En México, los de arriba ya no tienen nada qué ocultar, se saben repudiados y desprestigiados entre la gran mayoría de la población. Antes trataban de disfrazar sus saqueos, sus desfalcos, sus corrupciones, pero ahora el descaro los caracteriza, más que cualquier otro adjetivo. Ya no gobiernan sobre todo con la mentira, sino con la […]
En México, los de arriba ya no tienen nada qué ocultar, se saben repudiados y desprestigiados entre la gran mayoría de la población. Antes trataban de disfrazar sus saqueos, sus desfalcos, sus corrupciones, pero ahora el descaro los caracteriza, más que cualquier otro adjetivo.
Ya no gobiernan sobre todo con la mentira, sino con la fuerza. Aunque, por supuesto, mienten cada vez que pueden cuando, ante sus políticas de degradación social, tienen que dar una explicación oficial y formal ante la opinión pública, pero ya es de puro trámite.
Tan se saben repudiados, que se ven en la necesidad de rodearse de guaruras, policías, militares, marinos, etc., para salir a la calle.
Felipe Calderón, el espurio presidente mexicano, pasó de sus mediáticos actos de campaña llenos de niños bien, donde se mostraba seguro y sonriente, a ser uno de los hombres más repudiados del país, encerrado en oficinas, con actos a puerta cerrada, custodiado. Para dar sólo un ejemplo, el pasado 24 de febrero, día de la bandera, el acto oficial fue con un presidente que salió casi corriendo del Palacio Nacional, rindiendo un homenaje express en la Plaza de la Constitución, de madrugada, para regresar rápidamente a su claustro.
Para anunciar lo que los mexicanos podemos esperar de su gobierno, Calderón elevó el salario de los militares en un 46%, mientras que el de los trabajadores que se parten el lomo en las fábricas, en las oficinas, en las calles, subió tan sólo 3.8%.
Y ya una vez puestas las cartas en la mesa, comenzó el juego: se anunció la privatización del fondo de pensiones de los afiliados al ISSSTE (más de 2 millones de trabajadores, de los cuales al menos 1 millón 200 mil son profesores) con una ley que le entrega el dinero de las pensiones a los banqueros y elimina el derecho a pensión de los trabajadores, quedándose sólo con una cuenta de ahorro personal; después de impuesta la ley del ISSSTE vendría, según Carstens, el Secretario de Hacienda, la Reforma Fiscal, que busca gravar con impuesto los alimentos, medicinas y libros; la privatización del petróleo y electricidad, etc.
Están dispuestos a enfrentarse al descontento popular, que es generalizado, pero tiene una evidente limitante: está desorganizado, sin acción ni dirección. Después del fraude electoral, se sienten envalentonados, cubiertos y protegidos por un mar de impunidad. Creen que los de abajo, el pueblo, por más rabioso y harto que esté de tanta humillación, no logrará evitar su avance. Subestiman los dueños del dinero el poder del pueblo.
En San Salvador Atenco, el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra se sigue fortaleciendo, sanando del brutal golpe recibido hace ya casi un año. Estos campesinos que derrotaron el decreto de Vicente Fox que les arrebataba sus tierras para construir un aeropuerto, se preparan para la jornada a un año de la represión de los 3 y 4 de mayo de 2006. Visitan comunidades, encienden conciencias, convocan a todo el pueblo y a todas sus organizaciones a la gran marcha nacional por la libertad de los presos políticos del 4 de mayo de 2007, que saldrá a las 4 de la tarde del Ángel de la Independencia, para llegar al Zócalo, en la Ciudad de México.
El pueblo de Oaxaca, sigue reponiéndose del asalto a sus tierras por parte de la Policía Federal Preventiva, que mantuvo durante meses un estado de terror y persecución contra los luchadores sociales del estado, que exigen la renuncia de Ulises Ruiz, el gobernador-gorila, pero ya no sólo, sino una vida mejor para todos los oaxaqueños. Una vez más, vemos multitudinarias movilizaciones en las calles de Oaxaca, donde los profesores encabezan, con el puño en alto, al grito de ¡ni un paso atrás!
Y en medio de este enorme esfuerzo popular, para hacer frente a los atropellos del gobierno, con resistencias aisladas en todos los rincones del país, están los trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), que en días pasados le dieron a Calderón su primer gran susto, en lo que lleva de su gestión.
