Alejada de las cámaras de televisión y de las cámaras fotográficas, en el Periférico, a la altura de las calles Independencia, Hidalgo, Rayón y Arteaga, tuvo lugar otra batalla, cuyos protagonistas fueron, por un lado, tres nutridas hileras de elementos de la Policía Federal Preventiva, apoyados desde el aire por helicópteros; y del otro, un […]
Alejada de las cámaras de televisión y de las cámaras fotográficas, en el Periférico, a la altura de las calles Independencia, Hidalgo, Rayón y Arteaga, tuvo lugar otra batalla, cuyos protagonistas fueron, por un lado, tres nutridas hileras de elementos de la Policía Federal Preventiva, apoyados desde el aire por helicópteros; y del otro, un singular contingente integrado por niños, jóvenes, mujeres y ancianos, quienes con coraje y decisión inquebrantables, evitaron que Radio Universidad cayera en manos de la PFP.
Nadie que a eso de las diez de la mañana hubiera pasado por ese rumbo del Periférico, habría podido imaginarse, que un puñado de personas, que más bien parecían espectadores, creciera de manera desmesurada y no sólo se enfrentara a los soldados improvisados como policías federales, sino que los hiciera retroceder y abandonar precipitadamente el campo de batalla.
Y es que las familias de oaxaqueños que estaban escuchando Radio Universidad, no pudieron desentenderse de lo que estaba ocurriendo a unos cuantos metros de distancia. Aun cuando la voz de la conductora trataba de ser serena, hacía notar que la PFP estaba preparando el asalto a Radio Universidad y pedía a los oaxaqueños que no dejaran solos a los universitarios.
A partir de ese momento ya nadie pudo estar en paz. Aguijoneados por su conciencia, cientos de ellos, abandonaron sus casas y como pudieron llegaron a las inmediaciones del campus universitario. No pudieron avanzar más, porque las vallas formadas por la PFP se lo impedían. Entonces, en el Periférico, empezaron a ocurrir cosas insólitas.
El ejemplo de dos mujeres que desde su llegada se dieron a la tarea de golpear con piedras, un poste metálico de luz, fue imitado por los demás. El ruido, entonces, se hizo ensordecedor. Y como esperaban, los soldados embutidos en uniformes de policías, empezaron a sentirse inquietos, agredidos, mientras desde el aire los helicópteros lanzaron más bombas lacrimógenas.
Entonces, alguien de manera espontánea cantó a capela «Venceremos», el himno del magisterio y las gargantas que estaban alrededor hicieron un formidable eco. Luego, se escuchó la consigna:»El pueblo unido jamás será vencida», y entonces, algo inexplicable ocurrió.
Un viejo campesino, de huaraches y manos callosas, se metió al deshuesadero, que estaba a un costado y haciendo un esfuerzo sobrehumano, cargó un desvencijado carro y lo puso en la calle. Regresó al deshuesadero y sacó otro destartalado automóvil, mientras las manos le sangraban por el esfuerzo. Acto seguido, los incendió.
Las mujeres no se quedaron atrás. Entre todas, movieron dos camionetas nuevas, blancas, que estaban estacionadas y las atravesaron en el Periférico. Y también les prendieron fuego. Los elementos de la PFP fueron tras los manifestantes, en tanto, la tanqueta les disparaba un chorro de agua.
Los vecinos que viven a un costado del Periférico, observaban todo desde sus azoteas, sin embargo, los helicópteros que no cesaban de sobrevolar, les lanzaron bombas lacrimógenas, obligándolos a bajar a la carrera. La gente de abajo, repuestos de la carrera, se reorganizó y coreó:
-Somos un chingo y vamos a poder contra ellos.
Tanto las tanquetas como la policía continuaban avanzando. La gente, incluido los ancianos corrían, para no ser alcanzados por el agua turbia o el humo picante de las bombas lacrimógenas.
-Hay que movilizar las tanquetas- demandaban algunos jóvenes.
