Lo que vive Bolivia es un momento culminante de su crisis estatal caracterizada por una extrema polarización social. Carlos D. Mesa con la puesta en escena de su «renuncia» termina de echar por la borda la oportunidad de pasar a la historia como el hombre de transición de una triste etapa histórica a otra de […]
Lo que vive Bolivia es un momento culminante de su crisis estatal caracterizada por una extrema polarización social. Carlos D. Mesa con la puesta en escena de su «renuncia» termina de echar por la borda la oportunidad de pasar a la historia como el hombre de transición de una triste etapa histórica a otra de esperanza, se ha convertido, para decirlo diplomáticamente, en un retórico astuto pero peligroso.
El Pacto Social de gobernabilidad que el parlamento boliviano acaba de suscribir con el presidente es un intento de reflotar la vieja política pactista que caracterizó la aplicación del modelo neoliberal y que sirvió de sostén a los gobiernos a partir de 1985. Este instrumento político fue el que permitió medidas económicas tales como el 21060, la Capitalización, la Ley de Hidrocarburos y los vigentes contratos petroleros, medidas funestas todas, entre muchas otras.
Hay una importante diferencia entre esos pactos y el que se acaba de suscribir. Los primeros se caracterizaron por representar un periodo de hegemonía política e ideológica en un clima de profundos cambios al nivel nacional e internacional, una experiencia para Bolivia que, a decir de Perry Anderson, fue equivalente funcional al trauma de la dictadura militar como mecanismo para inducir democráticamente y no coercitivamente a un pueblo a aceptar las más drásticas medidas neoliberales. Pero las clases dominantes no se propusieron construir «equilibrios inestables» -en lenguaje gramcsiano- en el que los intereses de estas clases prevalezcan de modo tal que signifiquen concesiones a las clases subalternas, renunciaron implícitamente a ejercer una dirección moral y ética del conjunto nacional y sólo se abocaron a la dominación no exenta de violencia y coerción, se atacó a las organizaciones sociales y políticas del pueblo y los trabajadores capaces de servir de interlocutores para construir soluciones de compromiso.
El Pacto actual, a diferencia de los del periodo anterior, ha perdido el impulso y la confianza del neoliberalismo de los noventa y carece hoy de un bloque político hegemónico. Por otro lado, pese a los ataques las organizaciones sociales no fueron doblegadas, al punto tal que hoy se muestras renovadas y con novedosas formas de organización y de resistencia que de a poco se proponen reconstituir el tejido social fragmentado por el neoliberalismo.
La crisis de hegemonía que desnuda Octubre del 2003 dejó a las políticas pactistas como cáscaras vacías, desprovistas de contenido, herramienta inútil en el contexto de lucha y movilización social.
Cerca de un año y medio que Meza se hizo cargo de la presidencia para encaminar una solución a la crisis orgánica del Estado y su itinerario se ha caracterizado por su ambivalencia y, fundamentalmente, por una sistemática recurrencia a las promesas demagógicas: La Agenda de Octubre, el referéndum del gas, solo para señalar los hitos más importantes de sus engañosas promesas al pueblo y su inquebrantable fidelidad a las petroleras. Así como ha sido una constante la promesa demagógica, su sistemática capitulación a los intereses oligárquicos nativos de estos últimos tiempos ha tomado un giro muy peligroso. Un discurso virulento, en contra de los dirigentes de los movimientos sociales, lo único que logró es agrandar la brecha de la
polarización social, que no es un enfrentamiento entre campo y ciudad como se ha manifestado últimamente, tampoco entre una supuesta «nación camba» y otra «nación colla»; Mucho menos, la más sutil, pero al mismo descalificadora de: «sensatos y racionales» contra los que no lo son. Es evidente que existe una polarización, pero ésta es entre una mayoría pobre y una ínfima minoría rica. Entre quienes defienden la nación y los que defienden a las transnacionales.
El precio de la pírrica victoria que acaba de obtener el presidente Meza es el de cancelar un proyecto político propio, aquel que se esmeraba en construir con el autodenominado «bloque patriótico», un proyecto transversal tal como el que se ensaya en la Argentina, aunque probablemente sería tan inviable como los viejos pactos, aquellos que cometieron la infamia de regalar las empresas estatales y los recursos naturales a la voracidad imperialista.