La próxima salida del PRI del gobierno del estado ha generado un optimismo rayano en la ilusión barata, al grado de que se habla ya de la transición a la democracia en Veracruz, de la desaparición como por arte de magia de vicios, tendencias e inercias añejas. En realidad estamos frente a la reedición de […]
La próxima salida del PRI del gobierno del estado ha generado un optimismo rayano en la ilusión barata, al grado de que se habla ya de la transición a la democracia en Veracruz, de la desaparición como por arte de magia de vicios, tendencias e inercias añejas. En realidad estamos frente a la reedición de un gobierno que en los años noventa impuso el neoliberalismo y el Tratado de Libre Comercio, a sangre y fuego, en Veracruz.
Pero antes veamos cuales son los componentes básicos de una transición a la democracia, de acuerdo con Silvia Gómez Tagle, quien en 1998 publicó un texto titulado: Los signos de la transición en México. En él la profesora de El Colegio de México definió cuatro niveles de análisis: los partidos y el sistema de partidos; las reglas del juego político electoral; la cultura política de los ciudadanos; y la alternancia en el poder. Analizar las condiciones de dichos niveles servirá para medir lo que algunos llaman ahora ‘calidad de la democracia’ o para efectos de este artículo, si estamos en medio de una transición o de la continuidad del régimen autoritario que, vestido con la seda de la democracia, sigue siendo excluyente y proclive al fascismo.
En primer lugar nadie puede negar que existen partidos políticos y que el sistema de partidos tradicional, o sea, el de partido hegemónico (Sartori dixit) ha sido desplazado no cómo el propio politólogo italiano sugirió, por la aparición de un sistema de partidos pluralista, sino por el de partido dominante. En efecto, el PRI ha dejado de ser hegemónico -aunque de manera dispareja en los estados del país- pero de eso a que sea una fuerza política más hay muchos trecho. En realidad, el PRI ha seguido controlando al Congreso de la Unión pero sobre todo ha seguido vigente el modelo económico que instituyó de la mano de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo, en las postrimerías del siglo XX. Esto sin mencionar el estilo priísta de gobierno, que ha permeado a todos los demás partidos al grado de que cambian los colores pero los gobiernos siguen haciendo lo mismo: saquear al erario e imponer el neoliberalismo al costo que sea. O peor, los cuadros del PRI han invadido a los demás partidos con militantes molestos por no haber logrado sus objetivos dentro del partidazo o simplemente por diferencias de forma que no de fondo. El caso paradigmático lo representa AMLO, quien encabeza para muchos la oposición ‘real’ pero que bebe de las aguas del pantano priísta. Basta ver el poder de su dedo para colocar candidatos a diestra y siniestra para comprobarlo, su reciente amnistía a Peña Nieto y sus amigos, o su desprecio por la defensa de la diversidad cultural y sexual.
En Veracruz, el poder del PRI sigue vigente (aunque bastante golpeado) no sólo porque el modelo económico permanece, porque las formas demagógicas son el pan de cada día o, en el colmo, porque el que encabeza la alternancia fue miembro destacado del PRI, habla como si fuera priísta, piensa como priísta y …. Sigue y seguirá presente porque ni el PAN y mucho menos su rémora, el PRD, cuentan con los cuadros suficientes y necesarios para cubrir al menos los puestos directivos de la administración estatal, ya no se diga los puestos medios. De las candidaturas mejor ni hablar; el próximo año se verá como echan mano de priístas reciclados para competir en las elecciones municipales.
Como consecuencia de lo anterior, el segundo nivel de análisis, las reglas del juego electoral, han mantenido su finalidad original: que el régimen se mantenga y de preferencia con el PRI en el gobierno. Es tal el deterioro del subsistema electoral -gracias a que son los propios partidos los que diseñan y aprueban las reformas electorales- que el otrora prestigiado IFE, hoy INE, ya no resulta confiable para nadie, ni para los votantes ni para los propios partidos; del OPLE veracruzano mejor ni hablar. Las chicanadas, simulaciones y sistemática violación de la normatividad electoral -ésta última especialidad del PVEM pero utilizada sin rubor por todos los partidos -demuestran que las reglas del juego electoral son una farsa que oculta la reconfiguración de la vieja tradición mapacheril, ahora complementada con la oportuna participación del narcotráfico que, al mismo tiempo que ‘apoya’ con dinero las campañas de su preferencia, amenaza e incluso desaparece a candidatos no confiables o de plano amenaza y acosa a los votantes.
Así las cosas, las reglas del juego electoral y los organismos ‘autónomos´ que están para hacerlas valer son extremadamente débiles para darle confiabilidad a los procesos electorales. Son letra muerta o, en el mejor de los casos, armas para validar el fraude del partido ganador, el cual a pesar de rebasar topes de campaña, adelantarse a los tiempos oficiales, utilizar recursos públicos -materiales y humanos- comprar voto a destajo y un largo etcétera festeja su triunfo equiparándolo con el triunfo de la democracia y la voluntad popular.
