El complejo entramado de la coyuntura dificulta notoriamente percibir los movimientos que tiene lugar en la estructural del proceso político actual. Sumado a esto, existe una tendencia creciente a desarticular efectos y fenómenos que aparecen en superficie, impidiendo construir un cuadro de escena con capacidad explicativa. Las causas que impulsan esta balcanización de los hechos […]
El complejo entramado de la coyuntura dificulta notoriamente percibir los movimientos que tiene lugar en la estructural del proceso político actual. Sumado a esto, existe una tendencia creciente a desarticular efectos y fenómenos que aparecen en superficie, impidiendo construir un cuadro de escena con capacidad explicativa. Las causas que impulsan esta balcanización de los hechos políticos son múltiples, pero indiscutiblemente comprometen un diagnóstico que permita construir una agenda política con capacidad de respuestas en el mediano y largo plazo.
La recomposición del poder adquisitivo de los trabajadores registrados, no registrados y estatales, medido en la capacidad de compra real y no en la comparación interanual en U$S, es la fibra más sensible que debe cuidarse, como así también los niveles de empleo, por lo tanto el proceso paritario debe comenzar con premura, buscando reparar el deterioro sufrido. El proceso de paritarias libres de los últimos años es el centro de las tensiones entre el capital concentrado, el Estado y los trabajadores, atento que allí cristalizó un proceso ofensivo sobre la concentración del capital; dicho en otros términos los asalariados elevaron, a través de este mecanismo, su participación en el PBI, con la consecuente disminución respecto del capital. La paritaria fue solo un instrumento, a través del cual operó el proceso política para facilitar el redireccionamiento de parte de la riqueza. Las razones habrá que buscarlas en la política, es decir, en la correlación de fuerza lograda por el movimiento obrero, en la intervención del Estado, en el dejar hacer en un principio por parte del empresariado buscando consolidar un mercado interno, el cual terminó resultando más grande que la capacidad instalada, forzando a la reinvención de utilidades a la que no son muy afectos, entre otras razones.
Como dirigente gremial -judiciales- planteaba la urgente necesidad de recomponer salario para los trabajadores, vía las negociaciones por sector. Cada sindicato discutiendo su paritaria. Pero la responsabilidad de los cuadros de conducción del movimiento obrero, no pueden agotar su accionar político en la mera disputa salarial, complementariamente les asisten la responsabilidad ineludible de contribuir con acciones concretas a frenar la feroz apropiación del capital concentrado vía precios, atento que cualquier recomposición se verá licuada de no poner coto a la ambición desmedida de los formadores de precios.
Las diferencias políticas que atraviesa al movimiento obrero organizado no pueden estar por encima de la necesidad de «unidad de acción» frente a la embestida de los sectores con posición dominante en el mercado. Unidad de acción dirigida a medidas directas contra estos sectores. Esta instancia de no lograr coordinar con un Estado regulador, debe actuar autónomamente. Aquí se juegan las perspectivas de desarrollo de los trabajadores y, también la subsistencia de puestos de trabajos, atento que la erosión de salarios implican menos consumo, por consiguiente menor necesidad de producir, ergo despidos. Ellos quieren «enfriar la economía» para no tener que reinvertir, los trabajadores o actuamos coordinadamente o somos cómplices por omisión de esa conducta del capital. Para ser más preciso, la defensa concreta de los intereses de los trabajadores requiere en esta instancia realizar medidas puntuales que increpen por un lado a las empresas oligopólicas cartelizadas que son industrias madres, por otro presionar políticamente a las que tienen una situación dominante en el mercado y forman precio, así como a las que son neurálgicas en el proceso de comercialización; denunciándolas con nombre propio, movilizando a sus oficinas, convocando a boicotearlas comercialmente. Es decir, construir una ofensiva importante contra los empresarios formadores de precios y contra las multinacionales agroexportadoras que acopian y secan la plaza de divisas. Allí se defiende el salario, no comprender esto es conducir a los trabajadores con una ceguera supina.
El capital, es decir, los agroexportadores, los bancos, los industriales llevan en su ADN la búsqueda de la mayor rentabilidad posible. El término «posible» delimita en parte una racionalidad que permita su reproducción, y hasta allí presionan. Un Estado interventor en la economía es un dique de contención, en ocasiones, a esa voracidad, pero no pone en tela de juicio la reproducción del capital; dichos límites deben encontrarse en el proceso político contemplado en forma global, en el armado del bloque dominante. Dicho esto, el eje central de las tensiones políticas y económicas que se perciben, está directamente relacionado con el proceso de puja distributiva entre capital y trabajo. En la actualidad asistimos a una ofensiva del capital por recuperar porcentajes perdidos a favor de los trabajadores. La búsqueda de apropiación de ganancias, históricamente se dio de dos formas: una, la incorporación de grandes masas de trabajadores al consumo, ampliando el mercado interno, lo cual conlleva, naturalmente, mayor demanda, que debe ser asistida por mayor oferta, de lo contrario en la lógica del mercado implica aumento de precios. Aquí el empresariado gana dinero no vía precio, sino a mediano plazo a través del aumento del volumen de ventas. Esta alternativa implica el aumento de los puestos de trabajo que fuerza al mercado a producir más para lo cual incorpora mayor mano de obra. Existiendo un ejercito de reserva acotado, pese al 35% de precarización laboral, y con sindicatos fuertes, los salarios aumentan, incluso por encima de los deseos del empresariado. La otra alternativa para capturar ganancias es vía el aumento de precios frente a la liquidez, mayor volumen de dinero en mano de los trabajadores. Como existe mayor demanda y la oferta no es equivalente, los productos se vuelven más preciados, es decir, más caros.
