La reivindicación marítima que sostenemos desde hace más de un siglo, tiene su argumento esencial en nuestra imposibilidad de acceder soberanamente al mar, vía de comunicación con los mercados de todo el mundo. No es válida la respuesta de facilidades que podemos tener por uno u otro puerto, por una u otra vía de llegada […]
La reivindicación marítima que sostenemos desde hace más de un siglo, tiene su argumento esencial en nuestra imposibilidad de acceder soberanamente al mar, vía de comunicación con los mercados de todo el mundo. No es válida la respuesta de facilidades que podemos tener por uno u otro puerto, por una u otra vía de llegada a los océanos. Con esas facilidades hemos vivido nuestro atraso por todo este tiempo.
Echar íntegramente la culpa al vecino, no es honesto. Debemos asumir la parte de responsabilidad que tenemos como país. Los grupos dirigentes privilegiaron ayer, anteayer y mucho antes, el comercio menudo a la perspectiva del desarrollo; eligieron la solución de los problemas inmediatos a la implementación de estrategias de largo alcance; prefirieron poner parches y olvidarse de mañana.
De ese modo, la reclamación de acceso al mar se limitó a ser grito de protesta, frase de discurso y lema de correspondencia oficial. Al mismo tiempo, sobrevivimos reduciendo cada vez más el nivel de vida, entregando nuestros recursos, reduciendo las oportunidades de trabajo y, en términos generales, desintegrando el país.
Los regionalismos, acentuados en los últimos decenios, son resultado de esa incapacidad de las clases gobernantes. El éxodo de hombres y mujeres en busca de mejores condiciones de vida, es consecuencia de la torpeza de esos grupos de poder. Fuerzas centrífugas han sido la constante de la historia boliviana. Nos quejamos de las pérdidas territoriales ocurridas desde el inicio de la república; ¿alguna de esas regiones tuvo la atención del gobierno? Lo cierto es que, si hubo estrategia de Estado en Bolivia, fue la de centrarnos en una región reducida, abandonando el resto del país. Por supuesto que no es particularidad nuestra, ya que encontramos más de un ejemplo de similar actitud del sector dominante en América Latina, pero no se trata de medirnos con ese rasero.
La gran oportunidad que nos está dando la historia, con la vigorosa insurgencia de los pueblos originarios, reclama una acción distinta, de cara a los grandes desafíos, pero también a las mejores posibilidades. Una, de primerísima importancia, es la implementación de la estrategia vial.
Los grandes desafíos
Bolivia es un país desvertebrado. Sus inmensas regiones permanecen despobladas y sin ninguna atención. Por consiguiente, tampoco estamos comunicados con nuestros vecinos. Los pocos medios que podemos enumerar, acentúan la impresión de ese aislamiento que pareciera nos esmeramos en cultivar.
El primer desafío, por tanto, es la vinculación interna. Una carretera que transcurre de este a oeste, por el centro del país, debe ser complementada con otra vía, de la misma importancia que suba desde el sur hasta la región amazónica. Este es el esquema básico, que quedaría incompleto si no se complementa con carreteras departamentales e intermunicipales.
Una segunda apuesta es la utilización de los ríos que nos conectan con los dos grandes sistemas fluviales de la región. Más de una decena de grandes ríos y muchos más secundarios no se usan para la comunicación, sobre todo, con las zonas hacia donde no tenemos vías terrestres. El inmenso lago que compartimos con Perú, sólo se usa para paseos circunscritos a las islas más cercanas. Se requiere montar una sólida empresa estatal que haga, de los ríos, vías de comunicación. Para eso, se requiere iniciar ahora un programa de drenaje, en el que deben y estarían interesados en participar los países vecinos.
Una tercera gran tarea, es la reconstrucción de la red ferroviaria que, en manos de empresas extranjeras, ha sido reducida a un esqueleto de vías utilitarias. En diez años, han cortado vías, levantado rieles, desmantelado estaciones y recuperado su capital con la venta de nuestro patrimonio en calidad de chatarra. Una red que conecte a Bolivia, en forma continua, con ambos océanos, permitiría ser el mejor corredor para los requerimientos de los países vecinos. Pero, y esto es lo importante, esta cualidad haría posible la ampliación de las ferrovías hacia el norte y hacia el sur del país. La fuerte inversión que se requiere en principio no es posible, mientras aquellas empresas sigan administrando lo poco que nos han dejado en ferrocarriles. Sólo una política de Estado hará posible tal emprendimiento.
La comunicación aérea es la más inmediata de las tareas que debe encararse. Durante un largo tiempo, zonas alejadas del país estuvieron servidas por la línea bandera. Hoy, dependen de pequeñas empresas que no sustituyen, ni medianamente, la vinculación necesaria. Hay que ponerle manos al asunto y de inmediato. Una sola advertencia que no debe pasarse por alto: la aeronavegación no sustituye las otras vías.
Las posibilidades
Constantemente, tanto que hemos aceptado como verdad absoluta, nos han dicho que Bolivia no tiene capacidad financiera para hacerlo. Aún ahora proponen, como gran solución, hacer una licitación internacional y que una empresa, por ejemplo, se adjudique la construcción de una carretera; a continuación, durante 40 años o más, esa empresa cobrará peaje cada tantos kilómetros.
Lo cierto es que, en año y medio de gestión del presidente Evo Morales, hemos acumulado suficientes fondos que pueden usarse directamente o, si quiere mantenerse reservas importantes, optar créditos que, en las circunstancias actuales, pueden lograrse con relativa facilidad.
Por supuesto, cualquiera opción que se asuma, sólo puede ser resultado de una estrategia de Estado que ponga a trabajar los organismos respectivos en la elaboración de los proyectos de factibilidad.