¿Encabeza Kirchner «un gobierno en disputa» entre progresistas y conservadores? ¿Lidera una batalla contra el PJ, los bancos y las privatizadas? Esta impresión se ha generalizado en la centroizquierda. Muchos sostienen que los avances reformistas logrados en tres campos (derechos humanos, diálogo con los piqueteros y política exterior independiente) pronto se extenderán al modelo económico. […]
¿Encabeza Kirchner «un gobierno en disputa» entre progresistas y conservadores? ¿Lidera una batalla contra el PJ, los bancos y las privatizadas? Esta impresión se ha generalizado en la centroizquierda. Muchos sostienen que los avances reformistas logrados en tres campos (derechos humanos, diálogo con los piqueteros y política exterior independiente) pronto se extenderán al modelo económico. Proponen cambiar las «formas de lucha» (sustituir los piquetes por el trabajo comunitario), apoyar lo positivo (ESMA, depuración de la policía y la Corte Suprema) y criticar lo negativo (envío de tropas a Haití). Promueven, además, el proyecto transversal del presidente porque auguran que su fracaso beneficiaría a la derecha.
KIRCHNER, PERON Y CHAVEZ
El gobierno constituye efectivamente un ámbito de intensas disputas. Pero estos conflictos oponen a fracciones de las clases dominantes que rivalizan por imponer sus intereses. Estos conflictos prevalecieron en todas las administraciones anteriores y son habituales en la mayoría de los países. La competencia entre empresarios por obtener el favor gubernamental y la delegación capitalista del ejercicio del poder en una casta burocrática (militares, jueces, directivos) conduce a múltiples choques por el control del estado. Estas desavenencias no retratan la progresividad de Kirchner, ni de ningún otro gobierno.
El actual presidente no es el hombre predilecto del establishment que hubiera seleccionado a Lopez Murphy. Pero rara vez los dueños del poder logran ubicar a su mejor candidato al frente del ejecutivo (ni siquiera Menem era su carta inicial). Están acostumbrados a realizar sus objetivos a través de terceros y aprueban la gestión del mandatario que les garantice altos beneficios, equilibrio político y control de la protesta social. Sostuvieron a Alfonsin hasta la hiper, a Menem hasta la recesión y a De la Rúa o Duhalde hasta sus respectivos fracasos represivos. Por el momento aplauden el rumbo económico y observan con recelo la estrategia política presidencial.
Las disputas actuales en el gobierno son ajenas a los intereses populares por dos razones: Kirchner no adoptó ninguna medida que amenace los privilegios de las clases dominantes y prescinde de la movilización para enfrentar las críticas de la derecha. Aquí radica la diferencia con Chavez o con el peronismo de los años 50. La confrontación de Kirchner con el establishment es puramente retórica. No modificó los lineamientos tradicionales de la política argentina y sus transgresiones sorprenden porque se las compara con el neoliberalismo extremo de los 90. Es cierto que ha convalidado varias conquistas democráticas, pero su gobierno no es un logro popular, ni corona la rebelión del 20 de diciembre. Al contrario reintrodujo a numerosos políticos repudiados, contuvo la exigencia de esa sublevación («que se vayan todos») y ha otorgado concesiones sociales minúsculas en comparación a los atropellos en curso.
Muchos kirchneristas reconocen estas limitaciones pero estiman que en algún momento el presidente arremeterá contra Duhalde y modificará el esquema económico regresivo. Pero también cabría formular la especulación opuesta, ya que muchos gobiernos debutaron declamando contra los poderosos y terminaron reforzando el orden vigente. Frente a ambas opciones, lo mejor es juzgar los hechos y no guiarse por los deseos.
Quiénes esperan un giro nacionalista subrayan el carácter imprevisto del rumbo seguido que ha seguido Chavez. Pero esta sorpresa ha sido una excepción dentro de la norma de presidentes que defraudaron las expectativas del progresismo. Lula y Guitierrez constituyen los casos más recientes y Blair o Felipe Gonzalez son los ejemplos más burdos de esa adaptación.
El apoyo de Fidel y Chavez a Kirchner tampoco es una prueba del carácter popular del proyecto presidencial. Las alianzas externas y las necesidades diplomáticas de cada país no son los principales (ni los únicos) barómetros para caracterizar a un gobierno. La sobrevaloración de ese parámetro condujo a nefastas caracterizaciones, cuándo se calificaba a cada mandatario por sus relaciones con la Unión Soviética. Repetir este criterio con nuevos referentes internacionales conducirá a los mismos desaciertos.
PASADO Y FUTURO
La tesis de «un gobierno en disputa» fue utilizada para reivindicar a un sector del Alfonsinismo en los 80 (la coordinadora) y de la Alianza en los 90 (el Frepaso contra la UCR). Pero ha sido un clásico del peronismo. La imagen de Kirchner rodeado por una mafia duhaldista parece directamente extraída de la «teoría del cerco», que la JP difundía en los 70 para describir la influencia amenazante de Lopez Rega sobre Perón. Variantes posteriores de esta misma concepción fueron expuestas para apoyar a los renovadores (Cafiero contra Herminio Iglesias) y al Chacho Alvarez (y su bloque de los 8) contra el menemismo. En todos estos casos los progresistas actuaron de furgón de cola de alguna pandilla del PJ contra sus ocasionales rivales. Y el resultado fue siempre el mismo: traiciones, frustraciones y desengaños.