La primera requiere de una serie de acciones que aseguren la creación y sostenimiento de un mercado interno por parte del Estado, lo cual se cumplió, y un aumento de la inversión privada para hacer frente al aumento de la demanda, lo cual no se cumplió. Por el contrario, todas las industrias beneficiadas por el incremento del consumo, en vez de reinvertir fortaleciendo la oferta, fugaron capitales entrando en el juego de la especulación financiera, colaborando con la estrangulación del flujo de divisas.
La segunda, es la forma en la cual el capital está recomponiendo ganancias. Es salvaje y excede a los instrumentos con que cuenta el Estado, por eso la urgente necesidad de que aparezca en escena la clase trabajadora en unidad de acción.
Hoy, la puja distributiva está atravesada por una estrategia del capital de capturar liquidez vía aumento de precios, lo cual pueden hacer por la existencia de monopolios y oligopolios con cartelizaciones en diversas industrias, y también, por que el Estado no cuenta con instrumentos sofisticados para desarticular dicho escenario. Esa puja distributiva es lo que conocemos como «proceso inflacionario». Indudablemente el franco proceso inflacionario de Argentina es poli causal, pero la puja es elemento central.
Todo lo antedicho no es novedoso; diría que es la información básica para cualquier análisis mas o menos serio. Pero quizá resulte inusual comenzar a incorporar a la discusión política de los trabajadores, otro elemento central, como las divisas. No para discutir la forma de acceso a su atesoramiento o la fetichización que profesan algunos sectores asalariados, sino para comprender y accionar en la defensa del valor del peso. Hay que romper con la concepción estanca de un gremialista netamente reivindicativa para ingresar en un discusión política más amplia. Por ello enumero algunas cuestiones fácticas que creo necesario recordar: Los U$S son una mercancía que no se produce en el país; Su stock es finito; si se restringe su flujo se encarece, en consecuencia se devalúa el peso; desde que comenzó el proceso de sustitución de importaciones pos 2001, la agroindustria superavitaria subsidia a la industria en términos de divisas; las divisas son estratégicas para gambetear un país solo de matriz agroexportadora. La fuga de divisas se incrementó en los últimos 4 años, atacando al peso y forzando a la pérdida de reservas del Central. Producto del default 2002, se castigó a la Argentina cobrándole tasas usurarias para acceder a préstamos internacionales.
Por todo ello, siendo las divisas un elementos decisivo y estratégico para la defensa de los puestos de trabajo por lo expuesto anteriormente, su defensa no puede solo recaer en el Banco Central, o las diversas estrategias puesta en marcha por el Estado para atender este escenario. Su defensa no puede quedar acotada a los actores que disputan la ejecución o no de políticas económicas. Comienza a ser un tema estratégico del movimiento obrero, eminentemente político, y su discusión o dicho de otra forma, la defensa del Peso, una tarea política de las conducciones obreras.
Pese a lo expuesto, tengo la sensación de que no se percibe lo que está en juego. La toma soberana de decisiones de política económica está en discusión, atento que el «mercado» -los grupos concentrado de la economía- han logrado tal capacidad de extorsión que impiden que la política conduzca. Cuando ello ocurre, y estamos próximos, indudablemente la democracia comienza a desdibujarse. Deja de tener importancia a quien vote libremente el pueblo porque la correlación de fuerza del capital no deja al proceso democrático ejecutar sus políticas. Este fenómeno atraviesa a todos los partidos políticos y, más allá de la difusa representación de los trabajadores en los diversos partidos, los intereses de los asalariados serán embestidos. Por eso éste urgente llamado a todos los Sindicatos a la unidad de acción.
Siendo la industrialización del país un proceso contra natura para muchos sectores económicos y sociales, desde que las élites porteñas abrazaron el librecambismo a mediados del siglo XIX, destruyendo a las manufacturas criollas, desde que el imperialismo internacional forjó una distribución internacional del trabajo, relegando a la periferia, como Argentina, solo al rol agroexportador, su consolidación es trabajosa. Lograr concretar este objetivo, es decir, consolidar un proceso industrial, sin desempleo y con salarios altos, es una tarea política que requiere el juego coordinado de todos los actores del campo popular, como también del Estado. La convocatoria a una alianza táctica de todos los sectores del trabajo, es la carta con la cual el capital concentrado no cuenta. No espera este movimiento ofensivo, he allí su eficacia.
El tiempo se acaba, hay que reaccionar con sigilo. Por ello, una vez más convoco a la unidad de acción de todos los Sindicatos para construir una ofensiva contra estos sectores económicos que depredan nuestra calidad de vida. Cada uno discutiendo su paritaria, producción, servicios y estatales, pero todos juntos contra los grupos concentrados de la economía.
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