La película que dirigió Paula de Luque (exhibida en unos 100 cines de todo el país, en lo que es una verdadera «política de Estado» para promocionarla ofensivamente -ya que las películas argentinas generalmente carecen de salas o van a pocas; tienen meses o años de espera para poder ser estrenadas, etc.-), desde lo fílmico […]
La película que dirigió Paula de Luque (exhibida en unos 100 cines de todo el país, en lo que es una verdadera «política de Estado» para promocionarla ofensivamente -ya que las películas argentinas generalmente carecen de salas o van a pocas; tienen meses o años de espera para poder ser estrenadas, etc.-), desde lo fílmico «propiamente dicho», no está nada lograda: es ampulosa, «exagerada», errática; posee una extraña mezcla de imágenes: testimoniales, de archivo periodístico y familiares, que intentan articularse con algunos recursos «poéticos» (la imagen de las rutas del «desértico» sur; flores ante el sol; panaderos digitales que llueven desde el cielo a caras sonrientes), junto a la música de Gustavo Santaolalla. De conjunto, no hay nada «jugado» ni creativo.
Desde el punto de vista documental, la película tampoco cumple «las reglas mínimas» del género: es imposible acceder a lo que sería la biografía de Néstor Kirchner: hay ominosos saltos históricos, y así, nada se puede saber respecto a qué hizo el ex gobernador de Santa Cruz durante la dictadura militar (hay una breve referencia de «se fueron al sur»), ni durante la década menemista, por poner dos (nada desdeñables) ejemplos. Apenas hay anécdotas familiares por parte de la madre y hermanas de NK, la madre de Cristina Fernández y Máximo Kirchner; algún breve testimonio como el de José Luis Gioja, además de la voz en off de varios personajes de la política y la cultura argentinas. En todo el film hay ausencia de fechas e indicación alguna de quiénes son las personas que aparecen o hablan.
Néstor Kirchner, la película tiene un único objetivo: presentar a NK como un «salvador», como un «hombre providencial» que habría llegado para, como reza el epígrafe que acompaña los afiches de promoción, «transformar la Argentina». Así, el espectador se encuentra con un relato que combina imágenes de los combates callejeros (y la feroz represión, con muertos) en diciembre de 2001, la seguidilla de presidentes del PJ tras la renuncia de De la Rúa, y, finalmente, la asunción de NK en mayo de 2003. Obviando cualquier mínima honestidad histórica (y política), la película de De Luque -que fue producida por dos militantes kirchneristas, el «Chino» Navarro y Jorge «Topo» Devoto, y que contó con la colaboración de Carlos Polimeni y el filósofo de Carta Abierta, Ricardo Forster- presenta a NK como un joven «setentista» devenido en atento receptor de los reclamos y necesidades populares. Y para ello se muestran algunas escenas, harto conocidas (por repetidas), del «relato kirchnerista»: el discurso de asunción de la presidencia respecto a sus «convicciones», la bajada del cuadro de Videla, el discurso de entrega de la ESMA a organismos de DDHH, las peleas con sus ex-socios del Grupo Clarín y las patronales rurales en 2008; todo sazonado con la «informalidad de estilo» de NK, los festejos del Bicentenario y algunos testimonios de «plegarias escuchadas» a grandes y chicos. De conjunto, la película intenta demostrar que las grandes luchas de los setenta, derrotadas por la dictadura militar, así como los reclamos de 2001 (luego de varios lustros de neoliberalismo) tendrían alguna clase de «solución» en el programa de gobierno del kirchnerismo.
También se rememora la Cumbre de las Américas de 2005, en Mar del Plata, donde el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, dijo que esa instancia de diplomacia burguesa era «la tumba del ALCA». (Y, en verdad, no era una gran audacia criticar a Estados Unidos y sus planes, por entonces -al igual que ahora- desprestigiados y en crisis: con crisis militar en Medio Oriente: Irak, Afganistán, etc.; con crisis económicas, y con un creciente odio de masas en gran parte del mundo, desgastada su hegemonía mundial…)
En realidad, para pensar si realmente el kirchnerismo representó (y representa) algún cambio cualitativo (o «de época») respecto al neoliberalismo, alcanza con señalar -además de todos los personajes de la llamada «vieja política» que allí aparecen, sobreviviendo al 2001… gracias al kirchnerismo: Alberto Fernández, Moyano, Scioli-, cómo ilustra la película lo que es el «país en serio» de NK, con la subordinación a los acreedores externos, representantes del capital financiero internacional. A ellos (al 93% que aceptó la renegociación para que Argentina saliera del default) se les pagó, puntualmente, entre 2003 y 2012, 52.000 millones de dólares, sólo en concepto de intereses. Extraña medida económica que la película (y el kirchnerismo) presenta(n) como «un acto de soberanía». Hablamos de una deuda que, tras la «quita» de la renegociación en 2005, de 126.000 millones de dólares pasó hoy a… 183.000 millones.
Por otra parte, muchos de estos «patriotas», la plana mayor del gobierno nacional y diversos «jefes» provinciales, estuvieron en el pre-estreno en el Luna Park, y desarrollaron una serie de maniobras, exigiendo que los funcionarios vayan con sus familias a los cines; comprando y/o regalando entradas a diestra y siniestra; poniendo una cantidad exorbitante de salas, para tratar de inflar «artificialmente» la cantidad de espectadores… al parecer, con escaso éxito.
Para finalizar. La película tiene el tupé de poner hacia el final la imagen de las vías de un tren, mientras la voz de un noticiero dice que hubo un «enfrentamiento entre bandas sindicales» y aparece ¡apenas una fracción de segundo! la imagen de Mariano Ferreyra, joven militante del PO asesinado. Sin más, se pasa a las imágenes de la muerte de NK, de simpatizantes ofrendando carteles y flores en la Casa Rosada, etc. Nada más cínico que esta burda amalgama, que además de dar lugar a toda clase de interpretaciones (y/o equívocos) omite olímpicamente que este mismo gobierno kirchnerista tiene responsables directos en el crimen de Mariano: desde Aníbal Fernández, jefe en ese entonces de la Policía Federal que dejó «zona liberada» para que actuara la patota de la burocracia sindical contra los ferroviarios en lucha, hasta el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, quien a semanas del crimen charlaba amistosamente por teléfono con José Pedraza, kirchnerista y «capo» de la burocracia de la Unión Ferroviaria.
Hablamos, en definitiva, de una gran operación política: intentar recubrir a un gobierno (y a un Estado) burgués, 100% capitalista, con un montaje de imágenes, para disfrazarlo de lo que no es: de «transformador».
Más que «cine militante», la película de De Luque es, en definitiva, mera (y burda) propaganda.
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