En días pasados, durante las vacaciones, tuvimos la oportunidad de visitar y recorrer algunas de las zonas de playa de Tulum, Quintana Roo, y de otras áreas naturales de ese estado, donde la belleza ecológica se entremezcla con la presencia humana.
Un privilegio que nos dejó un sentimiento de satisfacción y placer, pero, también, inquietudes que ahora compartimos.
Es por gran parte del mundo conocida la gran biodiversidad que puede apreciarse en la Península de Yucatán, la flora y la fauna de esta parte de México ofrece el deleite a todos los sentidos -sonidos, colores, aromas, texturas y sabores (tierra, agua y cielo, etc.)-, su grandeza es tal que no por nada millones de turistas (nacionales y extranjeros) llegan a visitarla, es muy placentero sentir la arena y escuchar al mar en su dialogo milenario, sin embargo, es justo hacer eco de la voces inquietas que se expresan al constatar que esa belleza inconmensurable se ve amenazada por la presencia depredadora del ser humano.
Desde las primeras horas del viaje observamos los trabajos que junto a la carretera se realizan para dar cumplimiento al megaproyecto del “tren maya”, una obra polémica que impacta duramente al ecosistema, no hay que ser experto para notar el daño ecológico, cultural y social que significa la modificación de la condición natural de esa zona, muchos investigadores han usado la palabra de forma seria para denunciar el impacto incalculable a la vida que no se puede atenuar con la siembra urgente de árboles; el daño ya está hecho.
Así también, es de mencionarse la presencia abrumadora de sargazo en toda la costa quintanarroense, lo que impacta al turismo, pero, sobre todo, a la propia naturaleza, ya que si bien el sargazo es natural y su presencia consabida por los procesos ecológicos, es necesario reconocer que en los últimos años su efecto es mayor y sin el cuidado debido por parte de las autoridades, ya ha sido denunciado con anterioridad por expertos en la materia la forma en que la actividad humana afecta y modifica esos ciclos naturales incrementando el perjuicio, mucho de ello viene por parte de los grandes consorcios y monopolios turísticos que ponderan más la ganancia en lugar del cuidado de esa riqueza ecológica que explotan, algo que en los próximos años puede llegar a tener repercusiones mayores y modificar incluso la actual lógica de vida y trabajo de quienes habitan esas zonas.
No cabe duda de que es muy preocupante el impacto ecológico causado por la presencia humana, aunque desde luego es importante mencionar la belleza percibida, la vista a algunas lagunas, playas y cenotes, ofreció el remanso anhelado tras los días de labor, es más la grandeza de la biodiversidad que pervive y, por ello, es tan urgente hacer consciencia de que es ahora el tiempo de cuidar y valorar ese regalo natural que aún podemos disfrutar, y ese cuidado va tanto a nivel gubernamental y empresarial, como ciudadano, pues no podemos obviar que hay quien contribuye a la contaminación dejando basura y residuos de su presencia.
La voracidad de la acumulación desarrollada por empresarios y gobiernos ha llevado a gran parte del territorio quintanarroense a ser privatizado, el acceso a las playas en su mayoría significan un gasto que para algunos pudiera parecer reducido, pero que cuantificado en relación al salario mínimo demuestra que el disfrute de la belleza natural ha dejado de ser opcional para una parte importante de la población. La sobreexplotación que se efectúa de los recursos naturales los pone en riesgo a diario y, sobre todo esto, debemos reflexionar a profundidad para encontrar los caminos de regreso al bienestar humano y ecológico, todo conectado en una armonía necesaria para la sobrevivencia.
Es un contraste que obliga a la reflexión, ante tanta belleza es necesaria la acción consciente para preservar la naturaleza y poder seguir disfrutando de días de remanso y placer frente a la belleza de este mundo.
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