El gobierno ha cerrado filas. Como era previsible han estallado movilizaciones en las nueve ciudades del país. Los distintos sectores civiles están en resistencia y hubo incluso, en algún caso, tentativas de «negociar el precio» de la desmovilización por parte del gobierno, pero sin éxito [1]. En todo esto hay un conjunto de actores que […]
El gobierno ha cerrado filas. Como era previsible han estallado movilizaciones en las nueve ciudades del país. Los distintos sectores civiles están en resistencia y hubo incluso, en algún caso, tentativas de «negociar el precio» de la desmovilización por parte del gobierno, pero sin éxito [1]. En todo esto hay un conjunto de actores que en este escenario son protagonistas.
La fuerza policial. El gobierno ha aumentado la presión para asegurarse lealtad y disponibilidad. La policía boliviana, sin embargo, no es en este momento, según se ha podido notar, un bloque compacto que responda orgánicamente al gobierno [2]. Laten no solo descontentos, sino indisposiciónes tanto en capas suboficiales como oficiales, e incluso sospechas de insubordinación de fracciones si llegara la orden de reprimir violentamente a las movilizaciones. En las últimas horas se ha ordenado que la tropa policial entregue todo armamento y equipo antidisturbuios en sus respectivos comandos. Esto es, se ha desarmado a este sector, lo cual es una confirmación de lo anterior.
En el caso de las FFAA el panorama no ha sido del todo distinto. Las noticias de que sectores militares en servicio activo como en servicio pasivo manifestaron su rechazo ante una «eventual orden de represión» muestra que en su interior también laten disidencias y rechazos que podrían ser determinantes cuando se apriete el mando [3].
El gobierno tiene a la mano algunos recursos para manejar estas sospechas de «flaqueza»: identificar a personas clave de estas discrepancias y relevarlos, presionando con ello en el miedo, y, por otro lado, recurrir al clientelismo y corrupción para sellar las fisuras. Habrá que ver cómo reaccionan las capas y tropas donde late el rechazo. En todo caso, la forma en la que cuajen estas disidencias internas, esta semana, va a depender, en gran manera, de la gravedad que tomen los hechos en las calles. Los mandos medios y altos de ambas fuerzas saben que su accionar en esta semana podría determinar el curso de las cosas.
De aquí se desprende que dentro el gobierno hay más nerviosismo y tensión que quizás en cualquier otro sector. En este momento es mucho menos un bloque homogéneo y solido que de ordinario. Reinan mas bien la tensión, la susceptibilidad y discordia mutua, entre los que ha aparecido también el miedo, junto a la radicalización de sus reacciones violentas. No sería de extrañar que algunos en su cabeza ya tengan «Planes B», ante un eventual descontrol de la situación. De eso es consciente su caudillo, y ello insufla más su susceptibilidad. No confía en sus ministros, y hoy mucho menos. Precisamente por eso, es de notar, ha preferido estar los pasados días con las organizaciones que lo apoyan, de las que quedan dirigencias y bases mermadas.
La conciencia de la derrota, de su magnitud y la tamaña desprolijidad en el «trabajo mal hecho» que lo ha puesto en evidencia escandalosamente, siendo su imagen la más afectada, no la de sus ministros, lo ha enajenado en cólera, cólera contra la población de las ciudades y contra su gabinete (aunque esto último no es visible). Así que en este momento tenemos un Evo «que ha perdido la paciencia» y amenaza a la población.
En esto, algo que si debería preocupar a cualquiera es la irrupción silenciosa de otro actor, hasta el momento sin protagonismo, al parecer: la injerencia cubana para la administración de estas crisis. Hay una fracción dentro el gobierno afín a esta injerencia. Y, por su parte, este grupo extranjero, no tiene reparos en ponerse a disposición para «manejar» tales momentos de crisis políticas, y después eventualmente ganar presencia y control en los gobiernos. El caso venezolano tiene esta historia. Si el gobierno llegara a consumar tal hecho, sería un paso cualitativo de muy difícil retroceso en el futuro, tanto para el país como para el gobierno. Ambos sufrirían tal error. La noticia de que en los pasados días llego un avión militar venezolano al aeropuerto internacional de Viru Viru en Santa Cruz, lleva con razón a pensar en esto.
