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Una cenicienta en La Haya

Fuentes: Rebelión

La oligarquía boliviana, muñeco de ventrílocuo, repite en coro el discurso de la oligarquía chilena: «en La Haya no van a conseguir nada», mejor no hagamos nada. Durante toda la historia de Bolivia, esa ha sido su distinción de casta, de clase parásita y ensimismada. Considera que cualquier tipo de trabajo, es un deshonor. Eternamente […]

La oligarquía boliviana, muñeco de ventrílocuo, repite en coro el discurso de la oligarquía chilena: «en La Haya no van a conseguir nada», mejor no hagamos nada.

Durante toda la historia de Bolivia, esa ha sido su distinción de casta, de clase parásita y ensimismada. Considera que cualquier tipo de trabajo, es un deshonor.

Eternamente somnolientos por un poderoso cannabis que les adormece el entendimiento, van por los medios de comunicación, anunciando la llegada definitiva del pasado.

Mientras el pueblo remienda una bandera azul y en La Haya, Chile y Bolivia, disputan un nuevo round, por la posesión de la verdad histórica, ellos, los del ocio creativo, defienden con pantuflas y con el cuerpo desparramado sobre el sofá: el ocio a secas.

El 12 de noviembre de 1970, nueve días después de asumir la presidencia, Salvador Allende, anuncia que «Chile tiene una centenaria deuda con Bolivia, estamos dispuestos a emprender una solución histórica. Bolivia retornará al Pacífico».

Pero no solo fue la figura extraordinaria del presidente socialista, a quien le preocupaba resolver temas pendientes con Bolivia. En veinte oportunidades más, gobernantes de todas las corrientes políticas de Chile, incluyendo al dictador Augusto Pinochet, ofrecieron a Bolivia una salida al mar.

El 23 de marzo de 2011, como otras tantas veces, Evo Morales, toma una decisión que comprometerá todo el capital político que ha construido a fuerza de luchas, persecuciones y cárceles: anuncia que llevará la demanda marítima, a la Corte Internacional de Justicia de la Haya.

Si la Corte se expide a favor de Chile, sin importar los aciertos económicos, políticos o sociales, el país entero pedirá que le traigan en una bandeja ensangrentada, la cabeza de Evo.

Por supuesto la oposición boliviana, desde la fundación de Bolivia a nuestros días, apuesta a que Bolivia pierda. Por lo que la hábil y experimentada diplomacia chilena, es la esperanza de la oligarquía boliviana.

El 20 de enero de 1839, 40 años antes de la Guerra del Pacífico, sucedió un episodio insólito que es retrato fiel de los gobernantes bolivianos. El auto nombrado presidente, José Miguel de Velasco, al enterarse de la derrota de Bolivia, frente al ejército de Chile: felicita al General chileno Manuel Bulnes, por haber derrotado al ejército boliviano.

Esta historia se repetirá una y otra vez, una y otra vez, hasta llegar al año 2018.

Ya en nuestros días, la oligarquía boliviana vuelve a mostrar la faceta brutal que la caracteriza; Contrata a mercenarios húngaros, croatas, uruguayos, argentinos y brasileños, para crear la república de La Media Luna. Prefieren dividir en dos partes el país, a consentir que un indígena «pata rajada gobierne Palacio Quemado».

Marx ha escrito que la guerra no ocurre entre países, sino entre productos brutos. Sin embargo, a la Guerra del Pacífico se sumó además, la indignidad de las castas.

Tres meses después de iniciada la Guerra del Pacífico, Bolivia por fin logra organizar y equipar a un regimiento, y lo envía presuroso a la costa, sin embargo, este destacamento se extravía ocho meses en el desierto. Por esta razón, fueron llamados, el batallón de los israelitas o el batallón de los errantes. Este ejército, a las órdenes del General Narciso Campero, se esfuerza pero no consigue llegar a Tacna.

Los israelitas vagan ocho meses por la cordillera del sur, sin poder encontrar la tierra prometida ni ninguna otra tierra, ni nada parecido y en ese trajín, se les va la vida.

Los oficiales de Campero, igualmente hebreos, ¿no se dieron cuenta que Narciso no tenía la más mínima idea de por dónde se llega al honor? ¿Qué hicieron militares profesionales escondidos bajo el catre? ¿Quién pagó ocho meses de alimentación de los israelitas extraviados? ¿Quién pagó las latas de alcohol y las botellas de whiskies, que tuvieron que tomarse, porque se les caía la cara de espanto?