El 19 de enero el sindicato emplazó a huelga con la exigencia de un aumento salarial de 19%. Pero esta pelea por aumento salarial, fue en realidad mucho más que eso.
Desde 1999, cuando el gobierno federal arreció sus intentos por privatizar la industria eléctrica mexicana, el SME está en las calles. Al calor de la lucha, se han formado muchos activistas, muchos trabajadores que han madurado políticamente, combatiendo no sólo al presidente de la república, sino a todo el aparato de estado, a los medios de comunicación que los llama «privilegiados» por conservar gracias a la lucha diversos derechos laborales, a la empresa, Luz y Fuerza del Centro (LyFC), e incluso a los charros sindicales, los líderes entreguistas y vendidos que desde dentro de la estructura del sindicato, golpean a los trabajadores y atentan contra sus derechos.
A todos ellos, los trabajadores electricistas han hecho frente, teniendo grandes logros en estos últimos años de intensa pelea. Gracias a su tenacidad, el gobierno no ha podido darle a las trasnacionales la electricidad de los mexicanos, el gobierno se han conformado con darles concesiones y permisos, que indirectamente le otorgan algunos espacios a estas empresas de rapiña dentro de la industria eléctrica nacional, situación duramente cuestionada por la base obrera del SME, que también tiene en la mira esos permisos y concesiones.
Hace más de un año, en el estado de Coahuila, murieron 60 mineros aplastados, al caerles toneladas de tierra encima. Con ese suceso explotó mucho más que la mina Pasta de Conchos, explotó la indignación de los trabajadores que en México no tienen seguridad laboral alguna, ni prestaciones sociales, ni salario digno. Los mineros que murieron vivían y laboraban en condiciones deplorables, varios de ellos no estaban asegurados, y los que sí estaban registrados en el Seguro Social, el patrón pagaba cuotas menores a lo que estaba obligado; a pesar de las diversas advertencias de falta de seguridad hechas por los trabajadores antes de la explosión, los dueños del Grupo México hicieron caso omiso.
La mirada atenta a Pasta de Conchos de los trabajadores mexicanos, tenía especial énfasis en los electricistas del SME, quienes se llenaron de furia ante lo que catalogaron como un crimen más del capital sobre los trabajadores. Dicen los del gobierno y los de la empresa que eso fue un «accidente», en cambio en el mundo del trabajo, y en particular para los electricistas lo ocurrido no fue más que una «criminal negligencia».
Vino la elección de 2006, y en la silla presidencial se sentó, por la fuerza más no por haber ganado en las urnas, un hombre por el que la gran mayoría de los miembros del SME no votaron: Felipe Calderón, viejo conocido de los trabajadores electricistas, pues en tiempos del gobierno de Vicente Fox se desempeñó como Secretario de Energía, y desde ahí atacó rabiosamente a los miembros del SME, pretendiendo privatizar la electricidad. Desde entonces en Luz y Fuerza del Centro, los trabajadores ven en Calderón a uno de sus principales enemigos, y ahora como presidente de la república, el enfrentamiento se hace más directo.
Todos estos hechos y el enfrentamiento cotidiano con el gobierno y la empresa, hicieron madurar políticamente a la base electricista. En este contexto es que llegó la revisión salarial de 2007.
Casi dos meses el gobierno se hizo de ojos cerrados ante el emplazamiento a huelga del sindicato. Dos meses en que los trabajadores tejieron el objetivo de «romper el tope salarial» que los neoliberales impusieron a la clase obrera del país, un tope que impedía que los salarios subieran por encima del 3.5 o 4%, aun cuando los alimentos o el transporte subiera mucho más que eso. Dos meses de mítines de información, de prepararse para una revisión dura, con un gobierno que viene a arrebatarnos todo lo que nos queda. «Si a los militares se les dio un aumento del 46%, ¿por qué a nosotros no nos van a dar uno de más de 4%?», corrió por las estaciones, subestaciones, locales y agencias de LyFC. Pero más que dinero, se trataba de la oportunidad de los trabajadores para hacerse respetar frente a este voraz gobierno.