Las movilizaciones de sectores afines al gobierno para «cercar las ciudades» [4], por orden de Evo, muestra, entre otras cosas, el terrible grado de prevendalizacion de las dirigencias, y los «reconocimientos monetarios» de lealtades que median una gruesa capa de estas movilizaciones. La tarea es atenazar a las ciudades «para ver si aguantan» (palabras de Evo) y vencer. Pero a su vez esto debilita y corroe más las estructuras del partido y de las organizaciones, por el dinero que corre, los intereses que insufla y el autoritarismo beligerante que a eso acompaña. En este punto hay una dialéctica del acabamiento: cuanto mayor es la crisis, tanto más crece la prevenda, y tanto mas ello debilita.
Lo anterior también muestra la reducción increíble que ha experimentado Evo Morales. De ser el hombre en quien, parecía en un tiempo, se había posado un espíritu de cambio, hoy se ha reducido a ser un personaje instigador que llama a «cercar ciudades», que utiliza como recursos la mentira y la manipulación, incluso (o sobre todo) ante sectores indígenas campesinos, y que amenaza amparándose en el poder que detenta (dentro de poco ilegítimamente). Ha perdido la altura para ver por sobre la historia, los socavones del poder lo han cambiado y hoy es un personaje que, como tantos en la historia de palacio de gobierno, se aferra a su silla con unas y dientes. El espíritu de «lo-nuevo-posible» lo ha abandonado, o en todo caso, es más exacto decir, ha sido el quien ha abandonado al espíritu.
La población movilizada
En estas horas la atención está puesta en el conflicto político: en la disputa. Pero sucede que lo-porvenir es más que el problema político. Si miramos un poco al futuro desde lo vertiginoso del presente, se ve que la economía boliviana es una especie de «bomba de tiempo». Esta «bomba» es en lo esencial independiente del futuro gobierno, aunque el futuro gobierno es importante en la administración de la crisis económica (que a su vez podría conllevar a una mayor crisis política). Por eso este es el momento de los «pasos-estratégico-
La «segunda vuelta» podría ser en este momento un primer paso hacia aquel escenario de crisis. «Aceptar el triunfo de Evo Morales es aceptar el fraude del oficialismo«, eso está en la conciencia de la población, pero entrar a la segunda vuelta es aceptar la trampa puesta para nosotros en la historia. Esto, es natural, no siempre podemos ver en este momento.
Lo que en este momento se necesita, como población, es asegurar fuerza y poder para encarar el futuro crítico. Con el forzamiento de resultados que ha sufrido la elección además de imponerse al presidente, se ha enturbiado también la estructura de poder en el Parlamento. Ahí ya hay, se puede presumir, un enturbiamiento cuando no un arrebatamiento de poder en sus capas básicas y superiores de delegación/representación. Esto último va a jugar un gran rol en la estructura de administración en el siguiente periodo. Aclarar esta estructura de poder es necesario y pasa por llamar a nuevas elecciones.
De lo contrario un eventual nuevo gobierno no tendrá ninguna opción de efectivizar ninguna medida, pues tendrá el bloqueo absoluto del que hoy es oficialismo (cuyos resultados están en duda), que vetara toda medida (si es buena o mala será secundario). Eso puede esperarse a la luz del actual conflicto.
Por eso el problema no es el gobierno, sino el poder de enfrentar lo venidero. Un nuevo gobierno sin poder, significa las condiciones para sumirnos en una profunda crisis ante lo que viene. En este sentido hoy en Bolivia tiene lugar un problema de poder (Machtsfrage) más que un problema de gobierno (Regierungsfrage).
[2] Ver https://www.paginasiete.bo/
[3] Ver https://www.paginasiete.bo/
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