El tren maya es por su lógica un ejercicio de violencia contra el pueblo maya, dañando tanto la subsistencia comunitaria como las formas de vida.
En las últimas semanas el llamado tren maya ha estado en la opinión pública, a raíz de la concesión y el levantamiento de amparos y restricciones a su construcción, el jaloneo político partidista y de ciertos grupos de interés económico se aleja del reclamo real de las comunidades por ser escuchadas en medio de la destrucción de la selva y el daño irreparable al ecosistema (aunque los defensores del proyecto juren que el daño es menor y será restituido con la siembra de árboles), los medios de subsistencia, tanto humanos como de la fauna y flora son evidentes, sus consecuencias no únicamente se resentirán de forma inmediata, sino que ese desplazamiento forzado de la fauna obligará también a modificaciones de los usos y costumbres de los pobladores de la zona, esto, junto a la invisibilización de las poblaciones circundantes al paso del tren.
Estas afectaciones no son nuevas, se han denunciado desde que inició el megaproyecto y se han incrementado ante la cerrazón del Gobierno federal mexicano, que ha preferido escuchar el sonido del interés económico de los monopolios que intervienen en la construcción, dejando, como es costumbre, en el olvido las necesidades urgentes de miles de seres humanos que habitan las zonas afectadas, pues decir que el tren traerá empleos es una burda forma de justificar la doble explotación proyectada (humana y de la naturaleza). El tren maya es por su lógica un ejercicio de violencia contra el pueblo maya, dañando tanto la subsistencia comunitaria como las formas de vida.
La destrucción de patrimonio cultural tangible es otro de los efectos dañinos del tren, ha quedado en evidencia la enorme riqueza que aún resguarda la zona de los tramos en construcción, misma que se ve violentada y objetivizada como mercancía turística, deshumanizando a dicho patrimonio, además, el despojo de tierras y su especulación únicamente contribuye al enriquecimiento de los empresarios y monopolios, mientras el empobrecimiento y pauperización comunitaria avanza, aunque los defensores del megaproyecto digan lo contrario.
El tren también tendrá efectos nocivos para el sistema hidrológico subterráneo, donde se encuentra uno de los acuíferos más importantes del país, algo ya denunciado por los expertos en la materia, no hablamos solo de contaminación, sino que nos referimos a daños permanente a la vida natural y humana, siendo que las crisis por el agua ya son una realidad en el mundo, por ello el impacto repercutirá de todas las formas posibles para la conservación de la existencia de la vida en la Península de Yucatán.
La apuesta que desde hace algunos años se ha hecho en México sobre el turismo como la principal industria, no sólo convierte a nuestra economía en dependiente de la producción que se efectúa en otras, sino que también influye en la masificación de las destrucción de los modos de vida comunitaria, además de la sobreexplotación de la riqueza natural, la urbanización que conlleva la industria turística impacta directamente en el medio ambiente, y de esto en la Península existen varios ejemplos que hoy muestran el daño irreversible sobre los ecosistemas y la vida comunitaria.
La idea de modernidad vinculada al progreso, propia del capitalismo, se resquebraja cuando se pone en juicio frente a la realidad y las necesidades humanas, mismas que están diametralmente alejadas de la lógica de acumulación y despojo. Por estas y más razones, yo no apoyo al tren seudomaya.
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