Después de la batalla en las elecciones del 7 de junio, el panorama en México es el siguiente: un 55 por ciento de abstención que convierte al «partido» de los no votantes (sea por repudio o por desinterés) en el grupo, de lejos, mayoritario. Además, casi un 5,5 por ciento de los votantes que eligieron […]
Después de la batalla en las elecciones del 7 de junio, el panorama en México es el siguiente: un 55 por ciento de abstención que convierte al «partido» de los no votantes (sea por repudio o por desinterés) en el grupo, de lejos, mayoritario. Además, casi un 5,5 por ciento de los votantes que eligieron conscientemente anular su voto junto con los votos en blanco representan algo menos del 10 por ciento del 45 por ciento que votó, o sea, cerca de un 4 por ciento del padrón electoral, y esa cifra se suma al 55 por ciento de los abstencionistas llevando el total de los no votos de protesta a casi el 60 por ciento (es decir, 6 de cada 10 mexicanos).
Los porcentajes que obtuvieron los partidos participantes en la farsa electoral deben ser calculados a la luz de estas cifras porque están abultados debido a la bajísima cantidad de votantes de modo que el 30 por ciento priísta representa en realidad el 30 por ciento pero del 40 por ciento que votó, o sea, un 13 por ciento del total de los ciudadanos con derecho a voto y el 11 por ciento del PRD sería el 11 por ciento de ese 40 por ciento, es decir, un poco más del 4,5 por ciento.
De las urnas surge con evidencia un sistema repudiado, minoritario, ilegítimo que, pese al fraude, a la compra de votos, a las campañas de sus medios de intoxicación cultural, al terrorismo de Estado y a la militarización, no pudo impedir ni el boicot en zonas importantes de Guerrero, Oaxaca, Chiapas, ni el bofetón de los votos nulos y en blanco cuyo número supera a la mayoría de los pequeños partidos participantes en la maniobra electoral.
Hay que agregar a estos resultados que los votos logrados por MORENA son votos contra el PRI y sus paleros y, una parte de ellos, votos contra el sistema de quienes o no tenían en su región otro modo de organizarse y expresarse o creían que un forma de combatir disputar posiciones en las instituciones también en este turno electoral (que estuvo marcado por las desapariciones en Ayotzinapa y la militarización del país).
El país real ve hoy esa orfandad y también la ven quienes, en otros países, deben medir la situación real en México. El Estado mexicano aparece claramente como un semiEstado, que no tiene «el monopolio de la violencia legítima» ni el de las armas, no controla partes importantes del territorio, y es gobernado por una camarilla oligárquica que carece de consenso.
Los niveles de conciencia, de moral combatiente y de organización de los sindicatos combativos y de los grupos populares opuestos a la farsa electoral no tienen precedentes y, con los resultados electorales, aumentarán y darán la base a nuevas movilizaciones aún más masivas y con gran apoyo popular.
Todos los partidos participantes en las elecciones fraudulentas perdieron votos y el PRI ni siquiera puede gobernar solo sino que deberá recurrir a sus marionetas «verdes» del PVEM o de Alianza, además de hacer acuerdos con el PAN y el PRD, que sigue sobreviviendo a duras penas, pero herido de muerte porque MORENA avanza a costa suyo.
La dirección de MORENA, ante la conquista de bancas en el Parlamento y de posiciones institucionales a costa y en reemplazo del PRD, cantará victoria y justificará su línea electoralista simulando ignorar que el porcentaje de los votantes es mucho menor que el porcentaje de quienes tienen derecho al voto y que, por lo tanto, MORENA es mucho más minoritario de lo que fue el PRD.
Es difícil, por lo tanto, que MORENA cambie su línea orientada desde hace años a la conquista electoral y utópica de la presidencia en 2018 porque el verticalismo de su estructura caudillista «blinda» el conservadurismo político de ese partido. Pero, en el seno del mismo es de esperar que muchos militantes honestos y combativos analicen no sólo los resultados de esta elección -que no sólo marcan el aislamiento del gobierno sino también de todos los que le hacen el juego- y busquen orientar a su partido hacia las luchas sociales y no sólo hacia las elecciones presidenciales porque en éstas, como en 1988, en el 2006 o en el 2012, el fraude organizado es algo seguro.
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