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Un falso debate nacional

Fuentes: Rebelión

Los libros de texto hoy generan polémica, pero igual lo hicieron antaño, cuando surgieron y fueron una de las herramientas para la homologación curricular a nivel nacional. Su presencia en la vida educativa de México data de décadas, donde el debate ideológico siempre ha estado presente, siendo quizás una de las características de los actuales materiales pedagógicos el hecho que, en esta ocasión, se aglutinó a docentes de diferentes especialidades para su elaboración. Aunque esto último tampoco es totalmente inédito, ya que en los tiempos de su aparición de igual forma se acompañaron de un movimiento pedagógico-cultural significativo.

En la actualidad, antes de que lleguen a las aulas, los libros de texto son puestos en tela de juicio por ser considerados faltos de cientificidad y objetividad, algo que denota al menos dos aspectos que considero importante comentar. Por una parte, el cuestionamiento al carácter científico de los libros, nos acerca a una vieja idea que en realidad es reflejo de un proceso histórico de desplazamiento de los docentes como agentes generadores de conocimiento por la figura de los universitarios, siendo que a estos últimos se les otorgó en el imaginario sociocultural el carácter de “vanguardia intelectual” por encima de los profesores y profesoras. Este es un proceso que, a mi juicio, puede rastrearse rondando las décadas de los años 30 y 40 del siglo XX, una vez consolidadas las universidades a nivel nacional, esto, también se observó en Yucatán. El desprestigio a priori sobre el contenido y su cientificidad que los grupos opositores al Gobierno de la 4T lanzan, se convierte más en consigna ideológica (algo irónico según veremos más adelante) que en argumento sólido. Los libros de texto aún deben ser utilizados por la totalidad del magisterio (y no sólo por la parte que colaboró en su elaboración) para saber si su utilidad es real, o su descalificación es correcta. La premisa termina convirtiéndose en discriminatoria, pues si algo es cierto de lo dicho por el Gobierno Federal en su autodefensa, es que en esta ocasión se elaboraron con la voz y participación de quienes imparten las clases, y no conforme al criterio de un cerrado grupo de “intelectuales” al servicio de los cheques al portador.

El segundo aspecto a destacar, es el señalamiento de su falta de objetividad y la acusación que sobre los libros de texto recae siendo considerados como materiales de adoctrinamiento ideológico, y acá la ironía evocada, ya que de entrada hay que ser muy claros, pues la supuesta neutralidad ideológica no existe aunque se mencione en capillas del “saber” cual rezo dominical. El filósofo español-mexicano Adolfo Sánchez Vázquez fue muy claro en este supuesto debate en su ensayo “La ideología de la neutralidad ideológica en las ciencias sociales” (1975), donde de forma contundente señala que la “argumentación” de la neutralidad al final de cuentas es un expresión ideológica y no un razonamiento científico. El principio fundamental es simple, y de entrada requiere una diferenciación, ya que objetividad e ideología no son lo mismo, y por lo tanto los libros de texto que hoy se cuestionan fueron elaborados con la objetividad del método científico propio de las ciencias sociales y humanas, aunque claro, como ya mencionamos, otra cosa será comprobar su utilidad pedagógica en el aula. La ideología siempre está presente en el ser humano, los libros de texto responden a la ideología del actual Gobierno, como siempre lo han hecho, sea del color que sea, pedir neutralidad es sólo una trampa que se desvanece en el absurdo.

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