En el posfacio a La idea de América Latina, el reconocido teórico decolonial, Walter Mignolo nos acusa a Hervé Do Alto y a mi de «imperialistas de izquierda» y de «intelectuales eurocéntricos» (esto último no es nuevo, es como un caballito de batalla muy usado en estos debates que parten de visiones a menudo binarias […]
En el posfacio a La idea de América Latina, el reconocido teórico decolonial, Walter Mignolo nos acusa a Hervé Do Alto y a mi de «imperialistas de izquierda» y de «intelectuales eurocéntricos» (esto último no es nuevo, es como un caballito de batalla muy usado en estos debates que parten de visiones a menudo binarias sobre modernidad/descolonización). ¿Pero por qué tales argumentos?
1. Porque en nuestro pequeño libro Evo Morales, de la coca al palacio, ponemos en igualdad de condiciones a las matrices ideológicas nacionalista, marxista e indianista en la constitución del MAS, y no le asignamos al indianismo una suerte de predominio ontológico frente a las demás; 2. porque en el subtítulo del libro hablamos de «una oportunidad para la izquierda indígena», es decir, subsumimos los potenciales decolonizadores en una categoría por demás etnocéntrica: la izquierda.
Con todo, ese análisis no partía de lo que nosotros queríamos que fuera (wishful thinking) sino de un intento de construir una sociología simple del MAS que diera cuenta de lo que el MAS realmente es; incluso hoy, al menos en mi caso pero creo que Hervé también, y así lo hice en mi último ensayo, ni siquiera pondría en igualdad a esas tres matrices: creo que el MAS es un partido predominantemente nacionalista, que pasa por un tamiz nacional-popular a las reivindicaciones indianistas que en verdad pondrían en juego la idea del estado-nación (esa configuración que causa urticaria a Raúl Prada). Y eso le da -no se puede no decir- capacidad de hegemonía nacional a su proyecto que si se debilitó no es porque sea «nacionalista» (el gasolinazo no tiene mucho de desarrolllista por si acaso).
Pero eso no es lo que yo «quiero», es una constatación para la cual hay decenas de evidencias empíricas. La historia del MAS -especialmente en sus orígenes chapareños cochabambinos- y sus vínculos con la vieja izquierda es muy clara, así como las redes y los espacios de sociabilidad, donde ex izquierdistas de clase media desde nuevas ONGs se articularon a dirigentes campesinos como Evo Morales, Alejo Véliz, Román Loayza, etc. Eso hace que antieurocéntricos que W. Mignolo respetaría como Simón Yampara diga, en EEUU, que el gobierno de Evo es stalinista, sin ningún amor por los matices ni las ponderaciones.
Que hubo un predominio del campo por sobre la ciudad, eso lo repetimos hasta el hartazgo siempre que hablamos del MAS. Y esa es la característica novedosa del nuevo nacionalismo. Pero reemplazar la observación (por no decir ya cierto trabajo etnográfico) por una serie de entrevistas a ideólogos conduce a menudo a resultados más optimistas y no menos superficiales en términos de ruptura pero menos realistas en términos de su diálogo la realidad (una realidad construida pero muy real para mucha gente, inclusive muchos subalternos). Y muchos de quienes fueron muy optimistas en sus comienzos hoy se volvieron críticos acérrimos sin matices del gobierno y del MAS.
Como señala el antropólogo Alejandro Grimson en su último libro (Los límites de la cultura, FCE, 2011), una perspectiva de estudios prosubalternos no debe implicar dejar decir lo que vemos, ni se deben elegir los conceptos analíticos sólo por consideraciones políticas tout court: el tránsito hacia políticas más democráticas, igualitarias y emancipatorias se hará a partir de la realidad, con el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la razón. Al final, y esto ya lo digo yo, no ayudamos mucho a los subalternos realmente existentes creyéndonos nosotros mismos nuestros propias construcciones optimistas acerca de sus potenciales de ruptura con la modernidad/colonialidad. críticas similares recibimos Hervé y yo cuando hablamos de la democracia corporativa al interior del MAS, un término «feo» a los efectos de ciertos académicos «comprometidos».
¿Un posfacio de ese posfacio que es de 2007 podría seguir sosteniendo que el indianismo subsume en el MAS -y el en gobierno- a las otras dos matrices? El relanzamiento de la batalla marítima, que más allá de sus resultados políticos, ha vuelto a unir a la nación contra el enemigo externo quizás nos de algunas pistas. Sin duda, hay que deconstruir el nacionalismo boliviano que ha subalternizado a los indígenas en pos de mayores posibilidades emancipatorias. Pero reconociendo que parte de las dificultades del plurinacionalismo es el poco entusiasmo que ese proyecto genera no sólo entre las élites «nacionalistas» del gobierno (que habría que discutir mejor quienes son esas facciones, y cuan «nacionalistas») sino entre los propios subalternos.