El tercer nivel de análisis, la cultura política de los ciudadanos, apunta a analizar su nivel de participación, de información y de crítica. Aquí las cosas no están mejor pues a pesar de la aparición de órganos autónomos diseñados para proteger las libertades y derechos de los ciudadanos frente al poder en las últimas tres décadas es innegable la paulatina pérdida de derechos expresada sobre todo en desapariciones forzadas, asesinatos, encarcelamientos y amenazas que desde hace ya más de una década son parte de la cotidianidad de los veracruzanos. La militarización del país, iniciada con el gobierno de Felipe Calderón, fue recibida y emulada desde el gobierno de Fidel Herrera para profundizarse con Javier Duarte. Diseñada para contener el descontento social producto del fortalecimiento del neoliberalismo pero con el argumento público de combatir el narcotráfico y la inseguridad creciente, la militarización ha provocado una involución en términos de promover la participación ciudadana en los asuntos públicos. El sometimiento a chuecas o derechas de los medios de comunicación en el estado no abona para contar con una ciudadanía informada y crítica; muchos menos el récord que ostenta el estado en asesinatos contra periodistas.
Por otro lado, la cultura política de los gobernantes ha sufrido también un importante retroceso. El ‘ni los veo ni los oigo’ es hoy por hoy el mantra para los políticos, con el agravante de que ahora han incorporado a su léxico todo lo relacionado con el discurso sobre derechos humanos, la igualdad de género, el combate a la pobreza, la consulta ciudadana. Pero en los hechos, los políticos se han aliado con las causas más retrógradas como la derecha confesional, tirando por la borda los tímidos avances logrados en las últimas décadas gracias precisamente a la participación de la sociedad organizada. Nunca como en nuestros días se ha instalado un discurso progresista en el contexto de la peor tragedia humanitaria que ha vivido el país y el estado. Como lo señalé en otro lugar, el voto de castigo no construye nada, es sólo consecuencia de la venganza que una vez lograda nos deja en el mismo lugar en el que estábamos… o peor.
La alternancia aparece así como un nivel de análisis que describe mejor que los anteriores, la continuidad del régimen. La imposición del neoliberalismo en Veracruz fue iniciada a principios de los años noventa con la llegada de Patricio Chirinos al gobierno del estado y se continuó en los gobiernos de Miguel Alemán Velasco, Fidel Herrera y Javier Duarte. Lo interesante de todo esto es que durante el gobierno de Chirinos -gracias a su obsesión por ser el sucesor de Salinas- el que llevó las riendas del ejecutivo estatal fue, ni más ni menos, el candidato de la alternancia un cuarto de siglo despúes: Miguel Ángel Yunes. Así que de alternancia nada, más allá de los colores. La alternancia y la supuesta transición que festejan personajes como Francisco Monfort no es en realidad más que la continuación de un modelo económico y político basado en la exclusión, la marginación y la violencia institucionalizada. Pero además, apoyado en la desmemoria y el cinismo. ¿Cómo negarlo si el verdugo de los cuadros del PRD en los noventa es hoy precisamente el candidato que ganó la elección apoyado por lo que quedó de ésa izquierda electoral? Es cierto que el apoyo electoral de PRD para que ganara Yunes fue mínimo pero en mi opinión estratégico para contener a MORENA, al grado de que un cuadro perredista de siempre, Uriel Flores, se frota las manos esperando su recompensa por los votos sumados al PAN, gracias a su ‘prestigio’.
Más allá de que este breve análisis pueda ser calificado de pesimista, sobre todo por los que se incorporarán al presupuesto público a partir de diciembre, lo que es innegable es que el modelo económico, o sea, el neoliberalismo en Veracruz iniciará una nueva etapa -una vez consumadas las reformas estructurales de segunda generación- que estará caracterizada por la desaparición de PEMEX y la llegada de Exxon, Chevron y demás; la intensificación de los proyectos hidroeléctricos y el fracking para explotar el gas; la precarización laboral con la quiebra del IPE y la reforma educativa; el despojo sistemático de propiedad pública, el deterioro ambiental y la pérdida de derechos políticos y civiles en favor de las causas más reaccionarias. Y por si fuera poco, encima de todo ello, la militarización creciente para asegurar que el modelo neoliberal siga vivito y coleando en Veracruz y en México. Así las cosas ¿cuál transición? ¿Cuál alternancias? Es evidente que será la continuidad la que domine los próximos años y no me refiero sólo a los dos que vienen.
Gómez Tagle, Silvia. «Los signos de la transición en México», en El debate nacional. Escenarios de la democratización. México, Diana, 1998. pp. 145-165.
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