Llegó el 15 de marzo, faltaban escasas horas para que se venciera el plazo para estallar la huelga. En todo LyFC ya se preparaban las condiciones para hacerlo realidad. A las 12 del día llegó la primera oferta del gobierno. Más de mil trabajadores llegaron en marcha, combativos, gritando consignas al auditorio de local central del SME, ahí llegó la representación de la empresa, a decir «la oferta es 3.6% de aumento al salario y es nuestro máximo esfuerzo». De inmediato la base obrera se levantó en rabia y gritó al unísono «¡huelga, huelga, huelga…!». Frente a la indignación unánime, el comité ejecutivo del sindicato respondió «lo vamos a llevar a asamblea, pero de antemano les decimos que lo vamos a rechazar…».
La información se esparció en toda la empresa, se sentía el descontento en la inmensa mayoría de la base trabajadora. La huelga se percibía más y más en el ambiente. En la asamblea sindical todos y cada uno de los oradores repudiaron la «burla» que significaba esta raquítica oferta de aumento salarial.
A las 8:30 pm llegó la segunda oferta. «3.7% más 1% de aumento en despensa, y esta es nuestra última oferta». Los electricistas mantuvieron firmeza frente a esta nueva bicoca, y obligaron a la empresa a dar más, si quería evitar la huelga.
Durante años la palabra «huelga» fue satanizada. El gobierno y sus medios de comunicación se encargaron de hacer de ella sinónimo de «rechazo al trabajo». «Falta empleo, no hay tantas oportunidades y estos huevones las desprecian con sus huelgas… más huelgas será igual a más parálisis del aparato productivo del país y esto conllevará a una caída en la generación de empleos» decían los intelectuales del sistema. Con esa cargada lograron que las huelgas generaran terror, pero no a los patrones ni al gobierno, sino a los trabajadores. Esto se comienza a remontar. Entre otros logros de los electricistas está el desprenderse, poco a poco, de este miedo, y tener la convicción de llegar hasta las últimas consecuencias en la defensa de sus derechos y los de todo el pueblo, y si para eso hay que hacer una huelga, pues que así sea.
A las 11 de la noche, llegó una oferta más del gobierno «4% más 1% en despensa y 100 millones de pesos para revisión de convenios departamentales», y desde la Secretaría de Energía del gobierno federal se dijo que «ya no hay más». Este nuevo ofrecimiento generó rechazo en la mayor parte del gremio, sólo una pequeña minoría se vio seducida por esos 100 millones para revisión de convenios, lo que quiere decir que trabajadores que están laborando desde hace años con un convenio determinado, podrían ver aumentado fuertemente su salario si se revisa dicho convenio y se determina que ahora su trabajo vale más (por que ahora se requiere para hacerlo más capacitación, o destrezas adicionales, etc.) Sin embargo, después de una seria discusión, nuevamente se rechazó en conjunto la oferta.
Los trabajadores decían «no estamos definiendo aquí sólo nuestro salario, sino la correlación de fuerzas en la que quedamos frente al gobierno para la pelea fundamental, que será la revisión de nuestro contrato colectivo en diciembre, donde pretenderán arrebatarnos nuestro derecho a pensión». Y esto no eran especulaciones. Desde hace algunos años, los neoliberales en el gobierno han emprendido un gigantesco operativo mediático, policiaco y político para arrebatarle a los actuales y futuros trabajadores mexicanos, su derecho a pensión, obligándolos a trabajar más años para jubilarse, entregándole los fondos de pensión a los banqueros y eliminando el derecho a pensión, dejándolo en una cuenta de ahorro por trabajador, de la cual el banco se queda con una comisión de aproximadamente el 25% de lo ahorrado. Esta reforma general, ha sido impuesta en parte para los trabajadores de empresas privadas que cotizan al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), para los propios trabajadores del IMSS, y ahora la cacería está sobre los más de 2 millones de trabajadores afiliados al Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE)
Teniendo esa amenaza en las narices, los trabajadores agrupados en el SME decidieron sostenerse y rechazar la «última oferta».
De ahí en adelante comenzaron a llegar informes al local sindical, hecho un hormiguero de activistas que organizaban ya el inminente entallamiento del movimiento de huelga. Los informes decían que los militares, policías federales y esquiroles estaban llegando ya a distintos centro de trabajo de LyFC. A la 1:30 de la madrugada se tuvo la noticia de que los militares habían entrado a dos de las subestaciones más grandes de la empresa, Lechería y Necaxa, donde los trabajadores resistieron y en el primer caso, se enfrentaron a golpes con los soldados. El gobierno echó a andar un operativo para requisar una huelga que aun no iniciaba.