Si Kirchner repite estos antecedentes manipulará a sus seguidores hasta controlar el Justicialismo y se desprenderá luego de los grupos que le resulten inservibles. El presidente está acostumbrado a lidiar con caudillos y a establecer alianzas con turbios personajes (Juárez, Fellner, Solá y el propio Duhalde). En la actualidad sus maniobras también apuntan a construir poder fuera del PJ. Pero en la variante interna o externa la disputa es siempre por los cargos y nunca por satisfacer las aspiraciones populares.
Los primeros indicios de este desplazamiento de las reivindicaciones sociales son las posturas adoptadas por el oficialismo piquetero, que renunció a reclamar la universalización de los planes y el aumento de sus monto a 300 pesos. Junto al ministro de Trabajo, Luis D´Elia proclama que llegó el momento de sustituir «el asistencialismo por la creación de trabajo». Pero no registra que el desempleo se mantiene en el 20% y que los desocupados no reclaman dádivas, sino una cobertura básica hasta tanto aparezca el trabajo genuino.
Los nuevos kirchneristas también han abjurado de un programa económico popular. Cómo están a la espera de una crisis con el FMI, ya no exigen la suspensión del pago de la deuda y tampoco rechazan el mecanismo empobrecedor del superávit fiscal. Ahora consideran que este excedente podría compatibilizarse con mejoras sociales, si se implementan reformas fiscales progresivas. Tampoco postulan la anulación de las privatizaciones, sino que solo impulsan la renegociación de los contratos.
En algunos casos esta actitud de adaptación política ha conducido a justificar el envío de gendarmes a Haití. Ciertos legisladores recurrieron a insólitos argumentos para explican que una misión de guardacostas al servicio de Estados Unidos constituye un acto de independencia latinoamericana. La teoría del «gobierno en disputa» induce a justificaciones permanentes. En el terreno de los derechos humanos auspicia saldar cuentas con el pasado dictatorial, pero encubre el bloqueo presidencial a la investigación de los asesinatos de Puente Pueyerredón.
Kirchner estimula este clima de aprobación otorgando subsidios a las organizaciones afines y repartiendo cargos públicos -en el ámbito de la cultura- entre sus potenciales críticos. Algunos intelectuales se resignan a este rumbo, afirmando que Kirchner constituye la única barrera la derecha. Pero nunca aclaran porqué vislumbran el avance de la reacción como un hecho inevitable. Si fuera cierto que la rueda de la historia siempre gira hacia la derecha. Lopez Murphy habría sucedido a De la Rúa y Menem a la transición de Duhalde. El propio ascenso de Kirchner desmiente los presagios fatalistas, que cumplen actualmente la función de reforzar el conformismo con el orden existente.
DERECHA Y PIQUETEROS
La tesis del «gobierno en disputa» conduce a condenar cualquier movilización popular que interfiera en la estrategia de Kirchner contra Duhalde. Por eso se invalidan todas las protestas sociales ajenas a este conflicto y se recurre a teorías conspirativas para explicar la gravitación de los piqueteros. Los centroizquierdistas perciben a las movilizaciones callejeras como actos manipulados por dirigentes ambiciosos, detectan «cabecillas pasando lista» en las marchas masivas y objetan cualquier medidas de auto-protección de las manifestaciones. También recurren a las acusaciones extravagantes («las movilizaciones están ideologizadas») para explicar protestas que simplemente obedecen a la persistencia de la miseria, al desprestigio del PJ y la burocracias sindical y a la actitud consecuente de las corrientes combativas.
La lucha de los desocupados no es una acción «aislada de toda la sociedad», porque se ubica en las antípodas de un sector (los capitalistas) y en la proximidad de otro (la mayoría empobrecida). Sus movilizaciones convergen además con la reactivación de los reclamos salariales de los estatales, en un momento de reflujo en la acción de los trabajadores del sector privado. Los piqueteros combativos han reinstalado las demandas de los desempleados y han obligado al gobierno a aceptarlos como interlocutores.
Muchos kirchneristas reconocen la «legitimidad de los reclamos», pero cuestionan «los métodos» de esta exigencia, sugiriendo que «con los cortes de ruta no se logra nada». Desearían que la lucha se adaptara a los parámetros de lo que consideran políticamente correcto en la coyuntura actual. Pero se olvidan que las grandes conquistas sociales no se obtuvieron en el pasado con esa actitud sumisa. Estos avances se lograron confrontando con la clase dominante y creando temor entre los poderosos.
