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Un ejemplo argentino

Fuentes: lavozdebida

«Resulta inexplicable la existencia de ciudadanos que quieren enajenar nuestros depósitos de petróleo acordando concesiones de exploración y explotación al capital extranjero para favorecer a éste con las crecidas ganancias que de tal actividad se obtiene, en lugar de reservar en absoluto tales beneficios para acrecentar el bienestar moral y material del pueblo argentino. Porque […]

«Resulta inexplicable la existencia de ciudadanos que quieren enajenar nuestros depósitos de petróleo acordando concesiones de exploración y explotación al capital extranjero para favorecer a éste con las crecidas ganancias que de tal actividad se obtiene, en lugar de reservar en absoluto tales beneficios para acrecentar el bienestar moral y material del pueblo argentino. Porque entregar nuestro petróleo es como entregar nuestra bandera»

Enrique Mosconi, fundador y presidente de YPF, 1922 – 1930.

 

«Sin distinción de credos políticos o ideológicos, […], deben ponerse en pie todas las fuerzas vivas del país en contra del enemigo común, es decir, en contra de los aviesos enemigos de adentro y de la acechante codicia aventurera, empeñada en conquistarnos con la penetración pacífica que empieza con el empréstito bancario a causa de nuestro capital rutinario y timorato estancado en los bancos, penetración pacífica mediante concesiones de tierras […]; o la del petróleo que se acecha […]; y cuando quedáramos pacíficamente conquistados, entonces en los labios de los niños resultarían un sarcasmo las voces del Himno».

«Maldita la hora en que llegaron. Bendita mil veces la hora en que se van«

Alonso Baldrich, ingeniero y militar argentino, 1870 – 1956.

 

El mayor problema de la Argentina es que su estructura oligárquica de poder se ha mantenido invariable. Unas ataduras a la deuda externa siempre en riesgo de aumentar y la renuncia al control soberano de sus recursos naturales. No debemos desviar la atención a temas como la inflación, el dólar u otros que sólo representan los intereses de una poderosa minoría dueña del «capital rutinario y timorato» únicamente dedicada a la especulación. Una insaciable plutocracia. Una deuda externa de la dictadura militar que, primero Raúl Alfonsín legitima. Y luego Carlos Menem paga parte de esta deuda fraudulenta privatizando empresas públicas en un proceso aun más fraudulento: YPF o Gas del Estado entre las más importantes del que fue el mayor saqueo que sufrió el pueblo argentino; y haciendo esta deuda aun mayor.

 

YPF y Gas del Estado habían sido unos de los principales responsables del desarrollo industrial y la inversión en las infraestructuras nacionales. En 1949, Argentina finalizaba la construcción de uno de los mayores gasoductos de la época con más de 1.600 kilómetros de longitud. La maquinaria y las infraestructuras que estas empresas necesitaban eran fabricadas por la industria pesada argentina. Ahora, esta industria con el desmantelamiento de estas empresas, prácticamente, ha desaparecido o está aparcada porque todos estos materiales se exportan de EEUU u otras potencias industriales. Aunque el nuevo gobierno ha prometido la industrialización del país, todavía, los resultados no son palpables y Argentina sigue importando lo que antes producía.

 

Desde entonces, se ha producido una desinversión en YPF y Gas del Estado y el «vaciamiento» de ambas empresas. Por ejemplo, se produjo el desguace y venta de la flota de YPF. Los beneficios de estas empresas no se reinvierten en la exploración y la mejora de las infraestructuras sino que las transnacionales evaden estos beneficios al exterior. La población argentina no se beneficia prácticamente de sus recursos naturales. Asimismo, la venta de YPF y de Gas del Estado estuvo llena de irregularidades. La manipulación de las reservas de la petrolera por una auditora estadounidense. La venta de YPF a la mitad de su valor o de Gas del Estado a un tercio del mismo. En Argentina, a este proceso también se le llamó, curiosamente como en España, reconversión industrial; pero, realmente, fue un desmantelamiento y, las poblaciones y trabajadores quedaron desamparados. El país sufrió una grave desindustrialización.

