Atendiendo al panorama internacional deberíamos estar sumamente preocupados por lo que acontece en la esfera económica como consecuencia de la crisis que afecta a las naciones del Hemisferio Norte. Sin embargo, el cierre del año encuentra a nuestro país, al igual que gran parte de las naciones del continente latinoamericano, gozando de cierta tranquilidad fundada […]
Atendiendo al panorama internacional deberíamos estar sumamente preocupados por lo que acontece en la esfera económica como consecuencia de la crisis que afecta a las naciones del Hemisferio Norte. Sin embargo, el cierre del año encuentra a nuestro país, al igual que gran parte de las naciones del continente latinoamericano, gozando de cierta tranquilidad fundada en la solidez de sus variables económicas.
Sin hacer alarde de nada, lo concreto, es que nos presentamos ante el mundo como un país que viene creciendo ininterrumpidamente merced a la aplicación de políticas heterodoxas que nada tienen en común con las sugeridas por los organismos internacionales de crédito, ni con las que pregona el pensamiento hegemónico de los países centrales. Un claro ejemplo de ello, es el hecho de que la prensa internacional (estrechamente vinculada al sistema financiero global) omite hacer referencia al caso argentino como modelo a seguir. Obviamente, si nuestro país estuviere aplicando políticas ortodoxas en el campo económico y los indicadores, en ese terreno, fuesen los mismos que hoy esbozamos, los titulares de los grandes periódicos internacionales estarían hablando del Milagro Argentino.
Claro que este supuesto es solo mencionable en el plano de la imaginación; ya que de aplicarse la conocida teoría neoliberal (ortodoxia) el país no solo no se hubiere recuperado; sino que estaría al borde de la desaparición. Sin embargo, el ejemplo resulta válido para contraponerlo a los sucesivos milagros que nos fueron vendiendo a lo largo de las últimas décadas, entre ellos, «los milagros»: chileno, mexicano, letón, irlandés, por citar solo unos pocos. Cada uno de esos «milagros» se caracterizó por afrontar su deuda exterior con políticas restrictivas del gasto público, por planes de austeridad, por procurar «no distorsionar» el libre desarrollo del mercado y por reducir la capacidad de compra de la mayoría de sus habitantes.
No obstante, y esto en boca de un agnóstico, los milagros no existen en materia económica y resultóse que esas «providenciales economías», más temprano que tarde, terminaron derrumbándose como «paradigmas dignos de ser imitados».
Desde luego que en política nunca es saludable adoptar un comportamiento simiesco, esto es, imitar a rajatabla el proceder de los otros. No solo porque estaríamos renegando de aquel consejo kantiano que sugiere recurrir a nuestro propio entendimiento –sapere aude- lo que pondría de manifiesto nuestro grado de subordinación a «la inteligencia exterior». Sino porque al copiar modelos y teorías sugeridas por los grandes centros y aplicarlas en nuestro país tal como vienen, estaríamos soslayando las particularidades propias de nuestra estructura económica-social lo que conduciría inevitablemente al fracaso. Con el agravante que dichas teorías están confeccionadas atendiendo las necesidades de los países centrales que, como es susceptible de verificar a lo largo de la historia, suelen ser incompatibles con nuestras necesidades de desarrollo.
Aún así hay que reconocer que, lamentablemente, las teorías impulsadas por los denominados «Think Tanks» dieron sus frutos y a partir de la década del ochenta se entronizó el pensamiento neoliberal como modelo aplicable de manera universal.
Lo que ocultaron, y ocultan, sus impulsores fue que esa descarnada teoría (la del libre mercado) resultó un verdadero «caza-bobos» para quienes la instrumentaron; ya que con el tiempo provocó (y en esto basta recordar latinoamérica en los años 90) la explosión de todos los indicadores económicos de un país, sumiendo a sus habitantes en el empobrecimiento y el desempleo; mientras que al mismo tiempo se incrementaba su grado de endeudamiento externo y con ello su grado de vulnerabilidad.
Los argentinos la conocemos muy bien, ya que padecimos sus letales efectos; y ahora contemplamos, no sin asombro, su instrumentación en buena parte de los países europeos. Es una pena que no tengan en cuenta nuestra historia reciente (nos referimos a la del 2001) los pueblos de aquellas naciones que hoy están padeciendo las políticas de ajuste. En nuestro caso, y por suerte, sí sacamos provecho de esa triste y nefasta experiencia. Y un ejemplo de ello, es el respaldo recibido por nuestra presidenta en los comicios del mes de octubre.
Ahora, hasta en ambas cámaras legislativas el gobierno tiene mayoría y en los hechos se observa la nueva dinámica impresa por la actual composición de sus miembros.
En solo escasos días se aprobó el nuevo Estatuto del Peón Rural con un sinnúmero de beneficios para los trabajadores del sector; la denominada «Ley de Tierras» que pone límites a la adquisición de predios en manos extranjeras; se ha sancionado la ley que declara de interés público la producción, comercialización y distribución del papel para diarios garantizando en consecuencia el acceso al mismo a los pequeñas empresas del área. Curiosamente este proceder de nuestros legisladores arroja al vacío otro de los mitos montados por el pensamiento neoliberal que «un gobierno con mayoría absoluta atenta contra el buen funcionamiento de la democracia».
Por el contrario, ha quedado palmariamente demostrado que es al revés. En el último período legislativo «la oposición», que numéricamente era mayoría en una de las cámaras, imposibilitó cuanto proyecto se enviara al recinto; cajoneando de ese modo toda iniciativa oficial.
La vara para medir la viabilidad de un proyecto no pasaba por la calidad o lo significativo de la propuesta; pues, solo se trataban aquellos proyectos que no tuvieran la impronta del oficialismo. Lo que reducía a la mínima expresión la producción parlamentaria; ya que la mayoría de los proyectos a tratar eran remitidos por los representantes del gobierno. Tal era el grado de «irracionalidad» de los opositores que hasta se negaron a aprobar el presupuesto; e inclusive montando toda una teatralización en connivencia con determinados medios privados, muy propensos éstos a difundir mitos entre sus seguidores (televidentes, oyentes y lectores) para confundirlos políticamente.
Lo concreto, es que podemos esperar la entrada del nuevo año con la satisfacción de avanzar en la dirección correcta. Y eso no es fruto de la casualidad, es obra de un gobierno al que debemos apoyar pero siempre críticamente: No obsecuentemente, porque eso no sería apoyar; eso sería desmerecer todos los avances que se vienen realizando.
Y, por cierto, también es obra de un pueblo que ha sacado provecho de su experiencia. Porque como diría A. Huxley: «La experiencia no es lo que te sucede; sino lo que haces con lo que te sucede».
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