El diálogo planteado como vía para superar el enfrentamiento entre el gobierno izquierdista de Bolivia y los de cinco departamentos autonomistas tropieza con tres divisiones o fracturas, la regional, la social y la étnica, según experto regional. «En Bolivia no hay mecanismos institucionales que canalicen los conflictos de una manera pacífica y es preciso desarrollarlos, […]
El diálogo planteado como vía para superar el enfrentamiento entre el gobierno izquierdista de Bolivia y los de cinco departamentos autonomistas tropieza con tres divisiones o fracturas, la regional, la social y la étnica, según experto regional.
«En Bolivia no hay mecanismos institucionales que canalicen los conflictos de una manera pacífica y es preciso desarrollarlos, pero no es una tarea que se haga de la noche a la mañana», planteó a IPS el politólogo argentino Andrés Serbin, presidente de la Coordinadora Regional de Investigaciones Económicas y Sociales (CRIES). «La debilidad institucional boliviana, que es muy anterior a este gobierno, hace muy difícil absorber y reorientar un proceso de transformación social como el que quiere ponerse en marcha en Bolivia», arguyó el experto de CRIES, que reúne a 80 institutos académicos y entidades no gubernamentales que estudian los temas del desarrollo y la prevención de conflictos en la región.
Para construir esa institucionalidad, en Bolivia se requiere desarrollar espacios de encuentro donde primero se expongan los puntos de enfrentamiento y luego se vayan encontrando temas y enfoques comunes o compartidos, dijo Serbin al analizar la situación de ese país tras el referendo del domingo cuando se decidió la continuidad o no del presidente, de su vicepresidente y de ocho de los nueve prefectos (gobernadores) departamentales.
Pero admitió que «es muy difícil pedirle a un sector históricamente excluido que se siente a dialogar con otro al que percibe como el que por siglos lo explotó y excluyó».
Según Serbin, escinden a Bolivia la fractura regional, muy visible con los movimientos autonomistas del oriente en los últimos años; la social, por la brecha entre una minoría con riquezas y una mayoría muy desposeída; y la racial, por los choques de los pueblos originarios con élites de origen europeo o mestizo, amén de diferencias menores como entre pueblo indígenas quechuas y aymaras.
El presidente de Bolivia, el izquierdista Evo Morales, convocó a un diálogo con los gobernadores (prefectos) de los departamentos, tanto opositores como oficialistas, que resultaron favorecidos en el referendo sobre sus mandatos.
Aunque Morales fue ratificado con un respaldo que llega a 67 por ciento cuando se escrutaron 85 por ciento de las mesas electorales, 14 puntos porcentuales sobre el caudal de votos con los que fue elegido a fines de 2005, también sus rivales de derecha y gobernadores autonomistas de Beni, Pando, Santa Cruz y Tarija cosecharon apoyos que fluctúan entre 55 y 68 por ciento.
Los resultados fueron mostrados por La Paz como una contundente ratificación del liderazgo y las tesis de Morales, quien apoyado en movimientos populares e indígenas del oeste de Bolivia enfrenta el autonomismo de la llamada «media luna» de los departamentos orientales, dirigidos por fuerzas económicas y políticas de derecha.
Su principal aliado sudamericano, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, dijo que Morales obtuvo con su triunfo una «medalla de oro».
En cambio, el analista germano-mexicano Heinz Dieterich, teórico del llamado «Socialismo del siglo XXI» que esgrimen como referencia Chávez, Morales y su par ecuatoriano Rafael Correa, consideró que fueron «Washington y la oligarquía» los ganadores en Bolivia.
El referendo, «contrario a algunas interpretaciones triunfalistas, es una clara derrota del gobierno, que no sólo refuerza la división de facto del país sino que le concede a la subversión separatista un halo de legalidad que antes no poseía», escribió Dieterich.
Como consecuencia de la consulta «el separatismo gobierna ahora ?legalmente’ a cinco de los nueve departamentos» de Bolivia, remarcó Dieterich, para quien la situación interna de ese país se encaminará «hacia la entrega del poder a los neoliberales o a la guerra civil».
Para evitar que se llegue a una guerra civil, Serbin cree importante «la actuación de los vecinos, en primer lugar Brasil y luego Argentina, quienes recurren dentro de lo posible a la arquitectura regional, que sí tiene una tradición jurídica importante».
Puso como ejemplo de esta arquitectura el conflicto de marzo entre Colombia y Ecuador, que antes de la vía bilateral se contuvo en el Grupo de Río, el principal espacio de diálogo político entre los gobiernos de la región, y luego en la Organización de Estados Americanos (OEA) se fijaron términos para tratar de evitar que escalasen acciones armadas.
La OEA, que envió 300 observadores al referendo revocatorio de los mandatos ejecutivos de Bolivia, abogó por el diálogo.
«Los bolivianos están exigiendo a su clase política que se siente y llegue a acuerdos. Esa es la expresión más elocuente del referendo», declaró Eduardo Stein, jefe de la misión del organismo continental.
Stein, quien fue vicepresidente de Guatemala (2004-2008), consideró que en Bolivia no hay riesgo inmediato de enfrentamiento violento, pero «los actores políticos enfrentados están jugando con el país al borde del abismo».
«Una clave puede estar en que la nueva Constitución que definitivamente se apruebe contenga disposiciones para zanjar diferencias con mecanismos dialógicos y pacíficos, que permitan construir consensos alrededor de los cambios necesarios», postuló Serbin.