidos, a pesar de la rigurosa selección a cargo de vaya usted a saber quién, pero que tuvo la delicadeza de incluir a varios de Atlacomulco, estado de México, son presentados por algunos especialistas como correspondientes a dos agendas distintas de Obama, una para la sociedad mexicana y otra para los gobernantes.
La Casa Blanca tiene una agenda para México y ésta la determinan sus intereses geopolíticos de gran potencia en proceso paulatino de declive global, pero se expone con distintos matices de acuerdo a los interlocutores.
Fuente original: www.forumenlinea.com