 

Para España, Argentina es un ejemplo paradigmático. Lo mismo que sufrieron ellos, desembocando finalmente décadas de infame rapiña en la grave crisis del «corralito», es a lo que España se está acercando inexorablemente. España ha sufrido una fuerte desindustrialización con la privatización y el desmantelamiento de sus empresas. Lo que se está viviendo actualmente con Iberia es lo mismo que ocurrió con muchas empresas argentinas: «vaciamiento», desinversión, toma de negocios y líneas rentables, etc. ¡Cómo una empresa monopólica, estratégica y vital para la economía nacional puede ser entregada en sacrificio de una gran transnacional extranjera! La ironía de Iberia es que de instrumento propicio de saqueo – comprando aviones a 1 dólar a Aerolíneas Argentinas – se ha convertido en víctima de un saqueo hace mucho programado.

 

La renuncia que se produjo por parte del estado argentino al control de recursos y mercados claves todavía tiene graves consecuencias. La falta de inversiones y la gestión cortoplacista son parte fundamental del actual déficit energético de la Argentina. En los años 90, la concentración monopólica hizo desaparecer unas 2.500 estaciones de servicio. Mientras Argentina construía grandes gasoductos al mar, a Chile, a Brasil o Bolivia para exportar enormes cantidades de gas al exterior, el 40% de los argentinos no tenían ni tienen acceso al gas y en su propio suelo no se construía un gasoducto. Después de vender un gas barato en grandes cantidades, se encuentra importando hoy gas a un precio mucho mayor. Lo mismo ocurrió con el petróleo que se vendía en enormes cantidades a un precio irrisorio, sin ningún tipo de visión estratégica ni de futuro.

 

No es la única consecuencia del inexistente control público. Las grandes corporaciones llevan décadas campando a sus anchas. La permisividad con sus comportamientos – que serían criminales obviamente, también, en sus países de origen – es absoluta. Y estos comportamientos tienen graves consecuencias sobre el medio ambiente, la seguridad y la salud de las poblaciones, el agua o las tierras. Los pozos petrolíferos son abandonados, se sellan mal o, simplemente, no se sellan. Los residuos no se limpian y se abandonan. Las corporaciones roban el agua, contaminan los ríos y las aguas subterráneas; la deforestación – estos comportamientos son los mismos dando igual que sean transnacionales de la soja, la caña de azúcar, la fruta o la energía – afecta a bosques primarios que han sido talados entre un 30% y un 75% de su superficie original.

 

Las consecuencias de tener estados privados dentro del mismo estado siempre son las mismas para estas regiones y sus habitantes. Cuando estas corporaciones han exprimido al límite los recursos naturales de estos territorios dejan a sus poblaciones tierras muertas, ríos contaminados y aguas envenenadas, nuevas y antiguas enfermedades se multiplican, polución del aire, lluvias ácidas, decenas de metales pesados invaden sus cuerpos, desprendimientos de tierras y lluvias torrenciales que no tendrán el obstáculo de los bosques que fueron arrasados, exclusión, pobreza y muerte. Finalmente, los empleados públicos y las poblaciones solo pueden mostrar su impotencia ante una situación de indefensión tan manifiesta y repetida en tantas ocasiones.

 

A pesar de lo que pueda creerse, los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner han continuado sin poner coto a estos comportamientos de las corporaciones. Las concesiones privadas no han desaparecido y los recursos tampoco han sido nacionalizados. Como acabará el caso YPF todavía no está claro. La deuda externa volvió a ser legitimada, nunca fue auditada a pesar de sus flagrantes irregularidades, se encuentra bajo legislación extranjera en una «cesión de soberanía jurídica» inconcebible y, ninguno de los que perpetraron el mayor robo de la historia argentina ha entrado en prisión. Sólo los intereses de la deuda suponen casi el doble de los presupuestos de educación y sanidad. Esa dependencia exterior que únicamente favorece los intereses de una oligarquía rentista – la supuesta «argentinización» ratifica el favor a unos intereses corporativos – integrada dentro del mercado financiero global actúa como un sistema de extracción de rentas que lastra el bienestar de los argentinos.