La guerra no es buena para los negocios, los empresarios bolivianos quieren la paz, necesitan la paz. Aniceto Arce y Gregorio Pacheco, pagan los viáticos de los israelitas, les urge que Bolivia se hunda lo más pronto posible.

Los primeros días de 1880, el ejército hebreo, después de cruzar el más negro de los episodios del conflicto, por fin llega al mar, pero justo Bolivia se retira de la Guerra.

La oligarquía recompensa al General de los israelitas, convirtiéndolo en presidente del país, al que acaba de traicionar. A su vez Narciso Campero, designa vicepresidente al empresario minero Aniceto Arce, el mismo que pagó las jaranas y las fritangas de 8 meses de regocijo.

En una emboscada sórdida, la oligarquía boliviana pacta con el enemigo. En vano El Corneta Mamani, pide refuerzos y a pesar de haber escuchado la orden de tocar retirada, continuó tocando avanzar a degüello. Y continúo tocando, cuando ya tenía varias horas de muerto y cuando ya sólo se oían las olas del mar que Mamani no quiso perder.

Por supuesto, en todas las facetas de la historia de Bolivia, se expresan la nación y la anti nación, pero en ningún pasaje, de manera más nítida y brutal que en la contienda del pacífico.

La derrota de Bolivia, no fue una casualidad, tampoco fue una operación secreta; Cincuenta años antes de que ocurra, Chile le había declarado la guerra a Bolivia y sobran antecedentes que corroboran aquello.

Salvo algunas excepciones, las clases gobernantes, no quisieron oír, no quisieron ver.

Mucho antes de que Francis Fukuyama, anunciase la muerte de la historia, la apresurada oligarquía boliviana, había dado la primicia local, «Bolivia se nos muere» dijeron con sorna, se sacaron el sombrero y se dieron unos a otros, los pésames con entusiasmo y alegría.

Para que el país se salve de una muerte inminente, pusieron en remate 150 empresas públicas, de aquel festín Bolivia no se recuperaría ni nunca. Con sus ojos claros y sus manitas limpias, le robaron a un país que caminaba harapiento por el continente.

Y cuando todavía se escuchaban los petardos del nacimiento del siglo XXI, un decreto inaudito, regresa a Bolivia a la edad media.

«Como por la gracia de Dios y de la Santísima Trinidad, nos gobierna con rectitud el señor feudal y como todo lo que hay en la tierra, en los mares y en el aire, son de propiedad exclusiva de nuestro señor: Bajo pena de muerte, queda absolutamente prohibido almacenar el agua de la lluvia». Pues el agua que cae del cielo, no le pertenece a la Madre Tierra, tampoco a Dios, sino a la transnacional norteamericana, Bechtel-Aguas del Tunari.

La Ley 2029, autoriza a la Bechtel, «cobrar a los vecinos (vasallos) por el uso del agua del rio e incluso si recogen agua de lluvia», deben pagar y si los súbditos no pagan, la empresa queda autorizada a confiscar sus casas.

Pero lo que ahora les quita el sueño, es «este paisano perezoso que nunca tuvo ni tendrá alma», la credibilidad de este plebeyo que ha pisoteado, delante de los medios de comunicación, todos los paradigmas construidos durante 500 años.

Por eso les urge que Bolivia pierda en La Haya, necesitan la derrota para regresarnos a la impotencia.

Sin embargo, La Haya, ha comenzado a escudriñar en la historia de 130 años, de una oligarquía mitómana y cleptómana.

Quizá por eso, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó al día 24 de marzo, como Día Internacional del Derecho a la verdad.

Y como la historia la escriben los que ganan; en septiembre de 2015, la Corte Internacional de La Haya, declaró que: «Bolivia nació con salida al mar».

Por eso es importante, haber confrontado a chile con su historia de pirata, porque también permitirá a los pueblos reescribir su historia de «naciones clandestinas».

El pueblo construye rascacielos pero vive en pocilgas; muere destripado en las guerras, pero los escribidores de la historia, le endilgan las derrotas.

Con humildad, pero también en beligerancia, asomamos nuestra verdad al mundo, porque creemos que «las estirpes condenadas a cien años de soledad» tienen derecho a una segunda oportunidad sobre la tierra.

Porque el pueblo necesita creer que los pueblos pueden: porque así es.

Y porque «A ningún país le es tan preciada la costa como al nuestro, para unos es riqueza y poder, para otros es un girón de tierra, para nosotros es un girón del alma, pero como el mar ha dejado de estar delante de nosotros, ahora está dentro de nosotros».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.