El nombramiento de un nuevo ministro de Economía con poderes ampliados apareció en estos días como el salvavidas disponible para una muy averiada coalición de gobierno, sobre la que se cierne una profunda crisis tanto política como económica.
El desplazamiento de Silvina Batakis tras su muy breve gestión encierra más de una paradoja. Fue a implorar respaldo o auxilio a Washington y la corrieron del cargo antes de que se pudieran saber los resultados de su gestión.
¿A dónde va el Frente de Todos?
El peronismo se encuentra de cara a la posibilidad de sufrir en 2023 una derrota electoral por márgenes sin precedentes. La que podría dañar sus espacios de poder en el Congreso y en varias provincias. Y tan grave o más, sumirlo en una marea de desprestigio y una situación anómica que requiera largos años para recuperarse.
La oposición ha salido a criticar la designación de Sergio Massa como un “parche” que no soluciona el deterioro del gobierno. Públicamente, no parecen dispuestos a otorgarle un “plazo de gracia” al nuevo ministro. Por lo bajo, esperan que el nuevo titular del área económica emprenda un camino de ajuste ortodoxo, que pueda tener el doble efecto de beneficiar al gran capital y producir una erosión aún más considerable de la ya menguante base electoral del Frente de Todos.
El ascenso del ex jefe de gabinete estuvo acompañado por una fuerte baja de los distintos tipos de cambio y suba de los bonos del sector público. Sin duda esa oscilación respondió a específicas variables financieras, como el incremento de las tasas de interés. Más allá de eso, ofició de simbólico saludo de “los mercados” al ascenso de un dirigente que perciben como cercano.
De todos modos hay que reconocer que la alianza gobernante ha obtenido un logro escaso pero no desdeñable. Con estos cambios atenúa la imagen de despiste y falta de reacción que trasmitió en estas últimas semanas. “Algo había que hacer” y algo se hizo.
De todos modos, los márgenes se les han estrechado a quienes se mueven en torno a la expresidenta. Más allá del grado de disgusto que pueda provocarles, han avalado la designación del nuevo “superministro”. Puede argumentarse que, dentro de los límites del tímido posibilismo reinante, no tenían ya otra carta para jugar.
Ocurre que el problema está precisamente allí, en la falta de disposición para tomar un camino diferente a la sumisión frente al capital local e internacional que, mal que les pese a algunos, es común a todos los componentes de la alianza gobernante.
A la vez resulta evidente que esa tardía respuesta ha tomado la forma de un giro hacia una aún mayor cuota de “moderación”. Cristina Fernández de Kirchner y sus partidarios más entusiastas han aceptado el recambio y su sesgo inicial, pero no han roto aún el silencio. Su aceptación es, por ahora, sólo tácita.
Durante todo este tiempo de crisis el “cristinismo” no ha podido mostrar nada parecido a un proyecto propio y superador. Han desplegado críticas, vetos y silencios de pretendida elocuencia. Pero exhibido poca iniciativa política.
Salvo que se tomen como tal varios proyectos legislativos, la mayoría no aprobados. O bien la férrea defensa de los espacios de poder obtenidos al comienzo del actual gobierno y que aún mantienen. En ese campo sí desplegaron empeño en mantener lo conseguido, aún frente a ofensivas sostenidas como la que se desarrolló sobre los funcionarios de la secretaría de Energía.
Con el nombramiento del hasta ahora presidente de la Cámara de Diputados la corriente nacional y popular recae en una conducta común a los progresismos en tiempos de crisis: Encumbrar a alguien cercano a los grandes factores de poder para tratar de aplacar sus ambiciones en beneficio propio.
Eso redunda en políticas cada vez más próximas a las que llevaría adelante el adversario, en este caso la coalición opositora “Juntos por el Cambio”. De ese modo la experiencia de gobierno tiende a convertirse en una copia titubeante del “original” impulsado por quienes enarbolan desde siempre las banderas del neoliberalismo.
El resultado es que el kirchnerismo, que llevó a cabo toda una campaña contra el ministro Martín Guzmán, acusado de introducir ajustes y no recomponer los ingresos populares, ahora se ve constreñido a apoyar una gestión económica cuya vocación por el ajuste es muy probable que sea más decidida y profunda que la de Guzmán.