 

YPF era la joya de la Argentina. Un ejemplo de cómo contradecir el saber económico convencional, pero tomó el camino inverso que hubieran deseado sus creadores. Se creó bajo el gobierno de Hipólito Yrigoyen que pretendía una política de «sustitución de las importaciones», industrialización e independencia económica. Para dirigir y levantar la empresa se nombró al ingeniero Enrique Mosconi que había residido y estudiado en Europa enviado por el ejército argentino. Allí se integró durante más de un lustro en el ejército alemán conociendo el pensamiento económico de Fiedrich List. Éste era un economista partidario del nacionalismo económico y la industrialización. List abandonó su preferencia por el «libre mercado» durante su exilio en Estados Unidos donde estudió el pensamiento económico de Alexander Hamilton y el desarrollo económico británico basado en un fuerte proteccionismo, integrándose en la escuela americana partidaria de la protección de la industria naciente; convirtiéndose en un férreo detractor del libre mercado, una ideología que exclusivamente servía al imperialismo británico.

 

Ese mismo pensamiento económico llevó a Mosconi y a su amigo Baldrich al convencimiento de que el desarrollo económico argentino tenía que basarse en los «capitales locales». Así levantó YPF con un capital inicial de 8 millones de pesos que multiplicó por 400 veces en los ocho años que estuvo al frente de la empresa, utilizando para ello su patrimonio personal, la reinversión de los beneficios de la extracción y la exploración del petróleo, préstamos nacionales y bonos vendidos a los argentinos. Pero nunca usó inversión extranjera. La empresa debía servir al interés social de la nación, al bienestar de sus ciudadanos y al desarrollo de una industria propia surtida de combustible barato, y eso sólo era posible gozando de la independencia y el monopolio.

 

Enrique Mosconi sabía bien que había derribado los lugares comunes al servicio del imperialismo capitalista anglosajón: «El argumento ideológico de los que nos oprimen […] dice que para asumir la exploración y explotación del petróleo se requieren de enormes capitales. YPF demuestra que esos enormes «enormes capitales» se obtienen de los beneficios de una explotación integral«. Por eso para él: «No queda otro camino que el monopolio del Estado pero en forma integral, es decir, en todas las actividades de esta industria: la producción, la elaboración, el transporte y el comercio […]». Porque: «Los países donde operan los grandes trustes del petróleo […] al sacrificar su petróleo, en poco o nada se benefician. El torrente de petróleo convertido en oro engrosa las arcas de las compañías; y éstas claman, protestan y resisten invocando propósitos confiscatorios, cuando las naciones en que desarrollan sus actividades proponen establecer equitativos tributos. […] Estas naciones no consiguen tampoco [combustibles] a bajos precios […]».

 

Casualmente, una más en la historia latinoamericana, cuando en 1930, el gobierno consiguió quebrar el monopolio de la Standard Oil (Exxon, Amoco,…) y la Royal Dutch (Shell), Hipólito Yrigoyen fue derrocado por un golpe de estado de inspiración fascista y, Enrique Mosconi acusado de comunista, teniendo ambos que exiliarse de la Argentina. Durante la segunda mitad de la década anterior, Mosconi, Baldrich y otros, habían trabajado por medio de la Alianza Continental por la integración de Iberoamérica y propagaron la experiencia petrolífera argentina. De esas experiencias nacieron las nacionalizaciones del petróleo en Bolivia, México, Colombia, Brasil o Uruguay.

 

El de 1930, por supuesto, no fue el último golpe de estado – fue el primero de cinco – ni la última casualidad. En 1966, se produjo otra insurrección militar que derribó el gobierno de Arturo Illia, devolviendo su sucesor, el general Juan Carlos Onganía, las concesiones nacionalizadas a las empresas privadas. En 1973, se produjo otro golpe militar. Éste el más criminal de la historia argentina que asentó la «reorganización nacional» para el colapso neoliberal de 2001. La lucha por la soberanía y la independencia económica y política de Irygoyen, Mosconi y Baldrich tampoco fue la última. Actualmente, Latinoamérica está viviendo nuevamente un movimiento por la independencia y la soberanía de sus pueblos. Tenemos que tener estas lecciones y ejemplos presentes en nuestra mente porque de elegir el lado correcto depende el futuro y la libertad de nuestros pueblos.

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