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Caravana por la paz

Un grito en el desierto de concreto y acero

Fuentes: Otramérica/Subversiones

El gobierno federal ha ignorado el grito de las víctimas mexicanas de la llamada guerra contra las drogas. La Caravana por la Paz ha caminado y ha gritado, Javier Sicilia ha tratado de explicar un mensaje que parece perderse en ciudades como Nueva York. La última crónica desde Estados Unidos de esta digna Caravana. Desde […]

El gobierno federal ha ignorado el grito de las víctimas mexicanas de la llamada guerra contra las drogas. La Caravana por la Paz ha caminado y ha gritado, Javier Sicilia ha tratado de explicar un mensaje que parece perderse en ciudades como Nueva York. La última crónica desde Estados Unidos de esta digna Caravana.

Desde el piso ochenta y seis del Empire State Building la ciudad de New York es una vorágine que no es posible desentrañar. Durante varios minutos trato de enfocarme en un punto concreto, pero la altura, la sensación de vértigo y de inmensidad no me permiten identificar algo. Sólo concreto, acero, miles de calles se convierten en las arterías de este cerebro financiero. La isla de Manhattan en el lado izquierdo, el lóbulo que aquí controla los flujos monetarios de todo el mundo, el valor de uso y el valor de cambio de la vida humana en alcances inimaginables; Queens y Brooklyn en el lóbulo derecho, la zona que amontona a millones de latinos organizados por barrios y diluidos por la marginación que provoca la falta de los mismos derechos civiles que los estadounidenses tienen. No es envidia, es indignación ante la desigualdad.

Así los dos polos de este cerebro que no descansa nunca, en el que la luz nunca se apaga aunque no ilumine parejo. New York es también el lugar en donde nació la salsa como hija candorosa de muchas mezclas, es el lugar en el que Héctor Lavoe se convirtió en el señor de los pregones tropicales, esta ciudad que ahora recorremos torpemente es también aquella en la que John Lennon fue asesinado una fría noche de diciembre de 1980, son las mismas calles que Fidel Castro recorrió alguna vez antes de que el imperio le prohibiera la entrada. La ciudad que podría ser país. Un punto y aparte.

Al llegar a esta mole de concreto y taxis amarillos, la Caravana por la Paz fue recibida por un amplio contingente de diversas organizaciones y por varios integrantes de la comunidad mexicana y afroamericana. El escenario de esta recepción fue nuevamente el sótano de una iglesia, ahora en Harlem, aunque lo que parecía un acto de protocolo y de recepción se convirtió en una nutrida manifestación que recorrió este barrio hasta llegar a la iglesia de Santa Catalina. Poco a poco muchas personas se unieron a esta manifestación de rabia y dolor, las calles se convertían en un grito amargo, en una voz seca y ronca que se alzaba para dejar claras las consignas de esta caravana. En el mismo estilo que en manifestaciones anteriores, la gente que se encontraba a su paso una concentrada marcha que pugnaba por el fin de la guerra contra las drogas en México, abría los ojos con sorpresa pero no con rechazo, con asombro y no con indiferencia. Algunos se unieron con carteles improvisados o simplemente con el grito suyo que se perdía entre los gritos de los mexicanos que conducían la caminata. Esta fue la bienvenida de la caravana a New York: una noche cálida que contenía el recorrido de las personas a través del barrio de Harlem hasta llegar a una iglesia en la que sólo los nombre de los muertos y desaparecidos darían la pauta a este acto.

Un rosario de nombres van cubriendo los rostros de quienes, en las afueras de la iglesia Santa Catalina, alzan la voz para mantener la dignidad e intentar cumplir las demandas que los traen hasta aquí.

El el vientre de la bestia financiera

Me parece que en su estancia en la ciudad de los rascacielos, la caravana tuvo como acto central una protesta en contra del lavado de dinero que, por lo menos abiertamente, ha hecho el corporativo HSBC. Precedidos por una larga conferencia de prensa en el City Hall donde Javier Sicilia trató de resumir lo que pensaba respecto a la poca recepción que ha tenido la caravana en los niveles de gobierno estadounidense: «una majadería que nos nieguen la palabra», la protesta se desarrolló en una sucursal cercana del banco. La idea central, en su origen, era dejar en las cajas y en los escritorios de los ejecutivos de cuenta un montón de dólares manchados de una tinta roja que simulara sangre y sellados por la leyenda «Blood Money«. Se decidió que dos de las víctimas entraran acompañadas de algunos fotógrafos y que de manera discreta comenzara la operación. Lo que realmente pasó se salió de los cauces pero no perdió el objetivo de dejar este dinero «ensangrentado» y tener la mayor atención posible. Teniendo en cuenta que esta ciudad es inmensa hacia adentro y que cualquier acto pasa desapercibido por la densidad de vida y concreto, la acción logró aglutinar a despistados e interesados, a la policía local y a algunos funcionarios del propio banco, lo que significa un relativo éxito de la acción. Un grito en medio del desierto.

Tal vez esta parada de la caravana habría podido ser más larga, tal vez se hubiera podido pensar en encuentros con habitantes de los barrios de las distintas nacionalidades latinoamericanas que habitan Brooklyn o Queens, tal vez menos escalas como las de Toledo, Ohio y más tiempo a las ciudades que nos rebasan por su magnitud. Pero el hubiera no existe, a diferencia del tiempo que iba consumiendo los últimos días del periplo de víctimas y periodistas a lo largo del territorio estadounidense.

Y sin embargo si hubo tiempo para recibir una donación de ropa de segunda mano, hasta este momento desconozco quién fue la beneficiosa persona que se compadeció de esta caravana y se atrevió a donar esa ropa con olor a humedad que yacía en unas mesas, justo a la mitad del sótano de la iglesia y centro comunitario que nos recibió en el Brooklyn. Hubo tiempo para ver cómo en lugar de ser recibidos por el alcalde de la ciudad la oportunidad de llevarse una chamarra de cuero con tiras colgando, o unos zapatos casi rotos, o unas camisetas con dibujos que a nadie le importaban, simplemente eran gratis, como la lástima y la compasión, gratis como el desprecio y como el trato de ciudadanos de segunda categoría, gratis como la indiferencia del gobierno estadounidense mientras se prepara a renovar el gobierno federal y nosotros nos preparamos para levantar los 88,000 nombres de asesinados por esta guerra contra las drogas. De vez en cuando hay tiempo para recibir limosnas y otras para entablar un diálogo equitativo en el que sea la palabra la que se convierta en el salvoconducto para poner llevar a cabo acciones contundentes. Mientras tanto nos dirigimos a la recta final del periplo y un tufillo a ropa vieja se cuela en los autobuses.

Fuente: http://otramerica.com/radar/caravana-la-paz-nueva-york-desprecio-dignidad/2417