Llegó una llamada telefónica al auditorio, era proveniente de la subestación de Los Remedios. El mensaje se pudo escuchar por muchos compañeros, y se esparció rápidamente entre los trabajadores: «somos trabajadores de Los Remedios, estamos preparando la resistencia contra la entrada de los militares, somos como 50 y ya nos están rodeando, estamos manteniendo una cadena humana en la entrada…». De inmediato, más de 200 trabajadores se anotaron para ir a apoyar la resistencia de Los Remedios. Un trabajador llegó con un trailer de la empresa y en la caja, en vez de postes y cables, se llenó de obreros en lucha, que a las dos de la madrugada se dirigían a defender la subestación de la ocupación militar, para defender su empresa y sus derechos. Hace 20 años, en 1987, el SME hizo su última huelga, requisada de inmediato por el gobierno, entonces los soldados entraron a las subestaciones, pero esta vez, en el caso de Los Remedios, la resistencia obrera impidió el allanamiento.
El sentimiento de repudio al gobierno comenzó a generalizarse aun más. «Ellos tienen al ejército, nosotros tenemos al pueblo… no dudemos compañeros, generaciones pasadas lucharon por lo que ahora tenemos, nos toca pelear por las generaciones futuras, ¡vamos con todo!», se discutía en el auditorio.
A las 5 de la mañana se da una nueva votación, y nuevamente se rechaza la oferta y se establece que ya no se buscará más a la empresa, «si quieren evitar la huelga, que vengan ellos a buscarnos». El emplazamiento era para las 12 horas del viernes 16 de marzo, y para dar muestra de que iba en serio, se acordó cerrar las Agencias y las Sucursales a las 10 am, preparándose para poner las banderas de huelga a las 12 en punto, para decir «va, ¡la huelga va!».
Se tienen informes de prensa de que la Secretaría de Energía no se esperaba esta respuesta unánime de los trabajadores del SME, y en la madrugada se convocó a una reunión urgente con el presidente Calderón, la Secretaría de Comunicaciones, la de Energía, la Secretaría de la Defensa Nacional y otras. Ahí Calderón dio la orden de «no romper el tope salarial», mejor «denles más en prestaciones, pero que no se rompa el tope».
Después de las 10 de la mañana, con una tenaz resistencia en distintos centros laborales de LyFC frente al intento de los militares por tomarlos antes de que estallara la huelga, y ya con estudiantes universitarios, trabajadores de otros sectores, profesores de la CNTE y organizaciones populares solidarias alertas, dando apoyo ante la posible agresión del gobierno contra los electricistas, se anunció que habría un aviso importante en el auditorio. Se trataba de una nueva oferta: 4.25% de aumento directo al salario, 2% en transporte, 3% en despensa, 200 millones de pesos para revisión de convenios departamentales, 300 millones de pesos más para el programa de vivienda y 30 millones de pesos para gastos de contratación.
Algunos invitados, de otras organizaciones, hacían cuentas ante el anuncio, pero el sentir de los trabajadores electricistas fue inmediato: «¡sí se pudo!, ¡rompimos el tope salarial!». Aplausos, abrazos, y consignas de victoria y repudio al gobierno se oyeron en todos y cada uno de los centros laborales de LyFC. «¿No que era su ‘último esfuerzo’?», se burlaban.
En pesos y centavos, el aumento representa bastante menos de lo que el salario ha perdido en poder adquisitivo en el periodo neoliberal, pero esta es sobre todo una victoria política. Los trabajadores del SME salieron victoriosos, quienes tuvieron que doblar las manos fueron los de arriba, y en el mensaje dado en conferencia de prensa, la idea central vertida era «esto es un llamado a todos los trabajadores del país, unidos y organizados sí se puede, sí se les puede derrotar».
Ahora, diputados y senadores, gobernantes, la radio, televisión, periódicos, le quitan su derecho pensión a los afiliados al ISSSTE. Ya antes pasaron los afiliados al IMSS, luego sus trabajadores, y en la sala de espera están los trabajadores del SME, oyendo como a sus compañeros de clase les destazan sus derechos… y su mensaje de los electricistas para sus hermanos de clase es claro: si vamos uno por uno seremos derrotados, pero si vamos todos juntos ganaremos, como ganamos en la pasada revisión salarial en LyFC.
Y esta victoria, más que de los electricistas, es de todo el pueblo, en su batalla contar la cerrazón y la desesperanza. Sí se puede compañeros, ¡sí se puede!