Existe una confusión generalizada en los análisis políticos que emanan desde diversos sectores autodefinidos como progresistas, quienes concentran su examen sobre la coyuntura, haciendo foco en una identificación absoluta entre gestión y proyecto político. Dicha operación analítica, intenta poner en pie de igualdad la sustancia, ideología, o lineamientos fundamentales de un proyecto político, con la […]
Existe una confusión generalizada en los análisis políticos que emanan desde diversos sectores autodefinidos como progresistas, quienes concentran su examen sobre la coyuntura, haciendo foco en una identificación absoluta entre gestión y proyecto político.
Dicha operación analítica, intenta poner en pie de igualdad la sustancia, ideología, o lineamientos fundamentales de un proyecto político, con la ejecución de las ideas, siempre distorsionada por la realidad y los actores en pugna.
Este reduccionismo, que busca confundir y minimizar la voluntad política de un proyecto que disputa con muchos de los factores de poder real en Argentina, se esperaría que emane de las usinas de las derechas, en una apuesta por la anti-política. Sin embargo, el argumento puede rastrearse, también, desde los diferentes afluentes del campo popular en sentido laxo.
La resistencia a poner en superficie la tensión existente entre los factores del poder real con la sociedad política, entendida ésta, como sistema de representaciones políticas, y con la sociedad civil, involucra necesariamente reconocer una profunda ignorancia, o la finalidad consciente de la búsqueda de un intersticio de acumulación política propia en el contexto de embate de las fuerzas de la restauración conservadora y anti-populares.
Por lo tanto, hemos de exigir, como militantes populares que somos, que se pondere una sólida descripción del proceso histórico político que discurre, restringiendo el abuso de la adjetivación. Así, en dicho marco de contextualización histórico, hacerle honor a una ontología de las izquierdas.
Situando el debate amplio y madura sobre este piso argumentativo, continuar sosteniendo desde algunos sectores progresistas, que el poder se condensa en el Estado, para luego avanzar displicentemente sobre una caracterización que instituye al gobierno nacional como una entelequia totalitaria, es una operación que no puede ser sostenida desde ninguna perspectiva.
En ese sentido, ya no puede desconocerse el desarrollo exponencial en la transferencias de funciones política desde el Estado y la sociedad política a la sociedad civil. La discusión en torno a este fenómeno que se replica en sociedades con alto desarrollo y profunda densidad de sociedades civiles, es el punta pie inicial y necesario para una visión superadora que diagnostique acertadamente nuestro actual proceso político.
Nuestra sociedad civil, pública y privada, ha generado tal grado de desarrollo que comienza a instituirse de forma independiente respecto de la estructura económica, como usina generadora de sentido común. No visualizar que esa operación ha quedado en gran medida en manos de sectores privados, que a su vez consolidan posiciones de poder real, imposibilita el despliegue de políticas efectivas en beneficio de las grandes mayorías.
Recapitulando, y simplificando el argumento; Estos mismos sectores progresistas que apuntan, a través de críticas que ponen el acento en la gestión, invisibilizado la disputa estructural que existe, podría sostenerse que buscan socavar legitimación al proyecto nacional y popular.
Indudablemente existe un hilo conductor, con aquellos actores políticos que reiteran como si hablasen para una tribuna enardecida que, el poder político/gobierno, ha sumado demasiado poder, tornándose tan hegemónico que atenta contra la estructura misma de la democracia.
Pero lo sustancial de esta práctica política, reside en que el progresismo y las trincheras de una mal llamada política de izquierda, no perciben que hipotecan su misma condición de posibilidad con la destrucción de los sujetos políticos que impulsan el actual proceso. Obturado seriamente este proceso, desplazados los sujetos políticos que interactúan de forma tensa, pero que han identificado al enemigo principal, desarticulada la táctica de alianzas que sostiene la posibilidad de disputar la conducción de los destinos del país contra los actores principalísimos de la política real, efectuada, y consumada toda esta operación, es indudable que el campo de sentido común que dejará dicha situación ha de negarlos ontológicamente. Por consiguiente, en esa dirección, solo quedará tierra arrasada que no permitirá el despliegue de las «nueva políticas progresistas».
Exige el desarrollo del argumento marcar que, tampoco consiste esta visión en mantener una posición pasiva, o de retracción de posiciones políticas que se insinúan superadoras; sino de aportarlas para una real superación del actual proceso. Críticas que se deslicen sobre la lógica de construcción de los sujetos políticos son bienvenidas, el aporte de una arquitectura discursiva que permita agudizar un sentido común más social son fundamentales. Pero, los maximalismo políticos más propios de una lógica que se instituye como redentora, necesariamente al contener todas las respuestas expulsan la posibilidad de construcción y de convocatoria a las grandes masas de argentinos.
Por estos días, ningún cuadro político del campo popular puede sustentar sus posiciones políticas recurriendo a los nombres propios, puesto que en momentos en que las instituciones de representación política continúan su lento proceso de reconstrucción, los nombres en sí, no necesariamente pueden dar cuenta de cuales son las políticas que cada sector de intereses impulsa, defiende o representa. He ahí el desafío.
Mariano Massaro. Abogado, Dirigente Sindical.
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