-No nos vamos a dejar. No nos vamos a dejar- coreaban por su parte las mujeres y ancianos.
Una señora de lo más humilde, que llevaba en el regazo un ramo de flores de cempazúchitl, no paraba de restregárselos a los federales. Y con mucho coraje les decía:
-¡Malditos! ¡Malditos! No nos vamos a dejar- y más les pegaba con sus flores de cempazúchitl.
Los carros ardían a lo largo de ese tramo del Periférico. El helicóptero volaba rasante, arrojando bombas a diestra y siniestra. Abajo, casi no había niño, joven, mujer o anciano que no tuviera los ojos rojos y anegados de lágrimas por los gases. Una mujer que había llevado una enorme Coca cola, mientras le duró el líquido, los ayudó a sobrellevar el ardor de los ojos.
Pero apenas se reponían, volvían a la carga. Sobre todo los niños y las mujeres, recogían piedras, palos, hierros retorcidos y los dejaban muy cerca de donde pasaban los muchachos. Del deshuesadero sacaron cabinas de vehículos, escuchándose el ruido, cuando las dejaban caer sobre el Periférico.
Entre los jóvenes comenzaron a maquinar cuál era el mejor plan a seguir.
-Provóquenlos. Provóquenlos para que se vengan para acá, y luego los rodeamos- sugirió alguno de ellos, refiriéndose a los elementos de la PFP.
La gente que estaba con ellos, entendió que de lo que se trataba era de mantener entretenido a esas tres filas de policías para impedir que atacaran Radio Universidad, así que entraron nuevamente al deshuesadero y sacaron más chatarra. Pero más tardaban en ponerla sobre el Periférico que, las tanquetas de la PFP en hacerlas a un lado.
Entonces, un policía de la PFP aventó su tolete, pegándole a uno de los muchachos, lo que enardeció más aún a los manifestantes, quienes tratando de vengar a su compañero, se le fueron encima a la PFP, derribando a su paso a un camarógrafo canadiense. Fue tal la ira de la gente, que por primera vez la PFP tuvo que replegarse. Sin embargo, una vez que ésta se reagrupó, los volvieron a echar para atrás, logrando por un instante cundiera el desánimo entre ellos.
-¡Qué impotencia! Pero no nos vamos a dejar. Vamos a ganar- repuso enseguida.
De todos los rumbos la gente continuaba llegando y de inmediato se sumaban a la lucha. A su vez, los helicópteros, para desalentar la resistencia, lanzaba un arsenal de bombas, haciendo retroceder al foco de resistencia.
De repente se quedaban a la expectativa. Entonces surgían las voces de alerta:
-¡Ya vienen otra vez!
-Ahí viene el tanque. Hay que inmovilizarlo.
-Nosotros somos más que ellos. Y cuando lleguen los agarramos. Nos toca como de a uno por cada diez de nosotros.
Pero cuando parecía que la resistencia finalmente se iba a imponer, surgían los chorros de agua o caían del cielo las bombas de gas. Aun así, nadie se amilanaba, ni siquiera el viejo campesino.
-Somos un chingo. Nosotros podemos más.
Entonces, los jóvenes se reanimaban.
-Sí, somos más. Somos más. Somos un chingo.
Se prendieron tanto, al advertir que nadie se acobardaba, que a cada embate que emprendían, vociferaban:
-Pinche gobierno, pero por el PRI no vamos a volver a votar, ni por el PAN. Son la misma mierda. Nos la van a pagar. No se nos va a olvidar. Tenemos buena memoria. Esto nos lo vamos a cobrar bien caro… Esperen sus votos.
Y desde abajo le hacían señas obscenas al helicóptero.
Cerca de las dos de la tarde, tanta presión del pueblo en contra de la PFP dio resultado. Los policías fueron retrocediendo, hasta abandonar finalmente el campo de batalla. La resistencia del pueblo se había impuesto.
Guerreros populares a bordo de motos y con el rostro cubierto vigilaban las barricadas de la APPO en inmediaciones de Cinco Señores.