El presidente Alberto Fernández queda relegado. Tras resistirse a la “solución Massa” terminó emplazado por un “operativo clamor”. Lo que incluyó en un rol destacado a los gobernadores peronistas, que al parecer lo intimaron a encumbrar al exjefe de gabinete de Cristina Kirchner a un espacio de poder que lo deja a él sin margen para tomar decisiones.
El jefe de gabinete, Juan Manzur, tiene amplias probabilidades de seguir ocupando el desleído espacio que tuvo hasta ahora, después de los impulsivos y efímeros gestos que hizo a poco de asumir.
Mientras tanto ¿qué pasa abajo?
Si bien cabe presumir que cuando los comicios presidenciales estén más cerca algunas concesiones atenúen en parte los efectos del ajuste, la perspectiva inmediata no es nada favorable a los intereses populares.
Si la mirada se dirige a las agrupaciones de base popular cercanas al gobierno las respuestas a la acuciante situación para sus “representados” sigue siendo pobre.
Los sindicatos y parte de las organizaciones sociales oficialistas han mostrado una voluntad de reacción escasa y a veces nula, con la “contención social” y la “gobernabilidad” como preocupaciones casi excluyentes.
Algunxs se diferenciaron, como Juan Grabois, el líder del Movimiento de Trabajadores Excluidos, convertido en el malo de la película, el “radicalizado” que formuló advertencias conflictivas sobre presencia combativa en las calles y saqueos. Los medios y la oposición de derecha le dedicaron una campaña descalificatoria orientada a marginarlo de los ámbitos influyentes. Y las iniciativas movilizadoras que impulsó no alcanzaron una repercusión masiva.
Otros atisbos de protesta tendieron a diluirse. El diputado y hombre fuerte de la CTA de los trabajadores, Hugo Yasky, estuvo activo en una “marcha de antorchas”, lo que no impidió que desembocase en la anticipada aquiescencia al advenimiento del nuevo ministro. Pablo Moyano hizo algunas movidas menores, y trató en vano de descifrar el sentido del opaco proyecto de marcha de la CGT, prevista recién para el 17 de agosto.
Una iniciativa en principio más atrevida perteneció a Somos-Barrios de Pie: La de hacer una marcha con motivo de la inauguración de la exposición rural, para recriminarle actitudes especulativas a las patronales del agro. Debido a presiones, la manifestación fue desviada a la plaza del Congreso, y vio muy disminuido su alcance y significado.
¿Cuál será el curso de los acontecimientos más allá de esos ámbitos en que, con corcoveos incluidos, sigue rigiendo la complacencia hacia la coalición hoy ocupante del gobierno?
Una pregunta perentoria es qué ocurrirá en las calles y en los lugares de trabajo ante el previsible avance de “reformas” que facilitarán la acumulación y el poderío del gran capital y acentuarán el sesgo contra el nivel de vida y las condiciones de trabajo de las masas populares. Y cuáles serán las reacciones frente a la aceleración de la pérdida del poder adquisitivo. La inflación de julio fue la peor de todo este ciclo.
¿Qué respuesta habrá si se suscita una fuerte devaluación, con los consiguientes beneficios para los exportadores y el impacto negativo sobre los salarios? ¿Cuánto se agravará el clima social si se desata una intensa ola de reducción del gasto público, con repercusiones sobre salarios del sector público, jubilaciones y prestaciones sociales?
Si no se produce una irrupción popular fuerte y el proceso queda librado a la dinámica de las fuerzas del sistema, es probable que asistamos al preámbulo de un amplio triunfo electoral de la oposición de derecha en las elecciones presidenciales de 2023. O incluso a alguna “salida de emergencia” antes de los comicios. Y en cualquiera de los dos casos se iniciaría un proceso de “reformas” orientado a una profundidad y rapidez mayores que las que signaron al período presidencial de Mauricio Macri.
Los reclamos populares están hoy en la calle y con signos alentadores de articulación entre organizaciones de tendencias diversas. Lo que no hay aún es una síntesis que lleve la construcción de una alternativa política a un punto más alto que la de por sí meritoria acumulación que ha conseguido el FIT-U.
Esa carencia se torna acuciante. Las dificultades del peronismo para conservar parte de su base popular dibujan una oportunidad para fuerzas situadas a su izquierda. A fin de capitalizar la coyuntura, éstas necesitan construir un grado mucho mayor de unidad, un discurso atrayente, y prácticas que sepan inducir a un cambio favorable del grado de conciencia y organización del “abajo” social.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.