Las acciones de los piqueteros no incluyen más desprolijidades, desmesuras y errores que cualquier otra lucha. Pero lo que irrita a muchos analistas es su inocultable carácter plebeyo. El mismo fastidio que provocaban hace medio siglo los descamisados refrescando sus pies en la Plaza de Mayo despiertan hoy los desocupados que irrumpen en el centro. Por eso la contemplación favorable que rodeó al caceroleo de los ahorristas se ha convertido ahora en una crítica despiadada contra los piquetes de los desempleados.
Algunos centroizquierdistas no descalifican la protesta, pero estiman que favorece la oposición entre la clase media y los desocupados, que tanto incentiva la derecha. Pero los reaccionarios siempre utilizaron las huelgas, los piquetes o las manifestaciones para alentar esa fractura. Y la resistencia social solo progresó enfrentando el chantaje que actualmente propagan los medios, acepta el gobierno y repite el progresisimo.
La derecha le demanda a Kirchner la cuadratura del círculo: reducir la protesta sin otorgar concesiones, maniobrar sin recurrir a la demagogia, aislar al sector combativo sin constituir un grupo oficialista y reprimir sin repetir el estallido de Kostecki y Santillán. El gobierno rechaza estas exigencias porque no quiere suicidarse, pero su oposición al uso de la fuerza no lo convierte en un aliado de los desocupados. El presidente ha explicitado una y otra vez su hostilidad a la movilización y a las reivindicaciones de los desocupados.
El gobierno solo rehuye la represión por temor a sus efectos. Hace tiempo sugirió la creación de una brigada antipiquetera y ahora mantiene 3000 causas penales contra luchadores populares. Kirchner comparte el objetivo capitalista de disolver la protesta, pero apuesta al desgaste, la división y el aislamiento. Por eso sus voceros descalifican a los piqueteros («selváticos», «extorsivos» y «desalientan las inversiones») y no objetan la realidad invertida que exhiben los medios (importan más los destrozos de una comisaría que el asesinato de un luchador social, es más relevante el derecho de circular que el derecho a comer). Con sus mensajes antipiqueteros el gobierno avala la presentación derechista de las víctimas de la miseria como culpables del desorden.
RETÓRICA E IZQUIERDA
Quizás no se equivocan quiénes confían en la sinceridad de Kirchner. La convicción que exhibe el presidente es más frecuente entre los mandatarios que el cinismo desenfadado de Menem. Pero también Alfonsin creía que salvaba la democracia con el Punto Final y Bush se toma muy en serio sus delirantes misiones bíblicas. El doble discurso del gobierno no es una perversión, sino un mecanismo de reproducción del orden vigente y este sistema de engaño incluye el autoengaño de sus ejecutantes. Si Kirchner lo utiliza con frecuencia es porque busca conciliar la continuidad de la miseria con la reconstitución de la confianza popular en el régimen político.
Ciertos analistas igualmente interpretan que la retórica presidencial «construye conciencia» del saqueo sufrido por la Argentina. Pero olvidan que la verdad -distorsionada por el discurso oficial- es la condición de cualquier esclarecimiento. Si la población acepta pasivamente el mensaje gubernamental quedará desguarnecida frente a los próximos atropellos.
Al plegarse al proyecto presidencial varios luchadores han perdido capacidad para vislumbrar lo que ocurre y para actuar con autonomía. Esta subordinación se expresa en su repetición del discurso oficial contra la izquierda. Proclaman que esta franja política «no tiene votos», como si Kirchner hubiera llegado al gobierno con más del 22% de los sufragios y D´Elia hubiera logrado superar la marginalidad electoral. También objetan que la izquierda organice sus propios agrupamientos piqueteros, cómo si esta estructuración debiera ser patrimonio exclusivo de las manzaneras o los punteros del PJ.
Los eternos disconformes cuestionan a la izquierda cuándo se «aleja del movimiento popular» y cuándo alcanza cierta inserción en este segmento. El prejuicio es tan fuerte que algunos ven en la izquierda un comportamiento semejante al PJ («el mismo clientelismo»), olvidando algunas pequeñas diferencias: la izquierda no envía gendarmes contra las protestas, no participa en aparatos mafiosos y no ha gobernado por cuenta de los capitalistas.
Algunos piensan que esta conducta singulariza a la «paleoizquierda» que no sabe adaptarse a nuevos tiempos. Pero no explican que contribución a la causa popular aporta la conducta opuesta de sometimiento a los gobiernos de turno. Tampoco aclaran porqué fracasaron en los últimos veinte años todas las vertientes de aggiornamiento ensayadas por el PJ, la UCR o la Alianza. La tesis del «gobierno en disputa» constituye una variante de estas frustraciones y sus promotores vuelven a cocinar un plato que fue recalentado muchas veces.
Golpearse nuevamente contra el mismo paredón no es un destino inexorable. Se puede evitar esta repetición renovando las ideas, tomando distancia de los poderosos y adoptando una actitud de solidaridad y respeto hacia todos los que luchan.
* Economista, Profesor de la UBA, investigador del Conicet, miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Página web: www.netforsys.com/claudiokatz. Artículo aparecido en la revista Enfoques Alternativos nro. 25, agosto 2004